Thursday, February 22, 2018

Mesopotamia


De la revolución agrícola a la revolución urbana
Los griegos llamaron Mesopotamia a la llanura que se extiende entre los ríos Tigris y Éufrates. Esta región se convirtió en una de las más avanzadas del planeta. En estas tierras se desarrollaron las primeras formas de organización social: el papel aglutinador de las ciudades, el concepto político de imperio, las relaciones de poder entre clero y nobleza. Esta organización social se apoyó sobre todo en una voluntad legisladora que condujo a los primeros textos legales. Asimismo, en esta región se produjo uno de los avances tecnológicos fundamentales en la historia de la humanidad: la aparición de la agricultura. La transición de una sociedad depredadora a una sociedad productora impulsó el desarrollo económico y técnico de las comunidades neolíticas y la aparición de las primeras ciudades.
El marco económico
El punto de inflexión que provocó el despegue económico del mundo mesopotámico fue lo que se ha denominado revolución urbana, que consistió en la sustitución de una estructura socioeconómica basada en la aldea neolítica por una ciudad que aglutinaba las tierras más próximas. Se pasó de una economía de subsistencia a una economía de intercambio.
• La revolución agrícola: organización del trabajo y tecnología
La agricultura mesopotámica se benefició de los adelantos alcanzados durante el neolítico y de la introducción de las técnicas de regadío.
El régimen fluvial del Tigris y del Éufrates se caracteriza por sus crecidas repentinas y un período de sequía muy prolongado. Para compensar estos problemas, el agricultor debía recurrir a la creación de un sistema de presas y canales, donde se almacenaba y distribuía el agua.
Al igual que en Egipto, era necesaria la existencia de una autoridad fuerte que dirigiese los trabajos. La aparición de la figura del monarca va unida al paso de la aldea a la ciudad.
Escenas de la vida doméstica en una ciudad amurallada, relieve asirio procedente de Nimrud, s. IX a.C. (Museo Británico, Londres, Reino Unido).
La base de la producción agrícola eran los cereales: sobre todo cebada y, en menor medida, trigo. Además, obtenían hortalizas y frutas en los huertos próximos a la ciudad. La riqueza y fertilidad de las tierras aluviales de Mesopotamia permitían la obtención de cosechas abundantes. El conocimiento y desarrollo de técnicas agrícolas explican también la alta productividad de la agricultura mesopotámica.
En un principio la mayor parte de las tierras pertenecían al monarca o a los sacerdotes, pero con el paso del tiempo aparecieron propietarios individuales que en algunos casos llegaron a convertirse en grandes terratenientes.
• El origen de la artesanía: la metalurgia
La elevada producción agrícola generó tal cantidad de excedentes que permitió a una parte de los habitantes de las aldeas dedicarse a otras tareas. Alrededor del 6.000 a.C. los sumerios conocían la metalurgia del cobre. El uso de este metal, más fuerte que la piedra o el hueso, les permitía elaborar, primero, instrumentos de cobre y más adelante de bronce. La ausencia de piedra en las llanuras aluviales y la mejora técnica que suponían las armas de metal, explican el auge de la metalurgia. No fue hasta finales del I milenio a.C. cuando apareció la fundición y la producción de manufacturas a partir del hierro.
Paralelamente al crecimiento urbano aparecieron artesanos que se ocupaban de satisfacer las necesidades de la élite dirigente y que se dedicaban a fabricar y vender productos (alfarería, herramientas del campo, armas, pequeñas joyas, piezas de tela, etc.) a los campesinos del territorio adscrito a la ciudad. Además, surgió un gran número de pequeños oficios ligados a la construcción y a las tareas de ingeniería hidráulica. A medida que la técnica fue perfeccionándose, se fueron especializando también los oficios, hasta incluso aparecer gremios que agrupaban diversos grupos de artesanos.
• Los inicios del comercio: del artesanado a la banca
La intensa actividad manufacturera y la posibilidad de vender el excedente agrario posibilitó la aparición del comercio. El descubrimiento de la rueda aceleró las comunicaciones y los intercambios entre los diferentes pueblos de la región. Aunque a menor escala que en Egipto, también se aprovechó el río Éufrates como vía de transporte.
Soldados del ejército de Eannatum, soberano de Lagash, en la conquista de Umma, detalle de la Estela de los Buitres, ca. 2450 a.C. (Museo del Louvre, París, Francia).
