Monday, February 26, 2018

El Imperio napoleónico


De la República al Imperio
La revolución francesa representa el paso de un régimen monárquico absolutista, de una sociedad estamental y de una economía señorial, a un régimen parlamentario en el que predominaban los valores de la burguesía y los principios económicos del liberalismo. Fue, por tanto, el origen de casi todos los programas y de buena parte de la simbología que los liberales del s. XIX utilizaron para conseguir derrocar los gobiernos del Antiguo Régimen.
• La evolución del proceso revolucionario
El proceso revolucionario iniciado en 1789 se desarrolló en medio de una gran violencia e inestabilidad política, marcada por los enfrentamientos entre las dos principales corrientes republicanas: girondinos y jacobinos. Además, desde 1792, Francia se hallaba inmersa en una guerra contra las potencias europeas.
El 20 de septiembre de 1792 la Convención se abría con la noticia de la victoria del ejército republicano sobre las tropas austriacas en Valmy. En un primer momento fueron los girondinos los que controlaron la Convención: se abolió la monarquía y la República fue proclamada el día 21, elegido como inicio del año I de la nueva era republicana.
Sin embargo, el proceso y la ejecución de Luis XVI abrieron una brecha entre los miembros de la Convención y, por extensión, en toda Francia. Otras cuestiones agravaban la situación de la República; por una parte, la guerra contra la primera coalición antirrevolucionaria (Austria, Prusia, España, Países Bajos y Reino Unido), y por otra, la falta de alimentos que, unida a la leva forzosa, ponía en peligro la estabilidad interior. Así, el campesinado de la Vendée, animado por el clero refractario y la nobleza, se alzó en armas en 1793.
Napoleón I en el trono imperial (1806), de Jean Auguste Dominique Ingres (Museo del Ejército, París, Francia). El emperador aparece revestido por el manto imperial y rodeado de los atributos tradicionales del poder y la realeza: la corona de laurel, el cetro, la mano de justicia y la espada de Carlomagno.
En junio de 1793 los principales dirigentes girondinos eran arrestados y comenzaba la Convención jacobina que afirmó la soberanía popular, el sufragio directo y la eliminación absoluta del feudalismo, y adoptó una serie de medidas represivas para salvar la revolución: fue el período llamado del Terror. Esta política acabó por dejar sin aliados al Gobierno, y en julio de 1794 (9 de termidor del año II), éste fue eliminado por un golpe de estado que significó el triunfo de la burguesía moderada y puso fin a la posibilidad de una revolución popular.
La Convención termidoriana debió enfrentarse a levantamientos populares debidos a la persistencia de las dificultades económicas que fueron aplastados por el ejército, así como a la actividad de los monárquicos, quienes intentaron un golpe de fuerza el 5 de octubre de 1795 (13 del vendimiario del año III), reprimido por un general de carrera corta pero prometedora: Napoleón Bonaparte (1769-1821).
En la nueva Constitución elaborada en 1795 por la Convención se sancionó la preeminencia de los propietarios, desapreció el sufragio universal, aunque se mantuvo la igualdad legal, y se creó un nuevo órgano para el poder ejecutivo: el Directorio, integrado por cinco miembros.
• El golpe del 18 de brumario
En marzo de 1799 se formó la segunda coalición en la que participaban Reino Unido, Rusia, Austria, Piamonte, Nápoles y el Imperio otomano. A raíz de ello, la guerra tomó pronto un sesgo negativo para las tropas revolucionarias. Mientras, Napoleón Bonaparte, que se hallaba en plena campaña de Egipto, regresó a Francia, donde el Directorio se hallaba desprestigiado y acuciado por graves problemas, como la situación económica, la contrarrevolución realista y la guerra civil en la zona rural del oeste del país. Napoleón era consciente de que ante buena parte de la opinión pública aparecía como el único capaz de garantizar el orden.
El golpe de Estado de Brumario: Napoleón Bonaparte disuelve el Consejo de los Quinientos (cuadro de François Bouchot)
El golpe de estado que acaudilló el 9 de noviembre de 1799 (18 de brumario del año VIII) clausuró el Directorio. Los dos principales instigadores, el abate Emmanuel Sièyes (1748-1836) y Roger Ducos (1747-1816), contaban con el prestigio de Napoleón, quien con sus tropas terminó con la resistencia que ofrecía la cámara del Consejo de los Quinientos. Al día siguiente del golpe se formó el Consulado provisional, se decretó el fin del Directorio y se creó una comisión consular ejecutiva de la cual eran miembros Sièyes, Ducos y el propio Napoleón.
