Sunday, February 25, 2018

Las guerras de religión


Unas guerras no exclusivamente religiosas
Durante los ss. XVI y XVII se desencadenaron, en gran parte de la Europa central y occidental, una serie de conflictos armados que reciben el nombre de guerras religiosas. Sin embargo, el aspecto religioso no era la única explicación de estos conflictos, ya que también existían razones económicas, territoriales y sociales.
• Las guerras religiosas anteriores al s. XVI
Durante la edad media la Iglesia mantuvo diferentes conflictos contra aquellos individuos o grupos que se apartaban de la ortodoxia. A principios del s. XIII, el papa Inocencio III convocó a caballeros del norte de Francia y del Imperio germánico para emprender una cruzada contra los herejes cátaros del Languedoc. Durante más de cuarenta años amplias zonas del sur de Francia fueron devastadas por los cruzados en cumplimento de los edictos papales.
En el s. XV el sacerdote checo Jan Hus (1369-1415) se había rebelado en Bohemia contra la corrupción de la Iglesia. Aunque Hus fue condenado a morir en la hoguera, sus seguidores –los husitas bohemios– se enfrentaron al Imperio y al papado, consiguiendo, tras más de veinte años de guerra, arrancar algunas concesiones al Imperio germánico.
Las guerras de religión del s. XVI
Desde finales del s. XV Europa occidental fue el escenario de importantes transformaciones económicas, políticas y sociales como el afianzamiento de la burguesía, la aparición de los estados nacionales y el creciente empuje de las ciudades frente al mundo agrario. Estos cambios originaron trastornos y desajustes sociales que, en algunos casos, acabaron desembocando en confrontaciones militares. La causa de que en estos conflictos el discurso teológico se convirtiera en el eje de la disputa reside en la importancia que la religión tenía en el mundo de la edad moderna, en que cualquier ataque a la estructura del poder político y social constituía una agresión a la jerarquización impuesta por Dios. La intolerancia religiosa, característica de esta época, hizo degenerar la mayor parte de conflictos políticos y sociales en cruentas guerras.
• La revuelta campesina y el conflicto anabaptista
El 31 de octubre de 1517 Martín Lutero (1483-1546) fijaba sus 95 tesis en las puertas de la iglesia del castillo de Wittenberg, abriendo con ello el proceso de la Reforma. Lutero pretendía combatir los abusos y arbitrariedades de los dirigentes eclesiásticos, afirmando la superioridad de la fe sobre las obras en orden a alcanzar la salvación divina. La cuestión de la explotación de las indulgencias por parte del papado y la posibilidad que tenían los señores de administrarlas en sus señoríos constituyó el desencadenante de la polémica. Alemania era un territorio favorable para la propagación del conflicto, dada la debilidad del poder imperial, las ambiciones contrapuestas de los príncipes, las tensiones sociales entre el campesinado y los señores, y entre las ciudades y la aristocracia, y el profundo nacionalismo opuesto a las influencias italianas.
Martín Lutero
En 1524 estalló una rebelión campesina que reutilizó el pensamiento de Lutero como eje vertebrador de su discurso ideológico. Los campesinos vehicularon las tesis luteranas para su rebelión contra un orden social, político y religioso que les era opresivo. Uno de los principales líderes de la revuelta fue el predicador luterano Thomas Müntzer. El temor de la nobleza a una revuelta social consiguió que de manera temporal los señores feudales olvidaran sus diferencias religiosas y se unieran contra el enemigo común. Finalmente, en la batalla de Frankenhausen (1525), el ejército feudal aniquiló a un ejército formado por miles de campesinos.
