Sunday, February 25, 2018

La Contrarreforma


Reforma y Contrarreforma
Se denomina Contrarreforma o Reforma católica al proceso de renovación espiritual y organizativa desarrollado por la Iglesia católica en los ss. XVI y XVII. Se señalan como fechas de inicio y fin de este proceso las de 1555 y 1648, correspondientes a la paz de Augsburgo y los tratados de Westfalia, respectivamente. La paz de Augsburgo, que reconoció a los príncipes alemanes el derecho a imponer sus creencias religiosas a sus súbditos, significó el fracaso de Carlos V en el intento de restablecer el catolicismo en el Sacro Imperio. Los tratados de Westfalia supusieron el fin de las guerras de Religión que habían asolado Europa.
Aunque el impulso inicial de la Contrarreforma fue una reacción contra la Reforma protestante, y su objetivo básico era recuperar para la fe católica a los países protestantes, la Contrarreforma no puede ser considerada simplemente como un movimiento reaccionario, ya que fue también el fruto de un deseo de renovación surgido hacía tiempo en el seno de la Iglesia católica. Por esta razón, muchos historiadores han considerado que el término Contrarreforma es incorrecto y prefieren hablar de Reforma católica.
Tras el rechazo de sus 95 tesis por parte del papado, Lutero se alió con los príncipes alemanes, afines a sus ideas y en contra de su emperador, el católico Carlos V, favorable a la convocatoria de un concilio del que esperaba la ayuda de la autoridad papal para consolidar su gobierno en las regiones centroeuropeas. Retrato de Carlos V de Habsburgo (s. XVI), obra del pintor flamenco Bernaert von Orley (Galería Nacional de Capodimonte, Nápoles).
La necesidad de una reforma de la Iglesia había sido una exigencia constante desde el cisma de Occidente (1378-1417), aunque, a menudo, dicha exigencia había sido más retórica que real. Finalmente, la aparición de la Reforma protestante convirtió aquella vieja aspiración en una urgencia inaplazable.
La Contrarreforma, que significó una ruptura con el ideal humanista, adoptó un marcado carácter antiindividualista y encarnó valores como el orden, la disciplina o la unidad de la Iglesia.
Como consecuencia de las luchas religiosas, la religión penetró en todos los aspectos de la vida, desde la intimidad de la conciencia hasta la crueldad de la guerra, pasando por la pureza de la mística. El credo religioso se convirtió en causa y justificación de interminables conflictos bélicos, pero, al mismo tiempo, provocó una explosión de la religiosidad popular en el campo católico (imágenes y devociones populares), acompañada de una revitalización de la literatura y el arte.
Por otro lado, las polémicas religiosas estimularon una profunda revisión del pensamiento y de la ciencia (Michel de Montaigne o Nicolás Copérnico, por ejemplo), que preparó el camino para la Ilustración del s. XVIII.
• El reformismo católico anterior a la Contrarreforma
Los intentos renovadores de la Iglesia eran muy anteriores a la Reforma, tanto aquéllos que habían desembocado en movimientos heréticos o heterodoxos como los que se habían mantenido dentro de la ortodoxia. Así, por ejemplo, tanto la espiritualidad luterana como la católica se nutrieron de la influencia de la devotio moderna, corriente ascética surgida en los Países Bajos a finales del s. XIV, que propugnaba una espiritualidad accesible para todos los creyentes. Sus seguidores popularizaron las colecciones de preceptos que recomendaban la meditación y la oración como medios de elevarse hacia Dios (como la obra Imitación de Cristo, de Tomás de Kempis, utilizada aún hoy por la Iglesia católica).
El humanismo renacentista, que había defendido una religión basada más en la comunicación directa del creyente con Dios que en la liturgia y había fomentado la lectura individual de la Biblia, también fue un movimiento de reforma religiosa. Los humanistas intentaron conciliar una concepción renovada del hombre y de la religión con la doctrina católica. Su crítica a numerosos aspectos de la Iglesia –presente, por ejemplo, en las obras de Erasmo de Rotterdam– influyó tanto en la Reforma luterana como en la Iglesia católica.