La promoción del comercio implicó la aparición de una nueva institución: el mercado. Cada ciudad dedicaba un espacio preferencial al intercambio, donde se compraban y vendían todo tipo de productos. Se importaba madera, oro, piedra, cobre y hierro; mientras que se exportaban productos manufacturados, como joyas, piezas de tela y armas, y sobre todo, cereales.
También se desarrolló un comercio a gran escala que ponía en contacto Egipto y el Mediterráneo Oriental con las tierras de Asia Central y la India. Las grandes ciudades mesopotámicas, principalmente Babilonia, se convirtieron en grandes centros exportadores de productos manufacturados que llegaban, incluso, hasta las colonias griegas y fenicias de la península Ibérica. A pesar de que no se usaba la moneda, sí que se conocía la existencia de estructuras financieras y comerciales muy desarrolladas. Los monarcas vigilaban especialmente las operaciones comerciales y fiscalizaban todas las transacciones mercantiles.
La sociedad
Los pueblos que habitaron Mesopotamia eran de procedencia muy diversa, con orígenes, lenguas y culturas notablemente diferentes. A pesar de ello, pueden distinguirse unas características sociales bastante similares que se mantienen a lo largo de más de 3.000 años de historia.
• El papel de los sacerdotes: la función de los templos
Las dificultades climáticas de Mesopotamia explican en buena medida la necesidad de organizarse para sobrevivir. Sin embargo, para poder organizarse política y socialmente, era imprescindible una autoridad fuerte que cohesionara el grupo. El conocimiento del ciclo natural de las plantas y la predicción de las lluvias podrían explicar el éxito inicial de los magos o sacerdotes que controlaban el poder en los primeros poblados.
Pequeño Gudea sentado o Gudea Sarzec-Cros (s. XXII a.C.), escultura en diorita, procedente de Tello, en Lagash (Museo del Louvre, París, Francia).
El dios local era el dueño de la ciudad y de sus bienes. De esta manera, en sus orígenes, sería la casta sacerdotal la que controlaba todos los medios de producción, ya que poseían talleres, campos y ganado. El centro religioso de la ciudad, el templo, acostumbraba a coincidir con el centro económico de la ciudad. Los sacerdotes no sólo controlaban la producción, sino que organizaban la distribución y el comercio exterior. El sumo sacerdote era el elegido por la divinidad para cobrar los tributos, dirigir la economía o vigilar el cumplimiento de las leyes. Los sacerdotes se reservaban una parte de la tierra, y el resto lo cedían a colonos o bien lo vendían a pequeños agricultores. El excedente agrícola servía para pagar a los funcionarios, incluyendo el ejército, y levantar edificaciones y obras públicas.
• La aparición de los caudillos militares: los reyes y el palacio
Hacia el 2600 a.C. se produjo una evolución. El centro del poder político y económico se desplazó del templo al palacio. Las frecuentes guerras entre las ciudades fortalecieron el papel de los ejércitos y, por extensión, de sus caudillos. El rey desplazó del poder al sumo sacerdote. En muchas ocasiones, reforzó su papel divinizando la monarquía. En ese momento el palacio era el centro de la vida económica mesopotámica. El poder del rey era ilimitado y absoluto. Una extensa y poderosa burocracia se encargaba de mantener en funcionamiento todo el reino. El monarca dirigía el ejército y la administración; además, era el máximo legislador y juez supremo. Su soberanía emanaba directamente del dios, su poder ya no nacía de las armas, sino de ser el instrumento de la divinidad en la tierra. La divinización de la monarquía mantuvo sometidos a los pueblos, ya que cualquier acto contra el monarca era un acto contra la divinidad, que había establecido el orden natural.
• De las ciudades estado a los grandes imperios mesopotámicos
El crecimiento de las ciudades implicó la aparición de las primeras diferencias sociales y económicas. La relación entre poder social y riqueza era muy estrecha. En general, las sociedades mesopotámicas presentaban modelos de sociedades piramidales y poco permeables. En la cúspide de la pirámide social se encontraba una minoría todopoderosa. En el código de Hammurabi son denominados awilum. Su riqueza procedía del dominio de tierras o de grandes talleres donde trabajaban los esclavos, cuyo origen solía ser el botín de guerra o la venta por deudas. Entre ambos grupos, awilum y esclavos, figuraban los artesanos y los campesinos. Su situación era muy variable: en el caso de los artesanos dependía del nivel de especialización de su trabajo, y en el caso de los campesinos, del régimen de propiedad de las tierras que cultivaban.
Arqueros y máquina de guerra en el asalto a una fortaleza por las tropas asirias, detalle de un relieve procedente de Nimrud (Museo Británico, Londres, Reino Unido).
