Friday, February 23, 2018

Las cruzadas


Orígenes y causas de las cruzadas
A finales del s. XI, la Iglesia convocó a todos los cristianos de Occidente para que "tomaran la cruz" y se dirigieran a liberar Jerusalén. La idea de una guerra justa contra los musulmanes que ocupaban los lugares santos de Palestina se extendió rápidamente; no obstante, no fueron sólo razones religiosas las que empujaron a miles de europeos a encaminarse a Palestina.
Las cruzadas consistieron en una serie de expediciones militares cristianas dirigidas contra los musulmanes del Mediterráneo oriental con el objetivo de conquistar la Tierra Santa, en la que se encontraban los Santos Lugares donde había transcurrido la vida y la pasión de Jesucristo. Desde el s. XI, el papado y diferentes reyes cristianos habían impulsado la recuperación de los territorios del antiguo Imperio Romano que se encontraban bajo control del Islam. Sin embargo, fue el papa Urbano II quien convocó, de manera formal, la primera gran cruzada en el concilio de Clermont de 1095.
Las causas que empujaron a los cristianos a dirigirse hacia Palestina para recuperar los Santos Lugares fueron varias: por una parte, el impulso de la Iglesia a las peregrinaciones a los lugares santos del cristianismo y la protección de los peregrinos; por otra, la necesidad de dar salida a las ambiciones de los miembros segundones de la nobleza feudal, que quedaban excluidos de la mayor parte del patrimonio familiar. Un tercer motivo se añadía a los anteriores: el crecimiento económico que vivía la Europa occidental desde las primeras décadas del s. XI, que posibilitó la apertura de la economía europea al gran comercio mediterráneo. Las ciudades comerciales italianas (Pisa, Amalfi, Venecia), interesadas en desplazar a sus competidores musulmanes, promovieron las cruzadas para asegurarse el control del comercio con Oriente.
Miniatura del s. XV, perteneciente al Livre des passages d'outre-mer, que representa a Urbano II en el concilio de Clermont (Biblioteca Nacional de Francia, París).
Por otra parte, la irrupción de los turcos selyúcidas en la política internacional puso en peligro el equilibrio en el Mediterráneo oriental. Los turcos selyúcidas, que habían derrotado a las fuerzas bizantinas de Asia Menor (Mantzikert, 1071), lograron ocupar el Asia bizantina y se lanzaron contra Jerusalén (1078). La demanda de auxilio del emperador bizantino Alejo Comneno recibió una cálida acogida por el papa Urbano II, muy influenciado por las doctrinas de Cluny sobre la necesidad de la renovación de la Iglesia y la supremacía del papa frente al poder temporal. Así pues, Urbano II aprovechó el concilio de Clermont, en noviembre de 1095, para convocar una cruzada con el objetivo de arrebatar a los turcos los Santos Lugares. Al grito de "Deus lo volt" se organizaron las primeras expediciones guerreras europeas.
La primera cruzada (1096-1099)
Los señores feudales que atendieron la llamada del papa habían reunido un poderoso ejército compuesto por caballeros franceses, flamencos y alemanes comandados por el duque de Baja Lorena, Godofredo de Bouillon, así como normandos provenientes del sur de Italia, dirigidos por Bohemundo de Tarento, caballeros del sur de Francia, al mando de Raimundo IV de Tolosa, y barones normandos e ingleses dirigidos por Roberto de Normandía. Siguiendo itinerarios diferentes, este contingente de 3.000 caballeros y 12.000 infantes se reunió en Bizancio en la primavera de 1097. Tras largas y complejas negociaciones con el emperador bizantino cruzaron el Bósforo y se adentraron en Asia Menor.
• Las conquistas de Edesa y Antioquía
Tras derrotar a los turcos en Dorilea (1097), las fuerzas cruzadas se dividieron a la altura de Heraclea en dos grupos; una parte de los caballeros, comandada por Balduino, hermano de Godofredo de Bouillon, y por Tancredo, sobrino de Bohemundo de Tarento, se dirigió hacia el este y ocupó la ciudad de Edesa, donde fue fundado el primer estado latino en Oriente Medio: el condado de Edesa, bajo soberanía de Balduino.
