Friday, February 23, 2018

Los etruscos


El origen de los etruscos
Los etruscos, rasena según propia denominación, aparecieron en la actual Toscana a finales del s. VIII a.C. Desde allí, este pueblo colonizó el valle del Po e inició una expansión política que lo convirtió en la potencia hegemónica del norte y el centro de la península Itálica entre los ss. VII y V a.C., hasta que, finalmente, fueron absorbidos por la expansión romana.
Pese a la gran cantidad de vestigios materiales que se conservan y al interés que han despertado entre historiadores de diferentes épocas, todavía existen dudas sobre el origen de los etruscos. La imposible ubicación de su lengua, aún indescifrada, dentro de las conocidas por los especialistas y las notables diferencias entre sus formas artísticas y las de los pueblos vecinos han contribuido a crear un cierto misterio en torno a este pueblo.
• Los etruscos según los historiadores antiguos
Ya en la antigüedad, griegos y romanos se interesaron por conocer el origen de los etruscos. Unos y otros, conscientes de las peculiaridades culturales de este pueblo, coincidieron en señalar las características que los diferenciaban de los de su entorno. Así, surgieron diferentes tesis sobre sus orígenes, de las que son herederos en buena medida los trabajos que sobre la misma cuestión continúan publicándose.
Heródoto afirmó en sus Historias que los etruscos eran originarios de la región de Lidia, en Asia Menor; de esta forma se justificaba la repentina aparición de la cultura etrusca hacia el año 700 a.C. En la misma línea, su coetáneo Helánicos señalaba que, si bien no eran de origen lidio, procedían del Mediterráneo oriental y eran los descendientes de pueblos prehelenos que habían abandonado Grecia y las islas del Egeo tras la llegada de los aqueos.
La península Itálica a mediados del s. VII a.C. Tras las importantes oleadas migratorias de las tribus ilirias, que poblaron las costas del Adriático, y el surgimiento de los etruscos en el s. VIII a.C. aumentó el número de asentamientos en la península italiana.
La tesis planteada por Dionisio de Halicarnaso fue completamente diferente. Para él, el origen de la civilización etrusca había que buscarlo precisamente allí donde estaba asentado este pueblo, en la misma Etruria. No se trataría, pues, de una civilización trasplantada, sino que sería el fruto de la evolución cultural y política de pueblos autóctonos.
• Las tesis modernas
Los investigadores actuales no se alejan mucho de sus planteamientos. Descartada la relación con los pueblos indoeuropeos del Norte, frente a los que defienden la procedencia oriental de los etruscos, otros apuntan a su origen autóctono.
Para los que defienden un origen mediterráneo oriental, la presencia etrusca sería la consecuencia de la llegada de colonos de origen lidio junto con comerciantes que habrían instalado pequeñas colonias en el área nororiental de la península Itálica. Los recién llegados habrían aportado su cultura a los pueblos itálicos autóctonos, que ya habían experimentado grandes cambios en sus formas sociales, como demuestran los vestigios de la cultura vilanoviana, anterior a la llegada de los etruscos. La minoría etrusca, o lidia, conformaría una aristocracia militar que se impuso sobre la población autóctona.
Por otro lado, algunos historiadores defienden el carácter autóctono de la civilización etrusca. Según éstos, a finales del s. VIII a.C., la cultura vilanoviana habría representado un gran salto cualitativo en la organización social y en las formas culturales de las poblaciones autóctonas del norte de Italia. Además, los habitantes del área que se conoce como Etruria habrían recibido importantes influencias orientales a través de las colonias que griegos y fenicios habían fundado en el sur de Italia (Magna Grecia) y en las islas de Córcega, Cerdeña y Sicilia, así como en el norte de África (Cartago).
Gracias a estos estímulos las poblaciones autóctonas experimentaron un proceso de transformación cultural y social que propició el desarrollo de formas originales propias (lengua, tecnología, religión). En definitiva, la civilización etrusca, lejos de ser una simple imposición cultural de pueblos orientales, sería el fruto de un lento proceso en el que se habrían fundido elementos autóctonos y orientales gracias a las relaciones comerciales.
La lengua etrusca es uno de los elementos más oscuros en la historia de este pueblo y el que plantea mayores problemas a los especialistas. En general, está ampliamente reconocido su origen no indoeuropeo y su relación con otras lenguas de la cuenca mediterránea. Sin embargo, a pesar de que se conoce el valor fonético de su escritura, sus signos no han podido ser interpretados y, en consecuencia, continúa siendo indescifrable. La influencia de la lengua etrusca ha quedado patente en la permanencia de topónimos en las regiones centrales de la península Itálica y en un pequeño número de palabras que, a través del latín, han pasado luego a las lenguas románicas, tales como persona, atrio o mundo.