Pocos años después, el movimiento anabaptista sacudió el oeste de Alemania. El programa de los anabaptistas era una mezcla revolucionaria de concepciones religiosas y de demandas sociales. Hacia 1535 consiguieron apoderarse de la ciudad de Münster, desde la que planearon extender el movimiento religioso-político por Alemania y los Países Bajos. El obispo de Münster, que había sido expulsado por los revolucionarios anabaptistas, reunió un ejército y puso sitio a la ciudad, contando con la colaboración de señores feudales católicos y luteranos. La dureza del asedio, unido al fanatismo de los líderes anabaptistas, empujó la ciudad de Münster a una política de corte radical, mezcla de mesianismo religioso y totalitarismo político. Finalmente, las tropas del obispo lograron ocupar la ciudad y ejecutaron al líder anabaptista Johann von Leyden (1509-1536).
• La guerra en Alemania (1546-1555)
La aparición de la Reforma luterana agudizó la ruptura de la unidad imperial. En un principio, el emperador Carlos V (1500-1558) intentó encauzar el problema entablando negociaciones con Lutero y los principales señores feudales luteranos. Carlos V aspiraba a solucionar de forma pacífica los problemas políticos, económicos y religiosos derivados de la conversión de amplias capas de la sociedad alemana al luteranismo. Sin embargo, las diferentes conferencias –Dieta de Worms (1521), Dieta de Spira (1526), Dieta de Ausburgo (1530)– solamente sirvieron para posponer el inevitable conflicto religioso.
En 1531, Juan Federico I de Sajonia y Felipe de Hesse, los principales príncipes protestantes de Alemania, fundaron la liga de Smalkalda. Como respuesta, los católicos alemanes se agruparon bajo la liga de Nuremberg (1538), cuya fuerza estaba en las regiones del sur de Alemania y que contaba con el respaldo del propio emperador.
Las guerras de religión en Alemania. Las ciudades y dinastías nobiliarias alemanas se agruparon en función de su adscripción religiosa en la protestante liga de Smalkalda (creada en 1531) y en la católica liga de Nuremberg (1538).
La guerra entre católicos y protestantes estalló en Alemania en 1546. Un año más tarde, el ejército católico de la Liga, apoyado por tropas de Carlos V, derrotó a los ejércitos protestantes en la batalla de Mülhberg. Sin embargo, la resistencia de los luteranos, junto al temor de algunos príncipes católicos a que Carlos V aprovechara la victoria para aumentar su poder a costa de los privilegios de los señores feudales alemanes, forzó al emperador Carlos a conceder la paz de Augsburgo (1555), que reconocía la existencia oficial de dos religiones en Alemania y consagraba el poder de los grandes señores al reconocer a cada príncipe el derecho a decidir la religión de sus súbditos.
• La guerra en Flandes
En 1555, en su testamento político Carlos V entregaba a su hijo Felipe II (1527-1598) los Países Bajos. De las diecisiete provincias que lo componían, las más septentrionales eran calvinistas, mientras que las regiones del sur seguían siendo en su mayor parte católicas. Felipe II pretendía la reinstauración del catolicismo en todas las provincias, a la vez que aspiraba a imponer una política centralista y absolutista.
Con la restricción de las libertades políticas y religiosas, el incremento de los impuestos y la aplicación de los acuerdos tomados en el concilio de Trento, los calvinistas holandeses respondieron mediante el ataque a numerosas iglesias católicas. Felipe II envió un poderoso ejército al mando de Fernando Álvarez de Toledo, tercer duque de Alba. No obstante, ni la política de castigo llevada a cabo por el duque de Alba ni los esfuerzos diplomáticos de sus sucesores consiguieron acabar con la revuelta protestante. Los holandeses, dirigidos por Guillermo de Orange, se adueñaron de las provincias del norte (Holanda y Zelanda) y contaron con el apoyo de Inglaterra y los príncipes luteranos alemanes.
La batalla de Mühlberg (ca. 1550), pintura mural de autor anónimo (Museo de Navarra, Pamplona, España). El triunfo de las tropas de Carlos V provocó la desaparición de la liga protestante de Smalkalda (24 de abril de 1547).
