Monday, February 26, 2018

El crack de 1929


Si la década de 1920 se vivió como una era de prosperidad, la de 1930 se caracterizó por una profunda depresión económica, cuyas causas se hallaban en los desequilibrios de la década anterior, aunque su detonante fue el crack bursátil de 1929. Desde 1925 hasta 1929, el valor de las acciones cotizadas en la Bolsa de Nueva York pasó de 27.000 millones de dólares a 89.000 millones. Esta alza, paralela a la expansión industrial, estimuló la concesión de créditos para comprar acciones. A partir del 3 de septiembre de 1929, la bolsa se estancó, sin moderar el optimismo de los inversores.
De repente, el 24 de octubre, el famoso Jueves Negro, salieron a la venta más de doce millones de acciones con una demanda casi nula; el valor de los títulos cayó en picado. El día 28 fueron más de nueve millones los títulos ofertados, y treinta y tres millones al día siguiente. Las cotizaciones sufrieron una brutal caída, que no paró hasta 1933.
• Las causas del crack
La principal causa del crack del 29 fue el abuso del crédito, provocado por la desaceleración del crecimiento y la ligera caída de los precios, que hizo que los capitales huyeran a la bolsa, que, a corto plazo, proporcionaba mayores beneficios. La compra de acciones fue estimulada por los denominados créditos a la vista (call loans), cuyas tasas de interés crecían a medida que aumentaba su demanda, de manera que sólo resultaban rentables si eran vendidas tan pronto como subían de valor. Así, la búsqueda de beneficios rápidos produjo un alud de ventas y el descenso de los índices bursátiles que hizo que todos los corredores e intermediarios pusieran también a la venta sus acciones, a fin de evitar una pérdida que les impidiera devolver los créditos que habían asumido. Como esto no se produjo, muchos bancos quebraron, arruinando a sus clientes depositarios.
El 24 de octubre de 1929, conocido como Jueves Negro, los índices de la Bolsa de Nueva York cayeron en picado, lo que sumió al país en una profunda depresión económica. Multitud concentrada ante el edificio de la Bolsa de Nueva York (Estados Unidos) tras conocer las primeras noticias del hundimiento de las cotizaciones.
No obstante, el crack del 29 no fue el causante directo de la gravísima depresión; los primeros síntomas de la crisis habían aparecido ya durante la primavera de 1929, y la deflación provocada por la caída de la demanda era una realidad desde 1927. Con todo, el crack bursátil marcó la conciencia del inicio de la crisis y fue un factor psicológico que agravó sus efectos.
Las consecuencias del crack bursátil
El mecanismo de "bola de nieve" que provocó el desplome de la bolsa neoyorquina acabó afectando a todo el sistema financiero, que, a su vez, arrastró al conjunto de sectores. Las conexiones del capital internacional hicieron que la crisis se extendiera fuera de las fronteras de Estados Unidos y provocara una crisis internacional generalizada. El retraimiento de la inversión, la desaparición de multitud de empresas (109.371 entre los años 1929-1933), la contracción de la demanda y el consiguiente aumento de los stocks fueron el resultado directo.
• La crisis en Estados Unidos
El hundimiento de la bolsa afectó en primer lugar a la banca (642 quiebras en 1929 y 1.345 en 1930), incapaz de recuperar buena parte de los créditos concedidos. Los bancos que sobrevivieron limitaron drásticamente los créditos, y las empresas que dependían de ellos quebraron (22.909 en 1929 y 31.822 en 1932). Por otra parte, el desajuste entre producción y demanda, que se arrastraba desde principios de 1929, provocó la caída de los precios industriales. Para hacer frente a esta tendencia bajista, las empresas redujeron la producción y sacaron al mercado sus stocks.
La caída de los precios afectó de manera virulenta al sector agrario. Muchos granjeros, incapaces de hacer frente a los créditos, vieron cómo los bancos ejecutaban las hipotecas que gravaban sus explotaciones. La situación de miseria de buena parte de la población campesina (pequeños propietarios y obreros agrícolas), muy castigada desde hacía una década, se vio así agravada. En un intento desesperado por mantener los precios agrícolas se destruyeron cosechas enteras mientras la población pasaba hambre.