Rutas de las cruzadas. Las cruzadas medievales, alentadas por la Iglesia, se inscriben en el contexto de la fase expansiva que conoció el occidente cristiano a partir del s. XI. En su origen intervinieron causas de orden político, económico y, sobre todo, religioso.
El grueso del ejército llegó ante Antioquía, la primera gran ciudad a la que arribaban los cruzados, conocidos por los musulmanes como ifrany (francos). El asedio, que se prolongó durante todo el invierno de 1098, agotó gran parte de los recursos de los cruzados, cuya situación se agravó al saber que un ejército turco al mando del atabeg Kerboga, gobernador de Mosul, avanzaba para socorrer a la ciudad. Sin embargo, cuando las fuerzas de Kerboga llegaron ante Antioquía, los cruzados ya habían ocupado la ciudad y se hallaban protegidos por sus murallas; finalmente, las fuerzas cruzadas lograron derrotar a las turcas que las asediaban. Bohemundo de Tarento, que había liderado a los cruzados durante la campaña, recibió la ciudad y las tierras vecinas, con las que formó el principado de Antioquía.
• La conquista de Jerusalén
En el verano de 1099, los cruzados se presentaron ante los muros de Jerusalén, donde decidieron no forzar la rendición de la ciudad por asedio, sino que construyeron torres de asalto con las que se lanzaron contra los muros. Tras varias horas de combate consiguieron abrir una brecha e irrumpir en la ciudad. Vencida la primera resistencia se desencadenó una matanza atroz; los habitantes de la ciudad, musulmanes, judíos y cristianos ortodoxos, fueron masacrados por los cruzados. Godofredo de Bouillon recibió el título de defensor del Santo Sepulcro y organizó la defensa de Jerusalén ante los previsibles ataques musulmanes.
• La fundación de los estados cruzados de Oriente
Tras la conquista de Jerusalén, Raimundo de Tolosa, que aspiraba a convertirse en rey de Jerusalén, se apoderó de Trípoli y de la franja costera. Balduino de Edesa fue nombrado primer rey de Jerusalén y completó la conquista de Palestina, asegurándose los principales puertos: Arsuf, Ascalón y Cesarea, al tiempo que construía una densa red de fortalezas que protegían los dominios cruzados.
Tras la conquista, los caudillos cruzados se repartieron los territorios y organizaron sus estados al modo de la Europa feudal, mediante pactos de vasallaje. Del reino de Jerusalén dependían el resto de dominios: los condados de Edesa y Trípoli y el principado de Antioquía; sin embargo, las relaciones entre estos señores cruzados fueron siempre inestables y a menudo violentas. La presencia de las potencias marítimas italianas (Génova, Venecia, Pisa, Amalfi) contribuía también a enturbiar los débiles vínculos entre los cruzados, ya que los intereses comerciales italianos no siempre coincidían con los intereses de los francos.
• La creación de las órdenes militares
La situación de guerra casi permanente entre cruzados y musulmanes obligaba a los primeros a mantener permanentemente numerosas guarniciones que asegurasen la defensa de lo conquistado, de las rutas comerciales y de las rutas de los peregrinos.
Gracias a su participación en las cruzadas, los caballeros de la orden del Temple se convirtieron en uno de los núcleos de poder más importantes del mundo medieval. Detalle de un fresco del s. XII, procedente de la capilla de los Templarios de Cressac, Francia (Museo Nacional de Monumentos Franceses, París, Francia).