Historia de los etruscos
Los primeros signos de la civilización etrusca habrían aparecido a principios del s. IX a.C. en el territorio situado entre los ríos Arno y Po, en el centro-norte de la península Itálica. Aprovechando su superioridad organizativa, demográfica y militar (empleo de armas de hierro y conocimiento de la táctica de los hoplitas griegos), los etruscos emprendieron la conquista política de los territorios de su entorno mediante la fundación de ciudades-estado.
• El período de expansión
Los etruscos controlaban los pasos alpinos desde el valle del Po, lo que les permitía controlar el comercio entre las colonias griegas y cartaginesas del sur de Italia y las poblaciones de Europa central. Hacia el Este, llegaron hasta la costa del mar Adriático y, en dirección Sur, ocuparon el Lacio y parte de la Campania, regiones a las que podían acceder no sólo por vía terrestre, sino también marítima gracias al dominio naval que habían impuesto en el mar Tirreno.
Roma, por entonces un pequeño enclave urbano, fue ocupada por los etruscos a finales del s. VII a.C.; la ciudad del Tíber estuvo regida por una dinastía de origen etrusco, los Tarquinos, entre los años 616 y 509 a.C. La presencia etrusca en Roma no se limitó al simple dominio político de estos monarcas; la disposición de los elementos urbanos, como las murallas o el trazado de las calles, las formas arquitectónicas de sus templos y la creación de la Cloaca máxima son exponentes de la influencia de los etruscos en Roma.
Puerta del Arco (s. IV a.C.), una de las tres puertas conservadas en la muralla etrusca de Volterra (Italia). Las construcciones defensivas etruscas, como las murallas que protegían las ciudades, eran consecuencia de las numerosas campañas bélicas que este pueblo mantenía en su lucha por la conservación de su primacía en el Lacio.
El s. VI a.C. fue la época de esplendor de la civilización etrusca. Al sur de Roma penetraron en la región de la Campania, donde se impusieron no sólo a la población autóctona (volscos, samnitas), sino también a las ciudades de la Magna Grecia. En 535 a.C., una flota conjunta etrusco-cartaginesa derrotó en Alalia (colonia griega en la costa de Córcega) a la flota formada por los griegos de Massalia (Marsella), que les disputaban el control del Mediterráneo occidental.
No obstante, a finales del s. VI a.C. los griegos frenaron la expansión etrusca por el sur de la península Itálica. El hecho de no constituir un estado unificado sino una confederación de ciudades impidió a los etruscos mantener su dominio de manera continuada y enfrentarse con garantías a los griegos y a las rebeliones de las poblaciones sometidas. Asimismo, la ausencia de un estado etrusco cohesionado explicaría la decadencia de Etruria.
• Roma contra Etruria
La nobleza romana expulsó al rey Tarquino el Soberbio (509 a.C.) y estableció un régimen republicano en un proceso que no era sólo un cambio político de monarquía a república, sino la constatación del sentimiento de latinidad entre los pueblos del Lacio, origen del futuro poder de Roma. La expulsión de Tarquino significó el inicio de las guerras entre las ciudades de la liga Etrusca y Roma, cuyo desarrollo se conoce exclusivamente a través de las fuentes romanas, textos en los que se confunden realidad, leyenda y manipulación de los hechos en beneficio de una "historia romana"; valga como ejemplo la leyenda del héroe romano Cayo Mucio Escévola y el rey Porsena de Clusium (Chiusi).
Según las fuentes romanas, las ciudades etruscas de Tarquinia y Veyes (Veio) fracasaron en su intento por recuperar Roma para el rey Tarquino. Sin embargo, la mayor parte de los estudios e historiadores actuales niega esta victoria romana; al contrario, afirman que Porsena ocupó de nuevo Roma y mantuvo durante años una especie de protectorado militar sobre la ciudad.
Los etruscos volvieron a ser derrotados en el sur de Italia años más tarde cuando el rey Hierón I de Siracusa, ciudad griega de Sicilia, agrupó a la mayor parte de las fuerzas helenas de la Magna Grecia y de Sicilia y venció a los etruscos en Cumas (474 a.C.). De este modo desapareció de forma definitiva el dominio etrusco al sur del Tíber.
• De la decadencia a la desaparición
Durante gran parte del s. V a.C., Veyes, una de las ciudades más poderosas de Etruria, disputó a Roma el dominio del Lacio. Finalmente, en 396 a.C., tras un largo asedio (las fuentes romanas hablan de diez años), Veyes se rindió. Sus habitantes fueron esclavizados, y la ciudad, repoblada con latinos y romanos. La llegada de los galos representó para las ciudades etruscas un peligro mayor que el que, desde el Sur, representaban romanos, griegos y samnitas; así, Veyes se vio privada de la ayuda del resto de las ciudades de la liga etrusca. Hacia 390 a.C., los galos penetraron en el valle del Po, desde donde realizaban continuas incursiones contra el territorio etrusco, saqueando las principales ciudades. Aunque una de estas hordas celtas, dirigida por Brennos, tomó y saqueó Roma, fueron los territorios de Etruria los que resultaron más perjudicados por estas invasiones.