Al presentar la nueva Constitución ante la Asamblea, Napoleón proclamó: "La revolución se ha establecido sobre los principios que la originaron. La revolución ha terminado".
• El consulado: una República de notables
El Consulado puso término a un largo período de inestabilidad política. Los campesinos propietarios y la burguesía comercial, los dos grupos más beneficiados por la revolución, aspiraban a una estabilidad social y política que permitiese el mantenimiento del orden burgués surgido de los principios revolucionarios de 1789.
La política interior: una evolución autoritaria
La nueva Constitución de 1800 (año VIII) creó un sistema político que favoreció la concentración de poderes y dejó un escaso margen para la participación de los ciudadanos. Se estableció el sufragio universal, pero en la práctica, la participación se limitó a la elaboración de listas de notables, de las cuales surgían los miembros de las diferentes asambleas.
El poder ejecutivo recayó en tres cónsules elegidos por un período de 10 años, el primero de los cuales, Napoleón, acaparaba todo el poder. El poder legislativo residía en el primer cónsul y en tres asambleas: el Consejo de Estado, el Tribunado y el Cuerpo legislativo. La labor del Senado era velar por el cumplimiento de la Constitución. Esta tendencia a la concentración de poderes se reforzó en 1802: Napoleón fue proclamado, tras un plebiscito, cónsul vitalicio.
La Constitución, la reforma administrativa y la promulgación de un nuevo código civil cimentaron las transformaciones del primer período revolucionario: igualdad legal y fiscal, y derecho a la propiedad.
Napoleón parecía convencido de que sólo a través de la centralización administrativa se consolidaría la sociedad revolucionaria. La administración central y provincial fue modificada para que dependiera del gobierno de París. El prefecto, nombrado directamente por el Consulado, tenía como función hacer cumplir las órdenes del gobierno en su departamento. Además, los alcaldes de poblaciones con más de 5.000 habitantes eran nombrados directamente por el Gobierno. La administración de justicia también fue subordinada al gobierno central. Los miembros de los tribunales de casación fueron elegidos a propuesta del primer cónsul, y se suprimió la elección de los jueces, excepto los de paz.
Expansión del Imperio napoleónico. En el momento de su máximo auge, comprendía territorios directamente bajo la autoridad imperial y estados ocupados en pugna contra la soberanía francesa.
Se emprendió la redacción de un código civil, el llamado Código napoleónico (1804), para unir a toda la nación francesa bajo unas mismas leyes. Así, se fijaron los principios de libertad civil, de libre acceso a los cargos públicos, de igualdad legal o de libertad de trabajo y de propiedad.
La trascendencia del Código naponeónico fue enorme. Por un lado, significó el fin del Antiguo Régimen; por otro, fue el origen de la mayoría de las legislaciones liberales europeas. La obra legisladora quedó completada con la promulgación de otras leyes, como las de enjuiciamiento civil (1806) y criminal (1808) o el Código penal (1810).
La política exterior y el último período del Consulado
El Consulado continuó la guerra contra Austria, que, derrotada, firmó el tratado de Lunéville (1801), por el que reconocía a Francia la posesión de la orilla izquierda del Rin. Con el Reino Unido se firmó la paz de Amiens (1802); los británicos aceptaron las victorias francesas a cambio de las islas de Trinidad y de Ceilán, arrebatadas a españoles y neerlandeses.
Alcanzada la paz, se pudo acometer la pacificación interior y el control de las fuerzas opositoras. Con la excusa de un atentado contra el general Bonaparte, en diciembre de 1800, fueron detenidos y deportados la mayoría de los dirigentes jacobinos, y una vez descubierto que el atentado era obra de los realistas, fueron detenidos los partidarios del rey.
Napoleón intentó integrar a los monárquicos en el sistema político del Consulado. Así, permitió el regreso de los emigrados y buscó mejorar las relaciones con la Iglesia católica. El concordato de 1801 establecía el reconocimiento por parte del papa de la existencia de la República Francesa y aceptaba la venta de los bienes eclesiásticos a cambio de que el Estado se hiciese cargo del mantenimiento económico del clero y sus posesiones. También los protestantes se vieron beneficiados; su culto se reconocía oficialmente y sus ministros percibían un salario del Estado.