En las primeras décadas del s. XVI se produjeron importantes cambios en Italia por lo que se refiere a las órdenes religiosas. En 1524 fue fundada la orden de los Teatinos, integrada por clérigos empeñados en la renovación de la Iglesia. En 1530 se fundó la orden de los Barnabitas, con un objetivo similar. Mayor importancia revistió la orden de los Capuchinos (1528), formada a partir de la de los Franciscanos; los capuchinos serían muy activos en la labor contrarreformista, sobre todo en el área de la Europa central.
El concilio de Trento
Las divisiones del mundo cristiano occidental sólo podían subsanarse mediante la convocatoria de un concilio ecuménico, donde se expusieran las doctrinas enfrentadas y se intentara llegar a un consenso que asegurase la unidad de la Iglesia. Sin embargo, este concilio se enfrentó a numerosas dificultades y cuando finalmente se celebró, la división entre católicos y protestantes ya era insalvable.
• Una convocatoria difícil
Durante el s. XV, los recelos papales hacia los concilios habían impedido una renovación de la Iglesia católica. En aquella época, los obispos obedecían más a sus intereses políticos que a los religiosos. Por ello, Roma sospechaba que la convocatoria de un concilio serviría para que los obispos recortaran el poder papal.
El Concilio de Trento reunió a los representantes de la Iglesia católica en lo que debía ser un debate ideológico interno que, sin embargo, no se realizó a fondo, puesto que los intereses políticos revelaron ser más poderosos que los de índole espiritual, y exigían la unidad absoluta de los católicos contra los reformistas protestantes. El Concilio de Trento representado en un grabado del s. XVI.
Además, la última convocatoria conciliar había sentado un mal precedente: de 1511 a 1512 se había reunido un concilio cismático en Pisa con la intención de deponer al papa Julio II. Para contrarrestar a sus adversarios, Julio II convocó en 1512 el V concilio de Letrán, que no finalizó sus sesiones hasta 1517, ya durante el pontificado de León X, a quien finalmente se sometieron los convocantes de Pisa. Este enfrentamiento había contribuido al desprestigio de la jerarquía eclesiástica, mientras que los grandes asuntos, cuyo planteamiento urgía a la Iglesia, ni siquiera fueron tratados.
• Los precedentes del concilio
En 1518, un año después de haber fijado sus noventa y cinco tesis en Wittenberg, Martín Lutero reclamó un concilio que permitiese superar los problemas de la Iglesia. En aquel momento, Lutero no pretendía abandonar la Iglesia católica, sino contribuir a su renovación y denunciar los errores de la jerarquía eclesiástica. Sin embargo, esta voluntad de diálogo fue truncada por la condena papal de las tesis luteranas (bula pontificia de 1520) y por la alianza, no sólo espiritual sino también política y militar, entre el reformador y los príncipes alemanes opuestos al emperador Carlos V.
Durante décadas, el emperador reclamó un concilio que le permitiera reconciliarse con sus súbditos protestantes. Pero la mezcla de divergencias religiosas y políticas imposibilitó el diálogo con la Reforma, ya que, en su lucha por la hegemonía europea contra la católica Francia, Carlos V tuvo que enfrentarse simultáneamente a los protestantes alemanes y a los católicos franceses, aliados contra el emperador.
En 1537, una comisión papal redactó un memorial titulado Consilium, donde se denunciaba la corrupción eclesiástica y se reclamaba su rápida reforma. Pero el concilio aún tardaría varios años en reunirse.
Entre el diálogo y la ruptura
Frente al cuestionamiento de los principios básicos de la Iglesia por parte de los protestantes, aparecieron en el ámbito católico dos tendencias: una moderada, en la que figuraban quienes estaban dispuestos a aceptar una reforma moral e intelectual capaz de satisfacer algunas de las aspiraciones protestantes, y otra intransigente, formada por quienes concebían la Contrarreforma como una reorganización que incrementaría la eficacia de la Iglesia católica en su lucha contra la Reforma protestante.