La evolución de la ciudad estado al imperio fue el fruto del desarrollo económico y político de la ciudad. Las ciudades no poseían las materias primas necesarias para mantener el desarrollo económico. Sólo la conquista militar de territorios, donde se hallaban estas materias primas, o el control político de las rutas comerciales, les podía asegurar la supervivencia. La necesidad de conquistar nuevas tierras provocó el aumento del ejército y de la burocracia, necesarios para asegurar las nuevas posesiones. Estas conquistas no podían financiarse sin una acumulación de riqueza, y el origen de estas riquezas solía ser los tributos de los pueblos conquistados.
El desarrollo político
Hay que destacar que la historia de Mesopotamia es un proceso complejo, fruto de la abundancia de pueblos y, sobre todo, de ciudades estado que se suceden en el control político del espacio geográfico a lo largo de casi 4.000 años. En cualquier caso, existe una evolución lógica, en la que cada civilización adopta formas, estímulos e influencias de las culturas anteriores y los funde con sus características propias.
• La prehistoria mesopotámica y el primer Imperio sumerio
Con anterioridad a la llegada de los sumerios y los semitas a Mesopotamia se han encontrado algunos yacimientos neolíticos que indican la presencia de pequeñas comunidades ca. 6500 a.C.
No obstante, fue a mediados del IV milenio cuando llegaron las primeras oleadas migratorias: semitas y sumerios. Se desconoce cuál es el origen del pueblo sumerio. Probablemente, procedieran de Asia Central, cruzaron la cordillera del Cáucaso y, posteriormente, descendieron por los ríos Tigris y Éufrates hasta ocupar la Baja Mesopotamia. Por otra parte, también existe un notable desconocimiento del origen de los pueblos semitas. Posiblemente provenieran de Arabia y se instalaron en la parte norte y central de Mesopotamia en torno a mediados del II milenio.
Hacia el año 3200 a.C. Mesopotamia se hallaba dividida en una multitud de pequeñas ciudades estado que luchaban entre ellas en un intento de convertirse en la potencia hegemónica de la región. Hacia el 2600 a.C. la ciudad de Kish consiguió una efímera primacía al ocupar Umma, Lagash y Acad. El rey Mesilim unificó gran parte de Sumer, la Baja Mesopotamia, bajo su autoridad. Sin embargo, ciudades como Ur y Lagash disputaban la hegemonía de Kish. Unos 100 años después fue la ciudad de Lagash la que puso punto final al poder de Kish. Finalmente, la ciudad de Uruk, bajo el reinado de Lugalzagesi (2350-2325 a.C.), destruyó la ciudad de Lagash, e impuso su poder en todo Sumer al conseguir crear un Imperio que abarcaba desde el golfo Pérsico hasta el curso medio del Éufrates.
• La ciudad de Acad y su hegemonía
En este contexto de guerra entre las distintas ciudades de Sumer se erige la figura del rey Sargón de Acad (2350-2300 a.C.). Sargón supo aglutinar las tribus semitas del norte de Mesopotamia y lanzarlas contra las ciudades del sur, con lo que se impuso sobre toda Mesopotamia. Además, conquistó Asia Menor y parte de Siria. La superioridad militar de los acadios, basada en la utilización del venablo, el arco y la flecha, explica la rapidez de su victoria. Sargón adoptó importantes elementos de la cultura sumeria y creó un Imperio centralizado, cuya capital era Acad. Con Naram-Sim, primer rey elevado a la categoría de dios, el Imperio alcanzó la máxima expansión. Sin embargo, una invasión de los gutis, un pueblo procedente de las montañas iranias, puso en crisis al Imperio acadio. Los acadios no pudieron frenar el múltiple asalto de los gutis, combinado con la irrupción de los elamitas al este y los nómadas amorritas al oeste. Finalmente, el poder de Acad se derrumbó en beneficio de Ur, ciudad que volvió a refundar el Imperio sumerio, expulsando a los gutis y manteniendo a los pueblos nómadas fuera de las fronteras. Hasta el final del II milenio la III dinastía de Ur dominó la historia política de Mesopotamia. Bajo el reinado de Urnambu, apareció una de las novedades de esta dinastía, que consistió en la imposición de funcionarios en las ciudades conquistadas. Estos gobernadores sustituyeron a las élites de poder locales, en un intento de constituir un imperio homogéneo.
Sumer y Acad. Estas dos ciudades se convirtieron en capitales de auténticos imperios, bajo los reinados de Lugalzagesi y de Sargón, respectivamente.