Una de las peores consecuencias de la crisis económica fue la destrucción de puestos de trabajo. Millones de personas, hundidas en la miseria más absoluta, tuvieron que recurrir a la caridad y soportar largas colas para conseguir comida gratuita.
Así, apareció la peor consecuencia de la depresión: el crecimiento del paro hasta límites desconocidos en una época sin apenas cobertura social; éste pasó de 1,5 millones en 1929 a 12,6 millones en 1933 (el 25,2 % de la población activa). La gran cantidad de parados contribuyó, a su vez, a disminuir la demanda de productos, con lo que se cerraba el denominado ciclo infernal de la crisis.
• La situación internacional
A partir de 1931, la crisis se internacionalizó, afectando también a los países subdesarrollados. La necesidad de liquidez de la banca estadounidense obligó a la repatriación de sus capitales en Europa, provocando la quiebra bancaria en Alemania y Austria, con efectos en cadena en el resto de Europa. A su vez, la pérdida de capacidad de compra del mercado estadounidense incidió en la caída del comercio y, por lo tanto, en la producción.
El inmediato desplome de los precios de las materias primas y de la producción agraria procedentes de los países subdesarrollados tuvo en éstos un efecto devastador; las exportaciones de café y cacao de Brasil disminuyeron un 50 %, mientras que en países como Bolivia, Perú, Malaysia o China el descenso fue del 70 %. Chile, que basaba buena parte de su economía en la extracción de cobre, vio recortadas sus exportaciones en un 80 %. Para algunos economistas, el crack del 29 marcó el origen del subdesarrollo de lo que hoy conocemos como Tercer Mundo.
El golpe definitivo al sistema monetario internacional lo dio el Gobierno británico. La congelación de los capitales extranjeros que aún quedaban en Alemania provocó que el Reino Unido, principal afectado por la medida, abandonara el patrón oro en 1931 y optara por un sistema de flotación; la libra esterlina, pieza básica del sistema, se devaluó casi un 30 % a fin de estimular las exportaciones británicas, arrastrando con ella a las economías de su órbita monetaria.
• Las consecuencias sociales
La crisis tuvo un reflejo inmediato en la destrucción de millones de puestos de trabajo y en el empeoramiento de las ya difíciles condiciones de vida de los trabajadores. Así, Estados Unidos contabilizó 12,6 millones de parados (1933), el Reino Unido tres millones (1932) y Alemania seis millones de parados totales y casi ocho millones de parados parciales. Los bajos sueldos, el recorte del horario de trabajo (media jornada y, por lo tanto, medio sueldo) y el paro, con escasa o nula cobertura social, hundieron a millones de personas en la miseria. El masivo abandono de las áreas rurales provocó la creación de enormes barrios marginales en las grandes ciudades.
Manifestaciones en Nueva York tras la caída de la bolsa de Wall Street, 1929
Los beneficiarios de rentas fijas vieron cómo éstas se evaporaban a causa de las devaluaciones, y multitud de pequeños y medianos empresarios se arruinaron debido a la caída de los precios. Todo ello arrastró, a su vez, a un gran número de profesionales liberales, que perdieron su clientela. Tampoco los funcionarios quedaron libres de las consecuencias de la crisis, sometidos a la continua congelación o reducción de sus sueldos con el fin de contener el gasto público.
No fueron menos importantes las consecuencias ideológicas que la crisis provocó. Los más castigados por los vaivenes de la economía vieron en las medidas de los regímenes totalitarios de la URSS (Stalin) o de Italia (Mussolini) el remedio a una situación para la que el sistema liberal-capitalista no parecía tener soluciones. El pesimismo social quedó reflejado en la producción de artistas como el pintor alemán George Grosz.
Las soluciones a la crisis
El agravamiento de una crisis que el "laissez faire" del liberalismo económico no era capaz de resolver mediante la clásica política deflacionista llevó a los diferentes gobiernos a intervenir de manera directa en la reconducción de sus economías. Las políticas adoptadas fueron desde las medidas neoliberales de las democracias occidentales (Estados Unidos, el Reino Unido) hasta el puro intervencionismo estatal de los regímenes totalitarios (Italia, Alemania, URSS).