Los católicos moderados consideraban a los protestantes "hermanos separados", a los que había que reintegrar a la Iglesia a través de una profunda renovación de la vida religiosa. Los protestantes no debían ser tratados como enemigos de Dios y de la Iglesia, sino como hermanos que debían regresar a la "casa común". Por el contrario, los católicos intransigentes estaban convencidos de la necesidad de lanzar una verdadera cruzada contra los protestantes. Con el paso del tiempo, los intransigentes acabaron por considerar a los católicos moderados como enemigos aun más peligrosos que los protestantes.
Para los católicos moderados, la convocatoria de un concilio era el único camino para revitalizar la Iglesia y evitar la ruptura definitiva con los protestantes. Para los intransigentes, por el contrario, significaba reafirmar los dogmas católicos y la disciplina de la Iglesia. Las costumbres de los clérigos católicos se tenían que purificar para evitar que sus posibles comportamientos inmorales sirviesen de argumento a los protestantes.
Al principio, las tesis moderadas tuvieron un apoyo considerable. Pero, a medida que la ruptura se consolidaba y se complicaba con cuestiones políticas y militares, las posiciones dialogantes quedaron silenciadas y progresivamente marginadas en el interior de la Iglesia. En Trento, los intransigentes acabarían imponiendo su interpretación de la ortodoxia católica.
• Las limitaciones del concilio
Finalmente, cuando la Reforma protestante se había extendido por media Europa, parecía evidente que un concilio era la única institución que podría gozar de la autoridad necesaria para reconducir la fractura de la cristiandad occidental. Sin embargo, Francisco I de Francia temía que sirviese para reforzar el poder de Carlos V; éste, que dificultase sus relaciones con los príncipes protestantes alemanes, y éstos, a su vez, que devolviese el protagonismo a Roma. Pero, probablemente, quien tenía más miedo al concilio era la propia sede romana. La Curia sospechaba de los soberanos católicos (Francisco I y Carlos V) y exigía que se pusiesen al servicio del papa para derrotar a los protestantes por la vía militar; pero los dos monarcas estaban enzarzados en un interminable conflicto que retrasaba la celebración de un concilio ecuménico.
Tras perder en la batalla de Pavía (1525), el rey francés fue aprisionado y llevado a Valencia, donde le recibió un cortejo ordenado por Carlos V y presidido por el obispo de Ávila. Los conflictos de competencia territorial entre los dos países dificultaban la celebración del esperado concilio ecuménico. Desembarco de Francisco I en el puerto de Valencia (1876), óleo de Ignacio Pinazo Camarlench (Diputación Provincial, Valencia).
Por esta razón, el concilio sólo pudo convocarse cuando las monarquías francesa e hispánica firmaron el tratado de Crépy (1544) y no pudo concluirse hasta después de la muerte del antihispánico papa Pablo IV. El emplazamiento del concilio tampoco fue casual, pues la ciudad de Trento, situada en Italia, pertenecía al territorio imperial.
Por todo ello, el concilio llegó tarde (no empezó hasta 1545) y, además, se alargó interminablemente, mientras los conflictos políticos y militares entre católicos y protestantes hacían cada vez más difícil una reconciliación, ni siquiera parcial, entre ambas partes. Duró veintiocho años (no acabó hasta 1563, cuarenta y seis años después de la publicación de las tesis de Lutero), sus sesiones fueron escasas (1545-1547, 1551-1552, 1562-1563) y además sufrió dos interrupciones muy dilatadas (1547-1551 y 1552-1562). Durante el concilio se sucedieron cuatro pontificados: los de Pablo III, Julio III, Pablo IV y Pío IV.