A mediados del s. IV a.C., Roma emprendió una serie de campañas de conquista que, iniciadas con la conquista de Vulci, redujeron paulatinamente el territorio etrusco. En 351 a.C., los romanos atacaron Tarquinia y llegaron en sus incursiones hasta Fiesole, forzando a los etruscos a comprar la paz a Roma mediante un fuerte tributo en oro. Sin embargo, los romanos continuaron sus campañas contra los territorios situados en Etruria septentrional.
Las luchas de los romanos contra los samnitas y los volscos fueron aprovechadas por los etruscos, que se aliaron con estos pueblos y con los galos cisalpinos en un intento por sacudirse la presión romana. No obstante, los romanos se mostraron superiores y, en 295 a.C., derrotaron a etruscos y a galos en la batalla de Sentinum, a las puertas de Roma. Tras esta victoria, los romanos ocuparon Etruria, hecho que se consumó cuando, en 265 a.C., destruyeron el santuario de Volsinii (Bolsena) y se produjo la disolución de la liga Etrusca. Sin embargo, durante todo el período republicano Roma aún hubo de reprimir revueltas etruscas. Finalmente, a principios del s. I a.C., el dictador romano Lucio Cornelio Sila repartió lotes de tierra entre los veteranos de sus legiones, romanizando definitivamente toda la región etrusca.
Las actividades productivas: agricultura y metalurgia
Los etruscos desarrollaron una agricultura avanzada en relación con otros pueblos itálicos. El principal producto agrícola era el trigo, y Roma constituía el principal comprador de trigo etrusco en épocas de malas cosechas en el Lacio y la Campania. La viticultura fue otro de los sectores importantes en su producción agrícola, como lo demuestra el hallazgo de ánforas de vino etrusco en el sur de Francia.
Gran parte del éxito de su agricultura se basaba en sus conocimientos de ingeniería hidráulica y en la realización de grandes obras para el drenaje de las tierras. En el sur de Etruria, el suelo, muy arcilloso, impedía la filtración del agua hacia el subsuelo, creando pantanos y marismas no aptos para el cultivo. Los etruscos desecaron estas zonas creando tierras para uso agrícola. Asimismo, para conservar la fertilidad de los suelos, salvándolos de la erosión, encauzaron los cursos de agua mediante la construcción de canales subterráneos. A su vez, la ganadería ovina logró una gran expansión y la lana etrusca era muy apreciada en toda la cuenca mediterránea.
La riqueza minera de Etruria propició el desarrollo de las técnicas metalúrgicas. Los diversos metales, además de ser utilizados en el ámbito agrícola y militar, también fueron empleados para la producción de utensilios domésticos y objetos religiosos. Trípode con vasija de Preneste (Palestrina), s. VII a.C. (Museo Nacional de Villa Giulia, Roma, Italia).
Como sucedía con la agricultura, los etruscos también demostraron un nivel superior al de sus vecinos en el desarrollo y la aplicación de las técnicas metalúrgicas. La base principal del sector minero consistía en la extracción del hierro de la isla de Elba y de las proximidades de las ciudades de Volterra y Vetulonia, y en su transformación (fundido y forjado) en las ciudades de Populonia, famosa también por su industria del cobre, Vetulonia o Veyes. Sin embargo, se desconoce si estas técnicas fueron aprendidas de los griegos o, por el contrario, eran legado de la tradición metalúrgica de la cultura vilanoviana.
Sea como fuere, lo cierto es que el hierro se convirtió en la base de la producción de multitud de objetos destinados a la agricultura (picos, arados, azadones), a la guerra (lanzas, espadas) y a los ámbitos doméstico y religioso. Así, en Vulci destacó la producción de trípodes, candelabros y armas, realizados en hierro, bronce o cobre; por su parte, la ciudad de Perusa (Perugia) estaba especializada en los productos de hierro forjado. Paralelamente se desarrolló una importante producción de platería, muy influenciada por los conocimientos técnicos y artísticos de fenicios y griegos, en buena medida gracias a las grandes minas de plata del monte Argentarius, en la costa del mar Tirreno.
• La expansión del comercio
Los etruscos lograron controlar las rutas comerciales que enlazaban las principales ciudades fenicias y griegas con el norte de la península italiana y, desde aquí, con el interior del continente europeo. Gracias al desarrollo de una potente flota no sólo impusieron su dominio sobre las vías terrestres, sino que éste llegó hasta las rutas marítimas que cruzaban el mar Tirreno. Dominio logrado muchas veces mediante acciones de piratería contra los navíos de las potencias competidoras; para los griegos, los términos pirata y etrusco fueron sinónimos durante siglos, aunque las prácticas de los navegantes griegos y fenicios tampoco diferían mucho. Prueba del gran desarrollo naval de los etruscos es la invención del espolón y del ancla que les atribuyen algunos autores clásicos.