Sin embargo, el poder de Ur era débil. En parte, esta debilidad se explica por las múltiples intrigas palaciegas y las luchas de poder entre nobles y sacerdotes, que enfrentaban a las clases dirigentes de la ciudad. Las distintas facciones acostumbraban a solicitar la ayuda de los pueblos nómadas (amorritas, gutis) en su intento de conseguir el trono.
En definitiva, durante el III milenio tres grandes focos centralizaron el poder en Mesopotamia: Sumer, Acad y la ciudad de Ur.
• Las invasiones semitas. El Imperio antiguo asirio
Hacia el 2000 a.C. los asirios, un pueblo nómada de origen semita, invadió Mesopotamia. Los asirios eran un pueblo de origen semita, que se habían mezclado con las poblaciones originarias de los valles mesopotámicos. Su núcleo principal se encontraba en las montañas del Tigris superior. La desaparición del poder de la III dinastía de Ur les permitió apoderarse del área septentrional de Mesopotamia. A diferencia de otros pueblos mesopotámicos, al lado del rey, aparecía una asamblea formada por los hombres libres dotada de una cierta capacidad de poder. Parte de la prosperidad de Asiria residía en el control de las rutas comerciales, que conectaban Mesopotamia con la península de Anatolia. Sin embargo, la presión de las tribus amorritas y la propia debilidad del Reino asirio provocaron la decadencia de Asiria, que pasó a convertirse en un estado vasallo del monarca babilónico Hammurabi.
• Babilonia entra en la historia
Hacia el año 1970 a.C. una nueva invasión, en este caso de grupos amorritas, puso fin al Imperio de Ur. Ibsin, el último rey de Ur, no pudo contener la penetración de las tribus amorritas llegadas desde el oeste. Como en épocas anteriores, los elamitas aprovecharon la difícil situación de Ur para saquear las tierras orientales, y llegaron a asaltar la misma ciudad de Ur. Finalmente, los jefes de las distintas tribus amorritas conquistaron las ciudades mesopotámicas, se proclamaron reyes y adoptaron la cultura y el ceremonial politicoreligioso sumerio anterior a ellos.
La lucha entre las diferentes ciudades –Isin, Ur, Larsa, etc.– se mantuvo durante los ss. XIX y XVIII a.C. Cada ciudad seguía empeñada en forjar un imperio permanente y estable.
A principios del s. XVIII a.C. apareció una nueva fuerza política en el mapa mesopotámico, la ciudad de Babilonia, situada al norte de Acad, que había sido fundada por tribus semitas.
Durante el reinado de Hammurabi (1792-1750 a.C.) Babilonia se convirtió en el centro político de Mesopotamia. Combinando hábilmente la guerra con la diplomacia, se apoderó de Uruk e Isin. Con posterioridad, extendió su control sobre la región de Sumer y Acad. Luego, conquistó las ciudades de Mari y Assur, en el norte.
La importancia política de Hammurabi radica en que puso fin a la época de ciudades estado como unidades políticas, ya que unificó cultural y jurídicamente toda Mesopotamia en un solo imperio. Hammurabi convirtió Babilonia en un estado fuerte y centralizado, y privó al templo y a los distintos poderes locales de gran parte de las tierras, que entregó a los soldados de su ejército.
Sin embargo, los sucesores de Hammurabi no pudieron mantener la unidad del Imperio. La crisis agraria y comercial, consecuencia de las continuas guerras, explica la desaparición del mismo. El sur de Mesopotamia se separó y formó el País del Mar. Las tribus nómadas del norte, los kasitas, realizaron repetidas incursiones en Acad y devastaron el territorio. Finalmente, el rey hitita Mursil I aprovechó la debilidad de Babilonia para saquear la ciudad (1531 a.C.).
• El Imperio asirio
Los asirios se convirtieron en la gran potencia de Mesopotamia y del Próximo Oriente desde finales del s. XIV hasta el s. VI a.C. Bajo el reinado de Eriba-Adad los asirios se sacudieron el yugo mitanio y conquistaron las regiones limítrofes. Sin embargo, hasta el reinado de Tiglatpileser I Asiria no se convirtió en una gran potencia. Durante la primera mitad del I milenio (1074-623 a.C.) los asirios se apoderaron de Siria, las ciudades de Fenicia, Babilonia, Sumeria, Israel, Elam. Durante el reinado de Assurbanipal el Imperio asirio logró su máxima extensión y ocupó de manera temporal el Egipto faraónico.
Imperio asirio. Los botines y los tributos, obtenidos de los países vencidos, fueron la principal fuente de riqueza de este Imperio.