Como consecuencia de su tardía convocatoria y del éxito de las posiciones más intransigentes, la asistencia de los protestantes al concilio de Trento se hizo casi imposible. El emperador Carlos V, que se mostró favorable a las tesis moderadas, consiguió que una delegación de ideología protestante acudiese inicialmente al concilio. Sin embargo, a pesar de estas muestras de buena voluntad, la intransigencia papal forzó su rápida retirada.
• Las decisiones del concilio
El concilio de Trento realizó una compilación del dogma católico, fijó el canon definitivo para la lectura de la Biblia, estableció los textos básicos de la Iglesia, revisó a fondo la organización eclesial y aumentó considerablemente la autoridad del papado en los países católicos.
Las cuestiones doctrinales
El concilio sirvió para redefinir los dogmas católicos con un claro contenido antiprotestante. Se estableció una doctrina axiomática sobre el libre albedrío del ser humano, la salvación a través de las obras, el papel de la gracia divina, el pecado original, la existencia del purgatorio y el papel de mediación de la Virgen María y de los santos. Se definió, asimismo, el número y la naturaleza de los sacramentos.
El concilio prestó una especial atención al establecimiento de las funciones de la Iglesia, tanto en la interpretación de las Sagradas Escrituras como en la relación entre los creyentes y Dios.
Frente a la doctrina protestante, que sostenía que la Biblia era la única fuente de la fe, se afirmó el papel conjunto de la Biblia y de la Tradición como fuentes de la fe cristiana. Contra la tesis protestante de la libre interpretación de la Biblia por parte de cada creyente, el concilio dictaminó que sólo la Iglesia católica está capacitada para interpretarla correctamente (como instrumento necesario se aprobó la versión latina de la Vulgata como único relato bíblico aceptable y se decidió revisar su texto, que no sería fijado hasta 1592).
Según los textos conciliares, se establece que los seres humanos sólo pueden relacionarse con Dios a través de la intermediación de la Iglesia, con lo que se niega la doctrina protestante sobre el sacerdocio universal, según la cual dicha relación puede establecerse directamente con Dios, sin necesidad de intermediarios, a través de la conciencia individual.
La reforma de la Iglesia y del clero
Uno de los objetivos del concilio fue reformar el estilo de vida de los clérigos, demasiado "mundano". Había que acabar con las actitudes que despertaban la indignación de los fieles y eran el principal elemento de la propaganda protestante. Se mejoraron los procesos de formación del clero con la creación e institucionalización de los seminarios, se hicieron más rigurosos los mecanismos de selección de los aspirantes al sacerdocio y a la vida monástica, y se reforzaron los sistemas de control de la jerarquía sobre el bajo clero. El concilio dictaminó que todos los eclesiásticos estaban obligados a mantenerse célibes y debían residir en el lugar donde desempeñaban sus funciones pastorales.
El centralismo romano
Una de las principales características del concilio –y de la Contrarreforma– fue la intensificación del centralismo romano en la vida de la Iglesia. Como consecuencia de decisiones conciliares, en 1566 apareció el Catecismo romano, destinado a guiar la actuación de los sacerdotes, mientras que el Breviario romano (1568) y el Misal romano (1570) impusieron la uniformización de la liturgia.
Muchos pintores se pusieron al servicio de la Iglesia Católica para ilustrar, con la fuerza de las imágenes, las ideas de la Contrarreforma. Pieter Paul Rubens, que mantenía excelentes relaciones con la Compañía de Jesús, fue uno de ellos. A través de su riqueza colorista, un dinamismo desatado y un predominio de la línea curva, muy propio del barroco, el pintor realizó una exaltación magistral del catolicismo en su obra El triunfo de la Iglesia, 1626 (Museo del Prado, Madrid).
Los párrocos estaban obligados a controlar a sus fieles mediante los Quinque libri (Cinco libros) de bautismo, confirmación, eucaristía, matrimonio y defunciones. Simultáneamente, los obispos debían visitar periódicamente las parroquias de sus diócesis (visita pastoral) para controlar la actividad de los sacerdotes. Además, debían visitar obligatoriamente al papa (visitas ad limina) para rendirle cuentas de sus actuaciones y de las de sus párrocos. De este modo, al menos en teoría, el papa podía conocer detalladamente la actuación de cada católico y de cada sacerdote en cualquier lugar.