Moneda de oro etrusca. La pujanza económica -debido en gran medida a la fertilidad de sus tierras-, su riqueza minera y el dominio que ejercía sobre las rutas comerciales, tanto marítimas como terrestres, impulsaron al pueblo etrusco a acuñar sus propias monedas hacia 500 a.C.
En cuanto a las relaciones con Europa central, los etruscos lograron controlar los pasos alpinos y conectar con las rutas por las que transitaba el ámbar del norte de Europa; los productos de Etruria llegaban hasta las regiones del norte de Europa a través del Rin y del Ródano. También está atestiguada la presencia de objetos etruscos en el sur de la Galia y en el sudeste de la península Ibérica. Al mismo tiempo, la posición estratégica de Etruria en el centro de la península Itálica hacía que sus caminos fueran fundamentales para unir las ciudades griegas del sur de Italia con el interior del continente. Una prueba de la vitalidad comercial se encuentra en el uso de la moneda para las transacciones. Si en principio los etruscos usaron como monedas pequeñas piezas de cobre importadas de Grecia y Asia Menor, hacia 500 a.C. acuñaron ya sus propias monedas de oro, iniciándose las acuñaciones en plata en torno a 450 a.C.
Ciudad y civilización etruscas
Las ciudades constituyeron la piedra angular de la civilización etrusca; de su importancia da fe el cuidado que mostraron los etruscos a la hora de elegir su ubicación y los elementos urbanísticos con que dotaban sus asentamientos. Así, se buscaron los lugares elevados de fácil defensa que dominaran las vías de comunicación más importantes, y las ciudades fueron rodeadas por sólidas murallas construidas con sillares bien tallados, sobre todo a partir de los ataques de celtas y romanos. La fundación de las ciudades se realizaba siguiendo un pormenorizado ritual recogido en los libri rituales; en ellos se regulaban el trazado de las calles, el número y la disposición de las puertas de la muralla y de los templos de la ciudad. Las necrópolis, como ciudades de los muertos, también estaban concebidas siguiendo los mismos modelos urbanísticos.
En cuanto al plano de las ciudades, aunque algunas, como Vetulonia, no presentaban una forma regular, era habitual la estructura hipodámica; las ciudades presentaban un plano ortogonal en damero, configurado por una serie de calles anchas perpendiculares entre sí y una densa red de otras menores en la misma disposición. Así, los centros etruscos crecían a partir de dos calles principales (una de Norte a Sur y otra de Este a Oeste) que configuraban el plano general de la ciudad; el resto de calles discurría paralelamente a estas dos vías. Además, como medida higiénica y para el drenaje, las ciudades contaban con una amplia red de cloacas.
Las ciudades etruscas se caracterizaban, en su mayoría, por presentar una organización que se basaba en el modelo desarrollado por el urbanista griego del s. V a.C. Hipódamo de Mileto. La antigua ciudad de Misa (cerca de la actual Marzabotto, Bolonia, Italia) sigue este modelo urbanístico.
Las casas estaban construidas de ladrillo o adobe, piedra y madera. La cimentación era de piedra, y las paredes, de madera o adobe. Las casas de la aristocracia etrusca constaban de un patio central (el atrium tuscinum de los romanos) alrededor del cual se situaban las habitaciones y el resto de dependencias domésticas. La cámara central proporcionaba luz y ventilación a toda la casa. En estas mansiones se celebraban los denominados simposios, que consistían en fiestas animadas por músicos y bailarines. A diferencia del mundo romano, el acceso de las mujeres a estas fiestas estaba permitido, ya que las mujeres gozaban de un alto prestigio y reconocimiento social en el mundo etrusco.
Al igual que otros pueblos de la antigüedad, los etruscos fueron amantes de los juegos públicos, de los que tenían un variado repertorio. Las carreras de carros y las competiciones atléticas, como el lanzamiento de disco, el pugilato, las carreras de velocidad o el salto, eran especialmente apreciadas, así como los combates entre gladiadores. Gran parte de estas tradiciones se integrarían posteriormente en la cultura romana.
• La liga de las ciudades
Los autores clásicos mencionan con frecuencia la existencia de una liga de doce ciudades etruscas que formaban una especie de confederación en lo que se podría denominar Etruria. Con toda probabilidad, estas doce ciudades nunca fueron las mismas, ya que la evolución política marcó el auge de unas en detrimento de otras. Las más importantes fueron las de Arretium, Cerveteri, Cortona, Clusium, Perusa, Rusellae, Tarquinia, Vetulonia, Veyes, Volsinii, Volterra y Vulci. Algunas fuentes mencionan la existencia de otras dos ligas etruscas: una de ellas agruparía a las ciudades de la región del Po, con capitalidad en Felsina (Bolonia); la otra agruparía a las ciudades de la Campania, con Capua como cabeza de esa confederación.