Para proteger a los peregrinos que viajaban a Jerusalén se crearon las órdenes militares del Hospital de San Juan de Jerusalén (caballeros hospitalarios), a iniciativa de los mercaderes de la ciudad italiana de Amalfi, y del Temple (caballeros templarios). Estas órdenes estaban formadas por caballeros dedicados por entero a la guerra; eran soldados y monjes al mismo tiempo, puesto que, junto a las actividades guerreras, estaban obligados a tomar los votos monásticos. En pocos años, y gracias a las donaciones y al apoyo de los monarcas, aumentaron su poder y su prestigio. A medida que las órdenes crecían, templarios y hospitalarios se fueron convirtiendo en la pieza clave de la presencia política y económica de Europa en Tierra Santa.
La reconquista musulmana y la segunda cruzada (1147-1149)
La victoria de los cruzados se había debido en gran medida a la desunión de las fuerzas musulmanas. Los fatimíes egipcios estaban enfrentados a los turcos y a los sirios de Damasco y no supieron presentar un frente común a los cruzados, que contaron con el apoyo de las comunidades cristianas de Siria y Palestina, que los recibieron como libertadores. Esta situación varió sustancialmente cuando el atabeg Imad ad-Din Zenji, señor de Mosul y de Alepo, logró reunir un gran ejército y conquistó Edesa (1144).
Ante la amenaza que la ofensiva musulmana representaba para los territorios de Antioquía, Trípoli y Jerusalén, el papa Eugenio III encargó al abad Bernardo de Claraval la predicación de una nueva cruzada (1146) destinada a socorrer a los cristianos de Tierra Santa. En esta ocasión, a la llamada papal acudieron el emperador Conrado III y el rey Luis VII de Francia. Los dos ejércitos se concentraron en Bizancio, donde nuevamente se pusieron de manifiesto las diferencias entre los cruzados y los bizantinos a raíz de las pretensiones del emperador de Bizancio de someter a su autoridad todas las tierras conquistadas.
Saladino, el sultán de origen kurdo que gobernó Egipto y Siria durante el s. XII, gozó de una imagen mítica en Europa, gracias a su modo de obrar en las campañas, respetuoso y alejado de fanatismos. Retrato anónimo de Saladino, s. XVIII (Galería de los Uffizi, Florencia, Italia).
En 1147, los cruzados volvían a penetrar en Asia Menor y, siguiendo la ruta de la costa, llegaron a Jerusalén. Sin embargo, la cruzada fracasó al pretender acabar con el dominio musulmán en Siria; el clima, las divisiones entre los cruzados y lo reducido de sus fuerzas frente a las musulmanas provocaron el fracaso del ataque contra Damasco. Finalmente, ambos monarcas decidieron volver a Europa.
• Nur -ad-Din y Saladino
La defección cristiana coincidió con la aparición de dos vigorosos caudillos musulmanes cuya actuación decisiva logró la reconquista de la mayor parte de Palestina: Nur ad-Din y Salah ad-Din, más conocido como Saladino. Nur ad-Din unificó Siria bajo su mando, al tiempo que proclamaba la yihad o guerra santa contra los cristianos; de esta manera se aseguraba que los cruzados no pudieran aliarse con los turcos o con los fatimíes de Egipto contra él. Arrebató a los cruzados las tierras al este del río Orontes, amenazando Antioquía y Jerusalén, y pretendió el establecimiento de un pacto definitivo con Egipto. No obstante, sería su sucesor, Saladino, quien culminaría la tarea por él empezada: Saladino, de origen kurdo, fue enviado por Nur ad-Din a Egipto con el objetivo de reorganizar el ejército y la flota para completar el cerco sobre el ya maltrecho reino de Jerusalén.
A mediados de 1187 estalló la guerra entre francos y musulmanes a causa de los ataques de Reinaldo, que llegó incluso a amenazar la ciudad de La Meca; el enfrentamiento se saldó con la victoria de Saladino, quien derrotó al ejército cristiano en Hattin en julio de ese año. El rey Guido y los principales barones y maestres de las órdenes de caballería fueron apresados o murieron en la batalla. La frágil situación de los cristianos se puso de manifiesto ante el fulminante avance de Saladino: en octubre, Jerusalén y la práctica totalidad de Palestina cedían ante el poder musulmán. Los francos sólo pudieron conservar las ciudades de Tiro, Trípoli y Antioquía.