La razón principal que explica esta brillante expansión territorial se encuentra en la existencia de un ejército asirio perfectamente adiestrado y equipado, que usaba armas de hierro, gracias a las aportaciones de los herreros hititas. El ejército asirio combinaba muy bien el uso de la caballería, la infantería y los carros de guerra, lo que le convertía en una fuerza guerrera muy superior al resto de los ejércitos de países vecinos. Las campañas militares eran no sólo un recurso para apoderarse de tierras sino uno de los pilares básicos de la economía asiria. El saqueo y la expoliación de las tierras y los tesoros a que eran sometidos los pueblos vencidos mantenía en funcionamiento toda la estructura politicomilitar del mundo asirio. El temor al ejército asirio aseguraba la explotación económica de las provincias del Imperio.
Sin embargo, el Imperio asirio mostraba síntomas de debilidad. De manera frecuente, la sucesión al trono venía precedida por luchas entre los diferentes clanes nobiliarios, incluida la poderosa casta sacerdotal, que aspiraban al poder. Pero, sobre todo, el principal problema del Imperio consistía en que los asirios eran una exigua minoría que no podría someter a todos los pueblos vencidos en el momento en que éstos se levantaran unánimemente contra su dominación.
Hacia el año 620 una coalición de medos, un pueblo de origen indoiranio, y de babilonios, aprovechó la invasión de bandas escitas en la frontera norte para devastar Asiria (614-608 a.C.). Nínive, Assur y Kalaj, las principales ciudades asirias, fueron tomadas por las armas y gran parte de la población asiria fue exterminada.
• El Imperio neobabilónico
El rey babilónico Nabopolasar había liderado la coalición de pueblos que puso fin al Imperio asirio. Su hijo Nabucodonosor II (605-562 a.C.) creó el Imperio neobabilónico. Firmemente asentado en la región central de Mesopotamia, se encaminó primero hacia Siria y Fenicia, territorios que conquistó ca. 604 a.C., tras derrotar a los egipcios. Desde la costa fenicia emprendió expediciones hacia Egipto, sometió Judea, arrasó Jerusalén y deportó a la población judía a Babilonia. Nabuconodosor II reconstruyó Babilonia, que había sufrido diferentes saqueos y destrucciones durante la dominación asiria. Posteriormente, Nabuconodosor II combatió contra los elamitas y las tribus nómadas del norte. Gran parte de las conquistas militares de Babilonia eran fruto de la necesidad de controlar las rutas comerciales que conectaban la península de Anatolia, el golfo Pérsico y Egipto a través de las ciudades mesopotámicas. No obstante, un pueblo de origen indoeuropeo, los medas, puso fin al Imperio neobabilónico a mediados del s. VI a.C.
• El Imperio persa
El rey medo Ciaxares (653-585 a.C.) consiguió acabar con el Imperio neobabilónico y convertirse en la fuerza política hegemónica en Mesopotamia. No obstante, fueron los persas, otra tribu de origen indoiranio sometida a los medas, los que rompieron este vasallaje y organizaron un poderoso imperio. Ciro II (559-529 a.C.) logró ocupar Mesopotamia, gran parte de la península de Anatolia y el Próximo Oriente. Su hijo y sucesor, Cambises, conquistó Egipto. Cuando planeaba la conquista de Nubia, debió volver a Persia, ya que una revuelta interna amenazaba su trono.
Darío I, su sucesor, aplastó la revuelta a la vez que sofocaba las rebeliones de los territorios dominados (Egipto, Bactria), que habían aprovechado la momentánea debilidad persa para liberarse. Darío fue el gran organizador del Imperio persa, y lo dividió en 20 provincias, denominadas satrapías. Además, ordenó la construcción de una ruta, la carretera real, que atravesaba la mayor parte del Imperio de este a oeste.
Darío trató de dominar también a los griegos, pero fracasó contra una coalición de ciudades helenas, al igual que su sucesor Jerjes. Durante todo el s. V y el s. IV los reyes persas tuvieron que dedicar gran parte de las energías del Estado a sofocar las rebeliones nobiliarias y la secesión de las provincias más alejadas del centro del Imperio. La irrupción de un ejército macedonio bajo el mando de Alejandro Magno (334-323 a.C.) puso fin en breves años al Imperio persa.
Al igual que otros imperios mesopotámicos, la principal debilidad de los persas era su escasa presencia demográfica en el conjunto total del Imperio. La necesidad de mantener unido un imperio demasiado extenso, les obligaba a mantener una nutrida burocracia, que consumía una gran parte de los recursos del Estado.