La liga Etrusca nunca se constituyó en estado propiamente dicho, contentándose sus miembros con el establecimiento de una estructura militar solidaria entre las diferentes ciudades-estado etruscas que permitiera la asistencia mutua en determinadas coyunturas de amenaza general. El fundamento de la liga lo constituía el vínculo religioso, representado mediante la ceremoniosa reunión anual de todos sus representantes en el santuario o fanum de Voltumna, divinidad principal del panteón etrusco, situado en las cercanías de Volsinii.
Las estructuras políticas y sociales
El régimen político de las ciudades era similar al de algunas polis griegas: la ciudad-estado, formada por un núcleo urbano y su entorno rural. En origen, la ciudad-estado etrusca estaba dirigida por un rey (lucumón) que ostentaba un poder casi absoluto: era juez supremo, comandante en jefe del ejército y primer sacerdote. Los actos públicos del lucumón estaban regulados por un calendario litúrgico basado en las fases lunares. Los símbolos de su poder eran la corona, el cetro, el manto real, el trono y el haz de leña. Roma asumió alguno de estos elementos como símbolos de su propio poder: el trono (silla curul) y el haz (fascio).
Tal y como ocurrió en las polis griegas, el poder de la aristocracia terrateniente y de los grandes comerciantes aumentó en detrimento del poder real hasta que, finalmente, las ciudades etruscas acabaron sustituyendo la monarquía por un régimen dirigido por un órgano colegiado: el zilath, compuesto por un grupo de magistrados. Un caso especial era el zilath mexl rasnal, que actuaba como representante de la liga; otros ostentaban además el título de maru (sacerdote). Estas dignidades urbanas estaban en manos de miembros de la aristocracia, que habían relegado al lucumón a un papel meramente figurativo. Sin embargo, esta organización no contentaba a todos por igual, como lo demuestran las sublevaciones populares en Veyes y Volsinii, donde el poder habría sido temporalmente arrebatado al zilath.
Principales ciudades etruscas. El período de máximo esplendor de la civilización etrusca tuvo lugar entre los ss. VIII-V a.C., en que emergieron ciudades-estado tan fuertes como Veyes, Cerveteri, Tarquinia y Vetulonia.
Esta organización política se correspondía con la estricta jerarquía social que caracterizó a la civilización etrusca. En la cima de la estructura social se situaba la aristocracia de los grandes propietarios, terratenientes o urbanos, cuyas formas de vida quedaron recogidas en las pinturas murales halladas en las necrópolis, en las que se les representa en banquetes y fiestas, rodeados por sus esclavos domésticos. Seguía después la gran masa de campesinos, pequeños propietarios agrarios o aparceros de los grandes terratenientes, a los que estaban más o menos sometidos mediante relaciones de clientela. En las ciudades había también un importante número de artesanos y comerciantes, muchos de ellos procedentes de las ciudades griegas. En la base de esta estructura se hallaban los esclavos, cuyo número parece haber sido muy superior al existente en el resto de los estados vecinos, según se aprecia en las pinturas de las necrópolis. Había, sin embargo, una gran diferencia entre las ciudades costeras, dedicadas al comercio, con sociedades más dinámicas y abiertas, y las del interior, más conservadoras y en las que el poder de la aristocracia era absoluto.
El arte etrusco
La civilización etrusca se formó y desarrolló en un intenso contacto cultural y comercial con el mundo griego. Sin embargo, el arte etrusco presenta su originalidad en la elección de los materiales y las técnicas empleados, en el tipo de objetos elaborados y en la existencia de un arte popular propiamente itálico, que poco o nada debía a los modelos del mundo helénico.
• La arquitectura
Las principales manifestaciones arquitectónicas y artísticas del arte etrusco son los monumentos funerarios, aunque los etruscos también construyeron otras edificaciones religiosas y civiles y crearon estructuras urbanas.
La arquitectura funeraria
El tipo más característico de tumba es la cámara excavada en parte o totalmente en el subsuelo y cubierta a menudo con un túmulo cónico de tierra. Se trata de sepulturas colectivas, de carácter familiar. Dentro de este tipo básico existen múltiples variantes en lo que respecta a la planta, dimensiones y riqueza.
Las tumbas de cámara aparecieron en el s. VII a.C., y uno de los ejemplos más notables de esta fase es la tumba Regolini-Galassi, en Cerveteri (Caere), formada por un largo corredor cubierto con falsa bóveda, a cuyos lados se abren sendas cámaras ovoidales. En el fondo del corredor se hallaba la sepultura principal, probablemente la de un príncipe de la ciudad-estado de Caere, enterrado junto a un riquísimo ajuar funerario que incluía numerosos objetos de oro, mientras que las cámaras laterales contenían otros dos cadáveres.