En 1579, la consolidación de un estado independiente en el norte de los Países Bajos animó a los neerlandeses a la fundación de la liga de Utrecht para expulsar a los españoles y los católicos de los Países Bajos. El mismo año, el nuevo gobernador español, Alejandro Farnesio, agrupó las tierras del sur, de mayoría católica, bajo la Unión de Arras, convirtiéndose ésta en el principal baluarte político, religioso y militar con el que contó Felipe II para frenar a los calvinistas neerlandeses.
En 1609, y tras más de tres décadas de contienda, se firmó la denominada tregua de los doce años, que concluyó al estallar la gran guerra europea del s. XVII, la guerra de los Treinta Años (1618-1648).
• Francia y el problema de los hugonotes
La proximidad de Ginebra, cuna del calvinismo, facilitó la propagación de las doctrinas calvinistas en Francia. En las regiones más apartadas del centro del poder, como Picardía, Normandía, Poitou o el Bearn, aparecieron los primeros grupos de calvinistas franceses, conocidos también por el apelativo de hugonotes. En 1559 los hugonotes convocaron en París el Primer Sínodo Nacional y tres años más tarde estallaba la primera de las ocho guerras hugonotes que devastaron Francia durante más de treinta años. Las causas del conflicto también radican en la debilidad de la institución monárquica francesa y en las disputas entre los diferentes clanes nobiliarios, los Borbón hugonotes y los Guisa católicos.
Las guerras de religión en Francia (1562-1598). El avance del calvinismo (hugonotes) en Francia se debió a la crisis económica de finales del s. XVI, el malestar de la nobleza ante el excesivo poder de la monarquía y las rivalidades existentes entre las grandes familias.
En marzo de 1562, los católicos dirigidos por el duque de Guisa atacaron en Vassy (Champagne) una concentración de hugonotes, desencadenando la primera de las guerras entre católicos y protestantes. Los hugonotes, apoyados por Inglaterra, se hicieron fuertes en el oeste de Francia, donde resistieron a los ejércitos católicos. Catalina de Médicis, que actuaba como regente de su hijo Carlos IX (1550-1574), impuso a ambos bandos el edicto de Amboise (1563), por el que se concedían algunos derechos a los hugonotes. En 1567 estalló una segunda guerra civil, que no finalizó hasta 1572, cuando Carlos IX promulgó el edicto de Saint Germain.
El 24 de agosto de 1572, el enlace de la princesa Margarita, hermana de Carlos IX, con Enrique de Borbón, líder protestante, desembocó en la matanza de hugonotes a manos de los católicos conocida como la noche de San Bartolomé. Como respuesta, los calvinistas franceses se apoderaron de una serie de plazas fuertes, desde las que atacaron a los ejércitos católicos dirigidos por los Guisa. En pocos meses los hugonotes consiguieron formar un estado dentro del mismo estado francés. Finalmente, Enrique III (1551-1589), hermano de Carlos IX, se vio forzado a firmar una tregua con los hugonotes a cambio de reconocerles ciertos derechos y privilegios. Tal fue el edicto de Beaulieu (1576).
La noche de san Bartolomé (ca. 1572-1584), de François Dubois, reproduce la matanza de cientos de hugonotes a manos de la población católica en París, el 24 de agosto de 1572 (Museo de Bellas Artes, Lausana, Suiza).
El último gran enfrentamiento bélico entre ambas facciones es la denominada guerra de los Tres Enriques (1585-1598). Los hugonotes vieron en el príncipe Enrique de Navarra la figura que podía acaudillar y establecer una monarquía protestante en Francia. Los católicos tenían en Enrique de Guisa a su líder, apoyado con tropas y dinero de los españoles. Su objetivo se centró en intentar expulsar al rey Enrique III y en eliminar físicamente a los hugonotes. El asesinato del rey Enrique dejó como único candidato a la corona de Francia a Enrique de Navarra. Convertido en rey, Enrique IV (1553-1610) actuó como monarca y jefe de Estado y no como líder de los hugonotes y se convirtió al catolicismo. En 1598, por el edicto de Nantes, garantizó a los hugonotes la libertad de conciencia, el acceso a todos lo cargos públicos y la entrega de ciento cincuenta plazas fuertes a lo largo de la geografía francesa. La paz de Vervins (1598) con España zanjó de manera definitiva el conflicto.