Principales períodos del arte mesopotámico
Los estudios más recientes sobre el arte en Mesopotamia han tendido hacia la diferenciación por períodos, ya que el término arte mesopotámico es más amplio y se refiere a las manifestaciones artísticas realizadas en esta región geográfica, donde no existía unidad cultural ni política.
• El arte sumerio (3750-2334 a.C.)
Durante el período protohistórico se encuentran los primeros vestigios de arquitectura sumeria en la ciudad de Uruk. Se trata de obras de carácter religioso, y se concentran en las zonas de Kullab y Eanna.
A principios del III milenio a.C. los templos se rodeaban con murallas de perfil ovalado, cuyo modelo seguiría las directrices marcadas por el templo oval de Khafadye, construido entre el 2700 y el 2400 a.C. En el recinto amurallado, además del templo, había almacenes, cocinas, talleres y otras dependencias de tipo administrativo. La arquitectura sumeria del III milenio a.C. apenas conoció innovaciones, a excepción de la aparición de un templo in antis en la región de Tell Chuera.
El intendente Ebih-il en actitud orante (primera mitad del III milenio a.C.), escultura sumeria de alabastro, procedente de la ciudad de Mari (Museo del Louvre, París, Francia).
El primer gran conjunto escultórico sumerio fue un depósito de estatuas en alabastro hallado en el templo de Abu, en Eshnunna. Estas estatuas presentan las mismas características que posee la estatua del intendente Ebih-il de Mari, actualmente en el Museo del Louvre (París).
Los temas conmemorativos y religiosos se reflejaron con brillantez en las planchas de piedra labrada. Entre ellas destacan la placa caliza del rey Ur-Nanshe (2494-2465 a.C.) y la Estela de los buitres (2460 a.C.), ambas conservadas en el Museo del Louvre (París). La primera está dividida en dos registros: en el superior aparece el rey Ur-Nanshe, fundador de la I dinastía de Lagash, transportando un cesto de ladrillos en su cabeza, y en el inferior se le muestra bebiendo de un vaso y vestido con el tradicional kaunakes. La Estela de los buitres es una de las obras clave del arte sumerio, a pesar de estar fragmentada en siete pedazos.
Junto con los trabajos en metalistería y orfebrería, se desarrolló de forma excepcional el trabajo en taracea, aplicado a objetos de madera o metal y utilizando en las incrustaciones diversos materiales como lapislázuli, diorita o conchas, entre otros. A esta técnica pertenece el Estandarte de Ur (ca. 2500 a.C.), encontrado en el cementerio real de dicha ciudad y de finalidad incierta. Se trata de dos paneles de madera, cuya cara anterior, denominada Cara de la guerra, está dividida en tres registros que se leen de abajo arriba, y despliega una parada militar con carros tirados por onagros que pisotean a los enemigos; a continuación aparecen soldados vigilando a los prisioneros, y por último el desfile ante el rey. El otro panel, Cara de la paz, muestra a la ciudadanía llevando los tributos al rey, quien aparece bebiendo y escuchando la música de una lira. Se conserva en el Museo Británico (Londres).
• El arte acadio (2334-2154 a.C.)
En el período acadio la arquitectura palatina se impuso a la religiosa. Los palacios estaban protegidos por poderosas murallas y una entrada con torres de grandes dimensiones. Los palacios acadios, como el de Naram-Sin en Tell Brak, en el valle de Jabur (2250 a.C.), presentan plantas casi cuadradas, con salas, patios y dependencias que alternan el cuadrado y el rectángulo, todo ello concebido de manera unitaria.
La irrupción de los pueblos semitas de Acad en Sumeria infundió un aire innovador en las artes escultóricas. En un principio, la escultura acadia siguió premisas básicas del arte sumerio, como la frontalidad y la expresión de los ojos, pero enseguida introdujo cambios importantes, como las cabezas con largas caballeras, recogidas o no, o la barba y el bigote resaltando los pómulos. Insuflaron a las obras una vitalidad y un realismo impensables en la etapa sumeria. Una de las pocas obras de los semitas acadios es la Cabeza de rey acadio (2250? a.C.), en bronce y casi de tamaño natural, que se cree representa a Naram-Sin (2254-2218 a.C.).
Los relieves, al igual que en Sumer, jugaron un papel muy importante a la hora de plasmar nuevos criterios estéticos. La finalidad de estas obras era exaltar la figura del monarca, máximo protagonista, como muestran las estelas de la victoria. En la Estela de Naram-Sin, por ejemplo, aparecen nuevos recursos, como los guerreros subiendo por un terreno ondulado con las piernas flexionadas o el desarrollo de la musculatura para acentuar la sensación de movimiento ascendente.