La tercera cruzada (1188-1192)
En Europa, la pérdida de Jerusalén causó una profunda conmoción. El papa Gregorio VII predicó una nueva cruzada, a la que se adhirieron los principales soberanos europeos: el emperador alemán Federico I Barbarroja y los reyes Felipe II Augusto de Francia y Ricardo I Corazón de León de Inglaterra.
La toma del puerto de San Juan de Acre y el control de la costa palestina fueron los únicos triunfos de la fracasada tercera cruzada. Miniatura de un manuscrito del s. XV de Speculum historiale (Museo Condé, Chantilly, Francia).
Los tres ejércitos acudieron por rutas separadas a Tierra Santa: el emperador lo hizo descendiendo por el Danubio hasta Bizancio, muriendo ahogado en el río Calicadno (actual Göksu, en Turquía) al poco de pasar al Asia Menor; mientras, ingleses y franceses llegaban a Palestina por vía marítima. La primera tarea de Ricardo y Felipe Augusto fue la de asegurarse el control de San Juan de Acre, la principal cabeza de puente con la que contaban las fuerzas cruzadas; pero a pesar de la rendición de la plaza, Felipe Augusto decidió volver a Francia. Por su parte, Ricardo derrotó a Saladino en las batallas de Arsuf y Jaffa; sin embargo, no logró recuperar Jerusalén ni el territorio interior de Palestina, y tuvo que conformarse con controlar el litoral.
Finalmente, se firmó un pacto entre Saladino y Ricardo según el cual los musulmanes seguían manteniendo el dominio sobre Jerusalén, con el compromiso de permitir el libre tránsito de los peregrinos a los Santos Lugares. La cruzada había vuelto a fracasar, más por la falta de unión entre los cruzados que por imposibilidad militar frente a las fuerzas de Saladino.
Cristianos contra cristianos en la cuarta cruzada (1202-1204)
A pesar de los fracasos cosechados, el nuevo papa Inocencio III promovió una nueva cruzada en 1202, a fin de socorrer a los cristianos de Tierra Santa y romper la supremacía del islam con la conquista de Egipto. En esta ocasión ningún monarca se mostró dispuesto a "tomar la cruz"; serían los barones franceses, alemanes y del norte de Italia quienes acudieran a la llamada. Los cruzados, dirigidos por Bonifacio de Monferrato, se concentraron en Venecia, cuyas naves debían trasladarlos hasta los puertos de Palestina.
Sin embargo, desde un principio surgieron complicaciones que ponían de manifiesto las verdaderas intenciones de Venecia en la empresa. La primera empresa de los cruzados fue la ocupación de la ciudad de Zadar, en la costa del mar Adriático; la ciudad, que pertenecía al reino de Hungría, fue entregada como pago a Venecia. A continuación, los cruzados se dirigieron a Bizancio.
La lucha por el control y la seguridad de Jerusalén fue la causa de los numerosos enfrentamientos entre musulmanes y cruzados, y motivó la intervención de las órdenes militares en la zona. Miniatura de un manuscrito del s. XV de Descriptio Terrae Sanctae (Biblioteca del Seminario, Padua, Italia).
Instigados por Venecia, al llegar a la capital del Imperio Bizantino, los cruzados participaron en una de las múltiples disputas palaciegas por el trono. Expulsados de la ciudad, los cruzados se reagruparon e iniciaron su asedio. Los motivos iniciales de la cruzada se habían abandonado y la conquista y el saqueo de las riquezas de Bizancio eran ahora el objetivo de los cruzados. Tras un duro y prolongado sitio, los cruzados asaltaron la ciudad y la sometieron a un terrible saqueo durante tres días. Dueños de la capital, nombraron emperador al conde Balduino IX de Flandes, que fundó el Imperio Latino de Oriente, sobre el que reinó como Balduino I. Durante los escasos cincuenta años de duración del imperio, los cruzados debieron mantener constantes luchas contra los griegos, que habían podido mantener un estado en Nicea (Asia Menor), contra los búlgaros de Macedonia y contra la creciente presión de los turcos desde el este.