La guerra de los Treinta Años (1618-1648)
La última de las grandes guerras religiosas fue la guerra de los Treinta Años, que asoló durante tres décadas prácticamente todos los estados de Europa occidental y central.
• De la guerra religiosa al conflicto internacional
En principio era un enfrentamiento religioso, ya que teóricamente oponía a protestantes contra católicos. La paz de Augsburgo (1555) no había resuelto el problema religioso en Alemania, y los conatos de violencia religiosa que se habían ido sucediendo habían contribuido al incremento de la atmósfera de intolerancia entre las distintas confesiones. El éxito de la Contrarreforma católica empujó a las grandes potencias católicas (España y Austria) a lanzar una campaña militar que acabara con la herejía protestante.
El Imperio germánico era un conglomerado de pequeños estados feudales, en los que sus príncipes aspiraban a no dejarse someter por el emperador y para ello se sirvieron de la religión.
La guerra también fue un enfrentamiento internacional, no sólo por desbordar el estricto marco de los estados alemanes, sino porque la guerra debía dilucidar la supremacía en Europa entre los Habsburgo –en sus dos ramas, la española y la austriaca– y los Borbones franceses.
• Los diferentes períodos de la guerra
El estallido de la guerra se produjo en Praga, donde los intereses particulares de la nobleza de Bohemia, de mayoría protestante, entraron en conflicto con la política centralizadora y católica de la corte de Viena. Ante la amenaza de imponer la doctrina católica por la fuerza, los nobles bohemios rompieron con el emperador al irrumpir, el 23 de mayo de 1618, en la sala del palacio real y arrojar a los consejeros imperiales a los fosos de palacio, en lo que se ha denominado la defenestración de Praga. Los líderes de la revuelta ofrecieron la Corona al elector del Palatinado, Federico V (1596-1632), y se dispusieron a resistir el ataque de las fuerzas imperiales. El emperador Fernando II de Austria (1578-1637) vio en esa acción la excusa perfecta para imponer por la fuerza su autoridad en toda Alemania. Para ello contaba con los católicos alemanes agrupados en torno a la liga Católica, dirigidos por el duque Maximiliano de Baviera, y con las tropas de la monarquía hispánica ubicadas en Flandes e Italia.
La defenestración de Praga, grabado del s. XVII que ilustra los hechos acontecidos en el palacio real de la capital checa (23 de mayo de 1618), con la muerte de tres consejeros del emperador, un episodio que desencadenó el inicio de la guerra de los Treinta Años.
Mientras desde Flandes los españoles ocupaban el Palatinado, las fuerzas de la liga Católica aplastaban al ejército protestante en la batalla de la Montaña Blanca (1620). Dos años más tarde, las fuerzas católicas ocuparon Heidelberg y la Baja Sajonia, poniendo fin a la resistencia protestante. El emperador Fernando llevó a cabo una drástica represión sobre los bohemios (expropiación de las tierras, conversión forzada al catolicismo, prohibición del uso del idioma checo, etc.) y como recompensa concedió al duque de Baviera la dignidad de elector imperial.
La guerra no finalizó al llegar a este punto, ya que los luteranos alemanes reclamaron el auxilio de los daneses. A mediados de 1625, Cristian IV de Dinamarca (1577-1648) acudió en ayuda de sus hermanos de fe con la esperanza de obtener ventajas territoriales en Alemania y convertir Dinamarca en la gran potencia de la Europa del norte. Sin embargo, fracasó en su empeño. Los ejércitos católicos, dirigidos por los generales Tilly y Wallenstein, derrotaron a los daneses y a sus aliados alemanes y les obligaron a firmar la paz de Lübeck (1629), mediante la cual Dinamarca renunciaba a sus aspiraciones territoriales en Alemania.