• El arte del período neosumerio (2123-2004 a.C.)
El esplendor de la arquitectura en Sumer y en Acad se manifestó durante el período neosumerio. Ur-Nammu (2112-2095 a.C.), fundador de la III dinastía de Ur, ordenó la construcción de numerosos zigurats en las principales ciudades de Mesopotamia. El mejor conservado es el de la ciudad de Ur, dedicado a la diosa Luna (Nannar o Sin). Estaba estructurado en tres terrazas, a la última de las cuales se accedía a través de una escalera frontal emplazada a modo de continuación de la que había en el primer piso, que se iniciaba separada lejos del cuerpo de la torre y se complementaba con escaleras laterales adosadas a la primera planta.
Estandarte de Ur (ca. 2500 a.C.), hallado en una tumba real de la antigua población homónima. Detalle de la cara de la paz, con la representación de un banquete real (Museo Británico, Londres, Reino Unido).
La escultura neosumeria tiene un nombre propio: el ensi Gudea (ca. 2150 a.C.)., del cual se han conservado más de 30 figuras que le representan, entre sedentes y erectas, y realizadas en su mayor parte con diorita. Todas ellas presentan al ensi con turbante o gorro de lana, de ojos grandes y abultadas cejas, con las manos juntas delante del pecho, y barba y cabeza afeitadas. En algunos de los ejemplares se han conservado inscripciones de carácter religioso.
Entre los relieves neosumerios cabe destacar la estela realizada en época de Ur-Nammu, encontrada en el zigurat de Ur, y que actualmente se conserva en el Museo de Pennsylvania.
• El arte del antiguo Imperio babilónico (1894-1595 a.C.)
La decadencia de la III dinastía de Ur permitió a Babilonia convertirse en la ciudad hegemónica de Mesopotamia, hecho incuestionable desde el gobierno de Hammurabi (1792-1750 a.C.). Esta hegemonía perduró hasta el saqueo de Babilonia por los hititas de Mursil en el 1595 a.C.
La arquitectura babilónica realizó uno de los palacios más espectaculares de Mesopotamia, el palacio de Mari. Destaca tanto por sus grandes dimensiones como por su riqueza decorativa. Poseía más de 300 dependencias, de las cuales 23 correspondían a estancias reales. Como todos los palacios de la época, disponía de espacios dedicados a los funcionarios, escribas, embajadores y comerciantes, además de un templo levantado sobre un podio. Desgraciadamente, el propio rey Hammurabi, con el fin de sofocar una rebelión, incendió el palacio en el 1759 a.C.
La obra escultórica más significativa del arte babilónico es el conocido Código de Hammurabi, grabado sobre diorita azul de 2,25 m de altura, y encontrada en Susa a principios de s. XX. En la parte superior, Hammurabi recibe las leyes de las manos de Shamash, lo que implicaba el carácter divino de las mismas y suponía cometer sacrilegio si se vulneraba dicho código. Curiosamente, el dios Shamash, sentado sobre un trono, presenta un vestido al estilo de los kaunakes sumerios, porta un birrete sagrado con ocho cuernos y una barba que le cae sobre el pecho, siguiendo la tradición semita. En cambio, Hammurabi está de pie, vestido con una gran túnica y la cabeza cubierta con un gorro similar al del ensi Gudea. La actitud del rey, que levanta el brazo derecho hacia la boca, es de expectación y de respeto ante la divinidad. Paralelamente a su relevancia artística, el valor histórico de esta obra radica en que constituye la primera codificación histórica de un conjunto de leyes.
• El arte del Imperio asirio (1365-612 a.C.)
Respecto a la escultura de bulto redondo, abundaron las representaciones de los dioses protectores, como los hallados en el templo de Nabu de Calach. Se trata de seis imágenes aparejadas con sus cabezas cubiertas por tiaras cónicas, con un par de cuernos y el rostro con larga barba rectangular. Son también los autores de los lamassu, esculturas de grandes proporciones en forma de leones y toros androcéfalos que protegían los templos y los palacios.
La estatuaria real se define por la inexpresividad y una marcada rigidez, como muestra la estatua de Assur-Nasirpal II, encontrada en Calach. Labrada en caliza, está dispuesta con la típica visión frontal, la cabeza levantada y sin tiara, y sostiene en la mano izquierda el cetro real y en la derecha una hoz con cabeza de ave.