La quinta cruzada y el olvido de Tierra Santa (1217-1220)
El papa Inocencio III predicó una nueva cruzada en 1215 que, por primera y única vez, sería dirigida y sufragada por el papado. El rey Andrés II de Hungría y numerosos caballeros alemanes debían dirigirse a Palestina para socorrer al rey de Jerusalén y emperador latino de Oriente, Juan I de Brienne, en la reconquista de Tierra Santa. El legado papal en la campaña, el cardenal de origen hispano Pelayo, ordenó la conquista de la plaza egipcia de Damieta, a fin de atacar después la ciudad de El Cairo y acabar con el mayor poder musulmán en la región, como paso previo para recuperar Jerusalén. Sin embargo, el sultán egipcio Al-Kamil derrotó a los cruzados ante El Cairo y los obligó a abandonar Egipto a finales de 1219.
La sexta cruzada (1228-1229)
Un personaje singular, el emperador alemán Federico II, encabezó la sexta cruzada. Con el objetivo de conquistar Tierra Santa, sobre cuyos territorios tenía derechos por su matrimonio con la princesa de Jerusalén, Yolanda de Brienne, el emperador reunió en Italia un poderoso ejército y se dirigió hacia Palestina. En 1227, el emperador desembarcó en San Juan de Acre, pero en lugar de atacar a los musulmanes entabló con ellos unas largas negociaciones que duraron dos años. Federico logró la entrega de Jerusalén a cambio de su compromiso para permitir la permanencia en ella de la población musulmana, libre para realizar su culto, y poner fin a la política agresiva del Occidente cristiano contra el Islam.
La segunda dominación cristiana de Palestina apenas duró quince años: en 1244, grupos de turcos procedentes de Asia central, de donde habían sido expulsados por los mongoles, asolaron Siria y, el 11 de julio, tomaron Jerusalén, que fue saqueada e incendiada. Sin embargo, la ofensiva de los mongoles de Hulagu contra los territorios musulmanes concedió a los cruzados de Palestina un respiro temporal.
El cruzado perfecto: san Luis, rey de Francia
Al igual que en 1187, la pérdida de Jerusalén causó una profunda conmoción en Europa. Ante este hecho, el piadoso Luis IX de Francia, rey luego canonizado por la Iglesia, organizó una nueva cruzada destinada, una vez más, a rescatar Tierra Santa. Luis IX partió de los puertos del sur de Francia y llegó a Chipre, desde donde se dirigió hacia Egipto. La conquista de Damieta (1249) permitió al rey francés el control del delta del Nilo; sin embargo, como en anteriores ocasiones, el clima y la falta de alimentos diezmaron al ejército cruzado. Los mamelucos egipcios consiguieron frenar el avance francés en la ciudad de Al-Mansura y, finalmente, obligaron a los cruzados a rendirse (1250), incluido el propio Luis IX, que tuvo que pagar un gran rescate por su liberación.
A mediados del s. XIII, la fatalidad impidió el éxito de las tropas comandadas por el rey Luis IX de Francia, que pretendían liberar la ciudad de Jerusalén y hacerse con el control del norte de África. Toma de Damieta, miniatura de Histoire de saint Louis, s XIV (Biblioteca Nacional de Francia, París).
El rey francés, que volvía derrotado a sus estados, no renunció a su ideal de caballero cruzado y, veinte años después de salir de Egipto, preparó una nueva expedición con el objetivo de conquistar Palestina. Sin embargo, en esta ocasión el primer objetivo no fue ni Palestina ni Egipto, sino la costa de Túnez, donde franceses e italianos tenían importantes intereses políticos y comerciales y desde cuyas plazas fuertes podrían lanzarse sobre Egipto. La expedición desembarcó sin contratiempos en Cartago (1270), pero al poco de poner pie en suelo tunecino se declaró una epidemia de peste que diezmó a los cruzados, incluido al rey francés. Su hermano y sucesor, Carlos de Anjou, se apresuró a firmar la paz con el emir de Túnez y regresó a Francia.