La cultura y el arte
Además, el concilio impulsó una nueva cultura contrarreformista que exaltaba los elementos que pudieran contrastar con el reformismo protestante. Frente a la austeridad del culto y de las iglesias protestantes, de las que se habían eliminado las representaciones plásticas, el concilio revalidó el culto a la Virgen y a los santos, lo cual provocó una explosión plástica (el estilo barroco) que llenó las iglesias de imágenes. Los templos se hicieron cada vez más grandes y más luminosos, a modo de enormes escenarios para ceremonias largas y pomposas que exaltaban la sensibilidad del creyente.
Los instrumentos de la Contrarreforma
El proyecto contrarreformista no siempre fue fácil de llevar a la práctica. Más que una ruptura con el pasado, el concilio de Trento significó el inicio de un proceso de transformación que tardaría varias décadas en imponerse definitivamente. La represión de los disidentes y el esfuerzo misionero se complementaron con la labor de reconquista religiosa emprendida por la Iglesia.
• La represión de los disidentes
Para investigar y castigar cualquier desviación doctrinal, la Iglesia católica y la monarquía hispánica reforzaron sus tribunales inquisitoriales: la Inquisición romana y la Inquisición española, respectivamente. La Inquisición romana, restaurada en 1542, eliminó en poco tiempo los núcleos protestantes de Italia, mientras los inquisidores castellanos realizaron una labor similar en Sevilla y Valladolid.
En 1571 se creó la Congregación del Índice, destinada a perseguir la difusión de las ideas protestantes. Ya antes, en 1559, el papa Pablo IV había publicado el Índice (Index librorum prohibitorum), en el que se establecía un listado de lecturas prohibidas a los católicos. Posteriormente, dicho índice fue complementado con el Índice expurgatorio, que eliminaba capítulos, párrafos, líneas e incluso palabras de libros que no habían sido prohibidos en su totalidad.
La labor represiva de la Iglesia fue reforzada por el uso de la fuerza militar y de la persecución política por parte de los gobernantes católicos contra los protestantes. Este proceso fue especialmente intenso en los estados donde estos últimos se encontraban en minoría durante la segunda mitad del s. XVI: regiones del Sur de los Países Bajos (actual Bélgica); Francia, donde se sucedieron ocho guerras de religión entre católicos y hugonotes hasta la aprobación del edicto de Nantes (1598); y las regiones meridionales y occidentales del Imperio germánico.
Pero, en cualquier caso, los católicos no fueron los únicos en usar métodos expeditivos para eliminar a sus enemigos religiosos. La cárcel, el destierro, la confiscación de bienes, la tortura y la ejecución en la hoguera fueron medios usados habitualmente contra los disidentes religiosos de uno y otro campo. En Ginebra, por ejemplo, Calvino estableció una verdadera dictadura religiosa, donde los disidentes eran quemados en la hoguera.
• La reconquista espiritual de Europa
El esfuerzo renovador de la Iglesia católica dio pronto sus frutos. En las últimas décadas del s. XVI, la mejora de las costumbres del clero y la desaparición de los abusos y de la corrupción habituales a principios de la centuria hicieron posible la reconquista espiritual de la mayoría de la población en aquellos países donde la balanza no se había decantado claramente a favor de los protestantes. En esta labor tuvieron un papel destacado las nuevas órdenes religiosas, en especial los jesuitas.
Su fundador, Ignacio de Loyola (1491-1556), se había dedicado a la vida militar hasta que cayó herido en 1521. Durante la posterior convalecencia tuvo ocasión de aproximarse a los graves problemas religiosos de su tiempo. Preocupado por el desarrollo de las doctrinas protestantes, Ignacio de Loyola intentó sintetizar los valores propios de la carrera militar (como la disciplina o la abnegación) y de su nueva vocación religiosa. Fruto de esta reflexión, decidió crear una compañía de soldados de Cristo, destinada a la defensa intelectual del catolicismo ante los creyentes protestantes.