• La política neoliberal
Las democracias liberales adoptaron medidas de tipo mixto que aunaban la libertad de mercado con el intervencionismo estatal, en lo que se conoció como economía social de mercado o capitalismo reformado, cuyo ideólogo principal fue el economista británico John Maynard Keynes. A fin de aumentar la demanda, el estado debía intervenir en la política monetaria y financiera y en la creación de empleo por medio de grandes obras públicas, a la vez que se llevaba a cabo una política social de redistribución de las rentas.
Para relanzar el comercio se impulsó una política inflacionista, con el abandono del patrón oro y la devaluación de la moneda. De un lado se impulsaba la producción mediante el aumento de los precios (consumo interno) y de otro se superaba la competencia internacional (exportaciones), mejorando la balanza de pagos (relación entre importaciones y exportaciones). Asimismo, se reformó el sistema financiero con el fin de asegurar los fondos de inversión y depósito y de controlar la expansión del crédito, aumentando la autoridad de los bancos estatales. En el sector agrícola se pusieron topes a la producción y se fijaron de forma oficial los precios.
Tras la crisis derivada del crack de 1929, la administración demócrata de Franklin Delano Roosevelt aplicó medidas intervencionistas con las que se intentó atenuar el grave problema del desempleo. Seguidores de Roosevelt durante la campaña electoral de 1933 en Estados Unidos.
El mejor ejemplo de esta política fue la acción de los sucesivos gobiernos del presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt. En su programa del New Deal (Nuevo Reparto), el objetivo era incentivar la producción y crear puestos de trabajo que, a su vez, aumentaran el poder adquisitivo de la población. Se llevó a cabo una ambiciosa política de obras públicas, cuyo ejemplo más importante fue la creación de la Tennessee Valley Authorithy, para el aprovechamiento económico de este territorio, y se potenció la creación de empresas a través de la National Recovery Industry Administration, con el fin de combatir las actitudes monopolísticas de los trusts. Asimismo, se creó un programa de garantías sociales (welfare state o estado del bienestar): salario mínimo, reducción de la jornada laboral, libertad sindical y creación de un fondo de ayuda social.
• Estatalización y autarquía
Las soluciones adoptadas por los gobiernos totalitarios de Alemania e Italia fueron más allá del simple dirigismo. El estado intervino directamente, controlando todos los sectores mediante una economía planificada (Plan Schacht de 1933-1936, en Alemania). Para ello era necesario el concurso de los grupos financieros e industriales, que no dudaron en apoyar a los regímenes fascista y nazi; con este fin se crearon instituciones estatales como el italiano Instituto para la Reconstrucción Industrial.
Para reequilibrar la balanza de pagos se impusieron licencias y fuertes tasas a la importación. Con el mismo fin, Alemania llevó a cabo convenios bilaterales con países del área danubiana y balcánica basados en el clearing (intercambio comercial sin transferencia de oro o divisas, a modo de trueque). Producción, precios y salarios fueron regulados desde los gobiernos en base a los objetivos planificados. El paro se combatió con la realización de grandes obras públicas, el aumento de la burocracia y el desarrollo de la industria de armamento.
Este férreo control, asegurado por la represión de los regímenes totalitarios, posibilitó la disminución drástica del paro: Alemania pasó de seis millones de parados en 1933 a 400.000 en 1938; pero al mismo tiempo produjo un enorme crecimiento del gasto público y la asfixia de la industria (falta de materias primas y mercados). La escasez de materias primas provocó que el autoabastecimiento fuera, a partir de 1936, el objetivo que se había de conseguir. Se incentivaron las prospecciones petrolíferas y la extracción de minerales dentro de las propias fronteras y se crearon productos sintéticos sustitutivos (los ersatz alemanes). Para cumplir los objetivos se impuso el racionamiento general de alimentos y materias primas, la congelación salarial y la restricción de los beneficios empresariales.
Este modelo autárquico, sin embargo, no logró frenar ni el enorme déficit público ni la asfixia de la industria. El resultado fue una huida hacia adelante; con el fin de asegurarse mercados y materias primas para la producción nacional, los regímenes totalitarios se lanzaron a una política imperialista que acabó chocando con los intereses de las potencias competidoras. La exaltación del nacionalismo y la xenofobia y el racismo fueron los rasgos ideológicos de esta política que condujo, finalmente, al desastre que se conoce como II Guerra Mundial (1939-1945).

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