• El fin de la presencia cristiana en Tierra Santa
Sin posibilidad de recibir refuerzos desde Europa, la resistencia de los cristianos orientales ante la presión de los mamelucos egipcios era prácticamente nula. La derrota de los mongoles en la batalla de Ain Jalut (1260) a manos del sultán mameluco Qutuz, hizo que se desvanecieran las últimas esperanzas para los cruzados de Palestina. Liberado del peligro mongol y conocedor de la debilidad cristiana, el general Baybars, que había asesinado a Qutuz y asumido el sultanato, emprendió la ofensiva final.
El 14 de mayo de 1268, las fuerzas de Baybars entraron en Antioquía, la más importante de las ciudades francas, que había resistido durante 170 años los embates musulmanes; la ciudad fue arrasada hasta los cimientos y su población masacrada o esclavizada. La densa red de fortalezas que defendía los territorios cristianos fue desmantelada: la ocupación de la hasta entonces inexpugnable fortaleza del krak de los Caballeros (1271) reducía la presencia de los cruzados a unas pocas plazas costeras.
El nuevo sultán mameluco, Qalaun, continuó la política de su predecesor; mantuvo la tregua, pero se lanzó contra aquellas plazas cristianas que habían quedado fuera de los pactos. En 1289, Trípoli era arrasada y su población diezmada. La noticia llegó a Occidente y, en 1291, se presentó en Acre un nutrido ejército de francos que se cebó en los pacíficos mercaderes musulmanes de la ciudad. La reacción mameluca no se hizo esperar; ese mismo año se presentó ante Acre un gran ejército musulmán al mando del sultán Jalil, hijo y sucesor de Qalaun; la ciudad fue tomada al asalto y los cristianos que no pudieron huir fueron masacrados. Los últimos cruzados de ultramar decidieron evacuar Tiro, Beirut y Saida ante la inminencia del ataque mameluco, y se refugiaron en las islas de Chipre y de Rodas.
Las consecuencias de las cruzadas
Casi doscientos años después de la primera convocatoria, las cruzadas habían llegado a su fin; en principio, la situación política parecía no haber cambiado, pero la realidad era otra. Las cruzadas dejaron una profunda huella tanto en el Occidente cristiano como en el mundo islámico y en el Imperio Bizantino. Para la Iglesia de Roma cualquier guerra en la que la religión tuviera un papel importante pasaría a convertirse en cruzada. El mundo musulmán vivió las cruzadas como una calamidad, pues los cristianos habían llevado la destrucción a las prósperas ciudades de Palestina. El Imperio Bizantino, que había sufrido en propia carne la violencia de los cruzados, no obtuvo a cambio la tan deseada ayuda contra el avance de los turcos y su territorio fue objeto de la codicia de los caballeros feudales occidentales.
Pero si políticamente las cruzadas habían sido un desastre, no sucedió lo mismo en lo tocante a las relaciones comerciales. Los mercaderes europeos, que habían apoyado las numerosas campañas militares, lograron acabar con el monopolio musulmán y bizantino sobre el comercio de las especias orientales. Las grandes rutas comerciales que atravesaban Asia, como la de la seda, y llegaban a los puertos de Palestina fueron entonces dominadas por los comerciantes italianos, franceses y catalanes, que distribuían los productos de Oriente por Europa. De la misma manera, a través del contacto con Oriente se difundieron por Europa occidental nuevas técnicas productivas y gustos artísticos (literatura, arquitectura, pintura), a veces conocidos gracias al expolio al que fueron sometidos Bizancio y las tierras de Egipto y Palestina.

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