En todos estos recintos había banquetas adosadas a las paredes, a modo de lechos fúnebres, sobre las que se depositaban los cadáveres. La similitud con las casas resulta también manifiesta en la reproducción en relieve del aspecto constructivo de los edificios reales, como las vigas, apoyadas sobre las columnas, o de otros aspectos de la misma, como los escudos colgados de las paredes o los tronos. Ello permite suponer que la tumba era entendida como una prolongación de la casa en el más allá. La misma concepción se advierte todavía en el s. IV a.C. en la gran tumba François de Vulci, con una gran cámara central en forma de T rodeada por siete cámaras dispuestas simétricamente.
A diferencia de las tumbas de Caere, las de Tarquinia, posteriores al s. VI a.C., tienen un aspecto menos monumental. Excavadas en la roca, presentan una disposición con cámara única en la mayoría de los casos; también las hay que están formadas por dos o tres cámaras dispuestas correlativamente. La introducción, en el s. IV a.C., de referencias a la arquitectura doméstica en estos enterramientos permite observar un cambio importante en la ideología funeraria. Contaban con magníficas decoraciones pintadas de carácter figurativo, con escenas relativas a las honras fúnebres tributadas al difunto antes del entierro o a la vida cotidiana de la aristocracia de la ciudad (caza, danza, banquete...).
La arquitectura religiosa
Entre finales del s. VII a.C. y la primera mitad del s. VI a.C. se documentan los primeros templos, edificios destinados a guardar la estatua de la divinidad, mientras que la actividad ritual, especialmente los sacrificios, realizados en un altar situado frente al templo, se desarrollaba en el exterior. Desde el punto de vista arquitectónico no corresponden todavía a modelos canónicos bien definidos. Así, el templo de la zona de la plaza de Armas, en Veyes, fechado a principios del s. VI a.C., está formado por un solo recinto rectangular, con paredes de adobe sobre cimientos de piedra y cubierto de tejas y antefijas decoradas con cabezas femeninas. El pequeño templo de Afrodita, en Graviscae, el puerto de Tarquinia, también es rectangular, pero se caracteriza por la división interna del edificio en varios recintos.
Un buen ejemplo de templo con cela simple es el de Mater Matuta, en Satricum. La cela, rectangular, tenía un profundo pórtico (pronaos) y cuatro columnas en los lados cortos y ocho en los largos. Se trata de uno de los raros ejemplos de templo etrusco períptero, rasgo que denota una fuerte influencia griega. El ejemplo más antiguo de templo con triple cela es el de Marzabotto, pero el más célebre, y quizá el de mayores dimensiones, fue el dedicado a Júpiter Capitolino, Juno y Minerva en Roma. Construido a finales del s. VI a.C., se mantuvo en pie hasta que un incendio lo destruyó en 83 a.C.
En los siglos posteriores, la estructura del templo etrusco no experimentó cambios notables, aunque se les confirió más monumentalidad. Así, por ejemplo, el templo del Ara della Regina, en Tarquinia, fue reconstruido a principios del s. IV a.C. sobre un imponente basamento formado por dos terrazas sucesivas. En la fase avanzada del período helenístico se advierte la introducción de decoración en los frontones (por ejemplo, el templo de Talamone, con frontón decorado con lastras de terracota con figuras en relieve).
• La escultura
La gran escultura etrusca está documentada desde la segunda mitad del s. VII a.C. A este momento corresponden las estatuas en piedra, muy fragmentadas, del túmulo de la Pietrera, en Vetulonia. Se trata de piezas que, por su tamaño, pueden incluirse entre los más antiguos ejemplos europeos de escultura monumental. Desde el punto de vista técnico se relacionan con la escultura griega dedálica contemporánea, pero el torso desnudo de una figura femenina y el gesto (con las manos entre los senos) indican que se trata de una obra local.
La escultura arcaica
La influencia griega se hace más manifiesta desde finales del s. VII a.C. en la estatuaria de piedra y las estatuillas de bronce, aunque los ejemplos mejor conservados son los sarcófagos escultóricos en terracota.
La estatuaria en terracota se documenta en torno a 600 a.C. con las llamadas estatuillas Castellani, grupo de tres figuras femeninas sedentes, de un tercio del tamaño natural, procedentes de una tumba de Caere y que probablemente representaban a las difuntas. Caere continuó siendo un centro importante de producción de escultura en terracota durante el s. VI a.C. En el último cuarto de esta centuria se fechan los dos ejemplares de sarcófagos con representación en la tapa de los esposos reclinados sobre un lecho (una temática recurrente en el arte etrusco, pero con una fuerte influencia jónica en su tratamiento formal). Un prototipo relevante es el Sarcófago de los esposos, datado en torno a 520 a.C. y conservado en el Museo Nacional de Villa Giulia, en Roma. Sobre el sarcófago se aprecian las figuras reclinadas del esposo, con el torso desnudo, y de la mujer, vestida, según la costumbre dominante en Grecia.