Esta nueva victoria animó al emperador a proclamar el edicto de Restitución (1629), según el cual debían devolverse a la Iglesia católica todos los bienes y territorios secularizados desde 1555. Además declaró ilegal el calvinismo dentro de las fronteras del Imperio.
De nuevo, cuando la guerra parecía finalizada, el rey de Suecia Gustavo Adolfo II (1594-1632) acudió en ayuda de los luteranos alemanes. Los motivos de esta decisión fueron similares a los de Cristian IV de Dinamarca: apoyo a la fe luterana y deseo de convertir a Suecia en la gran potencia de la Europa nórdica. En 1631 desembarcó en Alemania y, a diferencia de lo ocurrido antes, con un ejército reducido pero bien adiestrado derrotó a los católicos, afectados por divisiones internas, en Breitenfeld (1631) y en Rain (1632). Las victorias suecas y luteranas sirvieron de espolón para la invasión de Baviera, bastión del catolicismo alemán. En 1632 derrotaron a los católicos en Lützen, pero pagaron un alto precio ya que Gustavo Adolfo murió en la batalla. La victoria de los españoles sobre el ejército sueco en Nördlingen (1634) posibilitó la recuperación católica en la Alemania meridional. La grave situación de crisis y pobreza que vivía Alemania, tras dos décadas de guerra, llevó a ambos bandos a entablar conversaciones de paz, si bien el emperador renunciaba a aplicar el edicto de Restitución.
Francia decidió apoyar la causa protestante ante la creciente influencia de la Monarquía Hispánica en Alemania. La alianza entre suecos y franceses no era en absoluto una alianza religiosa, sino un pacto político destinado a poner fin al dominio de los Habsburgo en Europa. La victoria de los franceses sobre los ejércitos hispánicos en Rocroi (1643) volvía a inclinar la balanza a favor de la alianza franco-sueca.
Los tratados de Westfalia, que pusieron fin a la guerra de los Treinta Años, consolidaron la concepción política protestante y burguesa, y contribuyeron a la decadencia del modelo católico y feudal. El Congreso de Münster en 1648, óleo del s. XVII de Gerard Ter Borch (Galería Nacional, Londres, Reino Unido).
Hacia 1644 la guerra se encontraba en un punto muerto y la situación de miseria y crisis que afectaban a Alemania y a gran parte de Europa obligaron a ambos bandos a iniciar largas y complejas conversaciones de paz, que cristalizaron en la paz de Westfalia (1648). El tratado de paz no sólo debía poner fin a la contienda religiosa, sino que también debía establecer el nuevo marco político del Imperio germánico. Se reconocía la libertad e igualdad religiosa entre católicos, luteranos y calvinistas. El imperio como unidad política desaparecía al reconocerse la soberanía de los príncipes en su territorio, y quedaba atomizado en una amalgama territorial de 382 estados, señoríos y obispados.
A pesar de la paz de Westfalia, los Habsburgo hispanos y los Borbones siguieron en guerra hasta 1659. La Monarquía Hispánica, ya agotada, tuvo que firmar con Francia la paz de los Pirineos (1659), que marcó el inicio de la hegemonía francesa en el continente.
• Las consecuencias de la guerra
Las consecuencias de la guerra de los Treinta Años fueron catastróficas para Europa central. En algunas regiones de Alemania las pérdidas demográficas se elevaron hasta casi dos tercios de la población existente en 1618. Las ciudades (Magdeburgo, Nuremberg, Heidelberg) fueron saqueadas en diversas ocasiones. La guerra provocó una caída de la actividad económica en toda Europa central. La destrucción de las ciudades, la quema de las cosechas y los saqueos llevaron la miseria a gran parte de Europa. La guerra, acompañada del hambre y la peste, arrasaron amplias áreas de Centroeuropa.

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