Las nuevas órdenes religiosas aparecidas en el contexto de la reforma católica estaban por sistema bajo sospecha, sin embargo, la Compañía de Jesús, fundada en el s. XVI por Ignacio de Loyola, se convirtió en un fuerte aliado del poder papal. La actividad desarrollada por la orden en España se centraba en proporcionar una sólida educación a la elite social y económica del país. Retrato de san Ignacio de Loyola (s. XVII).
Al principio, las tesis ignacianas despertaron gran desconfianza entre los propios católicos, pero, finalmente, en 1540, el papa Pablo III aprobó la formación de la nueva congregación religiosa, denominada Compañía de Jesús. Sus miembros serían conocidos como jesuitas y, bajo las órdenes de Ignacio de Loyola, constituyeron un grupo selecto y dinámico al servicio de la Iglesia católica y del papa.
La labor de los jesuitas
Los jesuitas se caracterizaron por un alto nivel de preparación intelectual, garantizado por un proceso formativo con una duración mínima de dieciséis años. A los votos habituales de pobreza, castidad y obediencia, los jesuitas añadían un voto específico de obediencia directa y absoluta al papa.
Como soldados de Cristo, los jesuitas tenían la función de conquistar las conciencias, en especial a través de la educación. Precisamente por esta razón se dedicaron a la fundación de colegios para los jóvenes de las clases superiores. De este modo, gracias a su alto grado de formación personal y a sus colegios de élite, los jesuitas adquirieron un peso cultural y político extraordinario en el seno de la Iglesia y, en general, en los países católicos.
La exigencia de una vida religiosa activa, característica de los jesuitas, presenta algunos paralelismos con la ética del trabajo propia del calvinismo; pero, mientras este último consideraba la conciencia individual como el centro de la vida religiosa, los jesuitas tenían una concepción colectiva, al situar al creyente siempre bajo la guía de directores espirituales y de la jerarquía de la Iglesia.
Por otra parte, a causa de su intensa preocupación por la educación, los jesuitas sintieron la necesidad de encontrar vías de compromiso con la cultura científica que se iba desarrollando durante los ss. XVI y XVII. A diferencia de lo que ocurría en centros regentados por otras congregaciones religiosas, los colegios de jesuitas dieron una especial importancia al cultivo de las ciencias empíricas; de hecho, desde estos mismos centros se realizaron aportaciones de interés en disciplinas como las ciencias naturales, las matemáticas, la física o la astronomía.
El balance de la Contrarreforma
Las principales zonas de conflicto entre las diversas corrientes religiosas fueron Francia, los Países Bajos, Alemania, Polonia, Bohemia y Hungría.
La Iglesia católica no consiguió recuperar ninguno de los territorios que habían abrazado con firmeza las diversas iglesias reformadas: el calvinismo en Escocia, Países Bajos y parte de Suiza; el anglicanismo en Inglaterra; y el luteranismo en Alemania central y septentrional, y en los países escandinavos. A pesar de ello, los esfuerzos contrarreformistas aseguraron la fidelidad a Roma de Francia, Polonia o Hungría, donde los protestantes habían hecho, temporalmente, importantes progresos. Del mismo modo, la Iglesia católica también consolidó su presencia en la actual Bélgica y en diversas zonas de Alemania (especialmente en Renania, Baviera y Baden).
• Fronteras religiosas y culturales
Los tratados de Westfalia (1648) pusieron fin a los enfrentamientos religiosos y establecieron unas fronteras definitivas en Europa occidental entre los países del norte, de mayoría protestante, y los del sur, católicos. A partir de entonces, el contraste entre ambas zonas no sería sólo religioso, sino sobre todo cultural, con importantes repercusiones de tipo económico, como han subrayado los historiadores que opinan que la Reforma protestante sentó los cimientos de la posterior revolución industrial en el noroeste del continente.

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