Los sarcófagos etruscos, que en un principio eran simples recipientes de cerámica con la máscara del difunto, se convirtieron, a partir del s. VI a.C., en magníficos sarcófagos de terracota, en cuya tapa estaba representada la figura reclinada del difunto y la de su esposa. Sarcófago de los esposos, ca. 520 a.C. (Museo Nacional de Villa Giulia, Roma, Italia).
Del mismo período proceden las estatuas exentas del templo de Portonaccio, en Veyes. La estatua de Apolo y la cabeza de Hermes muestran la fuerte influencia de la escultura griega arcaica, muy evidente en la expresión facial, caracterizada por la inexpresiva sonrisa arcaica. Puede considerarse obra del mismo taller de Veyes, aunque tal vez realizada en Roma, la primera gran pieza de bronce etrusca a la cera perdida: la Loba capitolina, que representa la legendaria adopción de los hermanos fundadores de Roma, Rómulo y Remo, por parte de una loba.
El período clásico
Durante los ss. V y IV a.C. prosiguió la producción de grandes estatuas a la cera perdida, de las que se conserva sólo un pequeño número. Asimismo, se continuaron utilizando las terracotas arquitectónicas. En uno y otro caso, el influjo helénico fue intenso, pero se aprecia también la afirmación de tendencias locales, alejadas de los modelos clásicos. Entre los grandes bronces de este período destaca la Quimera de Arezzo, realizada probablemente en el segundo cuarto del s. IV a.C. La piedra, poco apreciada por los grandes escultores etruscos, tuvo un uso reducido: se empleó en obras de categoría secundaria, sobre todo funerarias.
A finales del s. V a.C. se inició en Caere la producción de sarcófagos de piedra, aunque las mejores composiciones se fechan en los ss. IV y III a.C. En la cubierta se representaba, esculpida con notable realismo, la figura reclinada del difunto en actitud de reposo. Las figuras presentan notable diversidad en los rasgos faciales, en la expresión e incluso, ya en el s. III a.C., en las características corporales. Este afán de individualización permite pensar que se trata de formas más o menos acabadas de retrato. A este gusto por el retrato se deben una serie de cabezas de bronce de finales del s. IV a.C. y mediados del s. III a.C., entre las que destaca la llamada Lucius Iunius Brutus.
El período helenístico
La decoración escultórica de los frontones, formada por figuras en relieve que emergen de lastras de terracota, se introdujo en los templos etruscos cuando en Grecia ya habían caído en desuso.
El contacto prolongado con pueblos más avanzados culturalmente, como los fenicios y los griegos, favoreció que los etruscos desarrollasen un arte rico, que influyó en civilizaciones posteriores. La estatua conocida como El orador, ss. II y I a.C. (Museo Arqueológico, Florencia, Italia), que representa a Aulus Metellus según la inscripción etrusca de la orla de la toga, es una escultura de bronce descubierta en los alrededores del lago Trasimeno, en Umbría, cuya expresividad es un claro precedente del naturalismo de los retratos romanos.
En cuanto a la estatuaria de bronce, la pieza más destacada es la figura de togado de tamaño natural conocida como el Arringatore (el orador). Fechada en la primera mitad del s. I a.C., resulta una obra esencialmente romana, cuya inscripción permite, sin embargo, identificar como etrusco al personaje que representa (Aulus Metellus).
• La pintura
En el s. IV a.C. se produjo una gran expansión de la pintura etrusca, y de manera especial en Tarquinia, de donde procede la mayor parte de la producción pictórica conocida de este período.
Los temas representados poseían un carácter funerario, aunque éste no siempre resultara evidente. A pesar de ello, la pintura de las tumbas tenía como principal función perpetuar el ambiente terrenal en homenaje a la memoria del difunto. Uno de los mejores ejemplos es la tumba de los Augures (530 a.C.), animada con diversas escenas de despedida, de danzas y juegos funerarios, presentes también, por ejemplo, en la tumba de los Juglares (520 a.C.). También se representaron aspectos de la vida cotidiana de la aristocracia etrusca de la época, como las escenas de banquetes o de caza y pesca. Desde un punto de vista técnico se trata de una pintura típicamente arcaica, realizada con la técnica del fresco.
La pintura del período clásico
Desde principios del s. V a.C. se aprecia una evidente reducción del cromatismo y un mayor peso de los temas vinculados al banquete funerario. Entre las tumbas decoradas en el s. V a.C. destaca principalmente la de los Leopardos (460 a.C.), en la que se representa, con una brillante policromía poco habitual en esta época, una escena de banquete, flanqueada en las paredes laterales por representaciones de músicos y danzarines, que respeta una fórmula habitual en la decoración de las tumbas.