Los relieves asirios adquirieron su madurez artística a finales del II milenio a.C., paralelamente a la introducción de los obeliscos. Entre éstos cabe destacar por su estado de conservación el Obelisco blanco (1050-1032 a.C.), labrado por las cuatro caras con escenas de temática religiosa, histórica y lúdica, y el Obelisco negro de Salmanasar III (827 a.C.), realizado en alabastro negro, en forma de prisma y rematado con una especie de zigurat.
Los palacios fueron decorados con relieves donde el monarca aparecía como principal protagonista de las escenas, acompañadas o enmarcadas por frisos literarios.
El relieve asirio asumió nuevos criterios plásticos durante el reinado de Sargón II (721-705 a.C.). Estos criterios fueron aplicados a los frisos del palacio de Dur Sharrukin (Jorsabad), donde se insinúa la voluntad del uso de la perspectiva, un mayor interés por el detalle en los objetos personales o de uso cotidiano, y la inclusión de temas relacionados con la vida privada del monarca.
El rey Senaquerib (704-681 a.C.) convirtió Nínive en la nueva capital del Imperio, lo que supuso la creación de un nuevo palacio que fue decorado con relieves en ortostato que narraban las guerras de Senaquerib. La excepcionalidad de este palacio recae en el gran detallismo de la vegetación, la fauna o los accidentes orográficos. Paralelamente, los relieves de temática cinegética llegan a su máximo grado de belleza, superando los relieves de Assur-Nasirpal II, y labrados por encargo de Assurbanipal (669-630 a.C.). Las escenas de la leona herida y el león moribundo, son las obras con el realismo y el dinamismo más acertados del arte asirio.
• El arte de la Persia aqueménida (560-330 a.C.)
La arquitectura persa estaba bajo la tutela directa del poder monárquico, pero fue capaz de asimilar todas las formas artísticas existentes en su vasto Imperio y de dar a su arte una personalidad propia. Así, de la región mesopotámica tomó prestado el uso de construcciones sobre terrazas, los muros de adobe decorados con relieves o los ladrillos vidriados, según la tradición babilónica; de la tradición egipcia, la concepción de grandes puertas de acceso, y por influencia griega, la decoración de molduras con ovas. Paralelamente, introdujeron aportaciones como el desarrollo de las salas hipóstilas para la creación de las grandes apadanas o salas de audiencia, las columnas estrellas y el trabajo zoomórfico de los capiteles.
Friso de los arqueros (c. 515 a.C.), realizado con la técnica babilónica del ladrillo vidriado, procedente del palacio de Darío en Susa (Museo del Louvre, París, Francia).
En Persépolis se desarrollaron las manifestaciones escultóricas más brillantes del arte persa. Destacan los espectaculares capiteles ornados con grifos o leones cornudos y los espléndidos toros androcéfalos de la Puerta de los Países, con su característica mezcla de rasgos persas y asirios.
La máxima expansión del Imperio llegó con Darío I (521-486 a.C.), quien inició las obras del palacio de Susa. Lo más destacable es su apadana, con un techo sostenido por 36 columnas estriadas de 20 m de altura y decoradas con capiteles de prótomos de toro que sostenían vigas de cedro. La escalinata que daba acceso a la sala estaba decorada con los arqueros de ladrillo esmaltado que se encuentran en el Museo del Louvre y que constituyen una de las obras más carismáticas de la escultura persa.
A finales del s. VI a.C. el propio Darío I realizó la obra más importante, ubicada en Parsa, y que los griegos denominaron Persépolis. Las obras se iniciaron en el 518 a.C. gracias a la voluntad de la divinidad Ahura Mazda. Roman Ghirshman afirma que fue pensado para dar acogida a todos los pueblos del Imperio cuando éstos ofrecían, una vez al año, presentes al monarca. Al igual que en Susa, se levantó una gran plataforma de idénticas características, construida con grandes bloques de piedra, y en el centro de la cual se encontraba la gran apadana, a la cual se accedía mediante escalinatas con relieves de arqueros.
La arquitectura funeraria se incluye en las obras realizadas por decisión real. La mayoría de los recintos funerarios están cavados en la roca. Entre ellos sobresale la tumba de Darío. Situada a cinco kilómetros de Persépolis y ubicada a cierta altura del suelo, tenía una fachada en forma de cruz de 22 m de altura. La construcción estaba protegida por la divinidad Ahura Mazda acompañada por la propia figura del rey, y en ella aparecía un texto indicador de las diferentes naciones que constituían el Imperio persa. La decoración se completaba con cuatro columnas lisas con capiteles de prótomos a imitación de los de Persépolis.

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