Las pinturas que cubren los muros de las tumbas etruscas reproducen escenas de la vida cotidiana y, además, reflejan la visión placentera que este pueblo tenía del más allá. Escena de un banquete (ca. 470 a.C.), tumba de los Leopardos, en Tarquinia (Italia).
Entre las tumbas pintadas de la época clásica destacan las del Orco I y II (ca. 400 a.C.), ambas en Tarquinia. Al parecer pertenecían a dos personas de una misma familia ya que ambas estaban unidas por un corredor. La evolución de la técnica pictórica se pone de manifiesto en la aparición de figuras frontales con soló tres cuartos de cara, objetos en perspectiva y, todavía de forma limitada, por el uso del claroscuro para la representación del volumen. Se trata de un nuevo lenguaje pictórico, sin duda vinculado al desarrollo de la pintura mural y de caballete griego de los ss. V y IV a.C.
Tendencias análogas, aunque con rasgos estilísticos particulares, se observan en otras tumbas contemporáneas de Vulci y de Orvieto. Entre las obras pictóricas más destacadas de mediados del s. IV a.C. se encuentra el sarcófago de las Amazonas, hallado en Tarquinia, en el que puede apreciarse el dominio de la perspectiva y de la técnica del claroscuro.
• Las artes aplicadas
Los etruscos fabricaron numerosos objetos de cerámica, con variedad de formas y decoraciones incisas o en relieve, así como trabajaron con maestría distintos metales, especialmente el bronce y el oro.
La cerámica
La cerámica etrusca de los ss. VII y VI a.C. está modelada al torno y presenta una superficie negra y brillante, resultado de un intenso bruñido, conocido con el nombre de bucchero nero. Es un tipo de cerámica que imita formas metálicas y que presenta dos variedades: el bucchero sotile, de paredes finas y decoración predominantemente incisa, y el bucchero pesante, de paredes gruesas, decoradas con figuras en relieve obtenidas con moldes.
Otro aspecto importante de la cerámica etrusca es la imitación de los productos griegos. Ésta se inicia en el s. VII a.C. con la producción etrusco-corintia. Algo más tarde, ceramistas griegos procedentes de Jonia establecieron en Caere un taller que fabricó, en el estilo griego de figuras negras, las hidrias de Caere. De carácter más etrusco es el taller que durante la segunda mitad del s. VI a.C. produjo, probablemente en Vulci, las ánforas pónticas. Durante los ss. V y IV a.C., los talleres etruscos produjeron también un importante volumen de vasos decorados con la técnica griega de figuras rojas, a veces bajo formas que muestran un claro estilo etrusco.
Los bronces y la orfebrería
Los etruscos destacaron también en la producción de distintos tipos de objetos metálicos. Entre los más característicos se encuentran los calderos de bronce que descansaban sobre trípodes. Estos recipientes se documentan desde mediados del s. VII a.C., como el ejemplar con prótomo (busto) de grifo hallado en la tumba Regolini-Galassi, y continuaron siendo fabricados en fechas posteriores, y, en algunos casos, con la adición de trípodes de delicada decoración.
Otro de los objetos característicos entre la producción etrusca de bronces eran los espejos, constituidos, como sus homólogos griegos, por un disco de bronce dotado de un mango, una de cuyas superficies, muy bruñida, reflejaba la imagen, mientras que la otra presentaba una decoración grabada o en relieve.
Los bucchero, vasijas de cerámica negra modeladas al torno, fueron una de las producciones más características del arte etrusco. El aspecto metálico y su peculiar brillo se conseguían gracias a un intenso trabajo de bruñido. Bucchero del s. VI a.C., con decoración de figuras realizadas en molde (Museo del Ermitage, San Petersburgo, Rusia).
La misma técnica decorativa se utilizó de manera habitual en la ornamentación de las cistas, cajas de bronce cilíndricas, generalmente de tres pies y cubiertas con tapaderas. Las asas, formadas por grupos de figuritas, eran a menudo pequeñas obras maestras de la escultura en bronce. Estas piezas se fechan a partir de mediados del s. IV a.C. y solían decorarse con temas de la mitología griega, como el rapto de Crisipo o el mito de los argonautas. Este último fue empleado en la más célebre de las cistas etruscas de bronce, la cista Ficoroni.
En cuanto a la orfebrería, el aspecto más destacado fue la utilización conjunta entre los ss. VII y V a.C. de la filigrana y el granulado (minúsculas bolitas de oro adheridas a la plancha que forma la joya) en una misma pieza, con lo que se obtuvieron a menudo piezas de una notable calidad estética.

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