La expansión del Imperio
A pesar de la aparente estabilidad interior, la agitación realista, con complots para asesinar a Napoleón, continuaba. Por ello, se pensó que una nueva dinastía sería la mejor garantía contra el retorno del absolutismo. Napoleón fue nombrado emperador en 1804 por el Senado y ratificado por un plebiscito. El nuevo emperador restableció la tradición monárquica de la coronación religiosa y se hizo coronar por el papa Pío VII en la catedral de Notre-Dame de París.
• Las guerras europeas
El ejército del Imperio convirtió a Napoleón en dueño de buena parte de Europa. La Grande Armée mantuvo la mayoría de las características adquiridas durante la época revolucionaria, como la leva en masa o el ascenso por méritos, y el talento de Napoleón en el ámbito de la estrategia militar le permitió encadenar continuas victorias militares.
Napoleón en el campo de batalla de Eylau el 9 de febrero de 1807 (1808), de Antoine-Jean Gros (Museo del Louvre, París, Francia). El combate librado el día anterior contra las tropas rusas y prusianas en medio de una intensa tormenta de nieve fue uno de los más sangrientos de las campañas napoleónicas.
La seguridad conseguida tras el tratado de Amiens duró poco tiempo. La imposibilidad de llegar a algún tipo de acuerdo comercial, junto con las ambiciones de Francia sobre Egipto o la India, motivaba la desconfianza del Gobierno británico. En abril de 1805 el Reino Unido se alió con Rusia con unos objetivos muy claros: el restablecimiento de las fronteras francesas de 1792. Con Suecia, aliada de Rusia, Austria y Nápoles quedó constituida la tercera coalición.
La primera gran batalla de la guerra se libró en Trafalgar, en octubre de 1805. Napoleón buscaba un ataque frontal contra el Reino Unido; para ello reunió una gran flota con el apoyo de la armada española. La escuadra francoespañola fue casi aniquilada por los británicos mandados por el almirante Nelson, que murió en el combate. El emperador se concentró entonces en controlar la Europa continental.
Con el triunfo de Francia sobre el ejército austrorruso en Austerlitz (diciembre de 1805), Austria quedó desposeída de cualquier territorio en la península Itálica y sin ninguna autoridad sobre los príncipes alemanes. En agosto de 1806, Francisco II (1768-1835) abandonó la corona de un Sacro Imperio, que dejaba de existir. En Italia, Napoleón nombró rey de Nápoles a su hermano José (1768-1844).
Mientras, se había creado la Confederación del Rin mediante la alianza de los príncipes del centro y el sur de Alemania, con lo que se proyectó una política de unificación alemana bajo control francés. Prusia, que albergaba también ambiciones sobre el futuro de Alemania, organizó la cuarta coalición en 1806, en la que entraron a formar parte Rusia y el Reino Unido. Prusia fue derrotada en apenas un mes; tras vencer en Jena el 14 de octubre de 1806, la caballería francesa, mandada por el mariscal Joaquín Murat, alcanzó Berlín el 21 de octubre. Los rusos serían vencidos a principios de 1807 en Friedland (Prusia oriental).
Después de la derrota de ambos países, y con el ejército ruso casi intacto, se firmó la paz de Tilsit en 1807, en la que se acordó la creación del Reino de Westfalia, gobernado por un hermano de Napoleón, Jerónimo (1784-1860), y del Gran Ducado de Varsovia. En la práctica, el tratado de Tilsit significó el reparto de Europa en dos zonas de influencia: el oeste del Vístula, bajo control francés, y el este, bajo dominio ruso.
• El bloqueo continental
En 1807 sólo el Reino Unido resistía. Después de la derrota sufrida en Trafalgar, Napoleón comprendió que la invasión de las islas Británicas era imposible y decidió aplicar el llamado bloqueo continental, que consistía en la ruptura de las relaciones comerciales con el Reino Unido por parte de Francia y de sus aliados, y en el desarrollo industrial del continente con el objeto de prescindir de los productos británicos y, a la larga, arruinar mediante la competencia a la floreciente industria británica. Ahora bien, el bloqueo acarreó serios problemas a la economía francesa, ya que sus principales ciudades portuarias, como Burdeos o Le Havre, quedaron desprovistas de mercancías y los campesinos franceses vieron desaparecer los mercados británicos donde colocaban parte de sus productos.
El pastel en peligro (1805), grabado coloreado por James Gillray alusivo a las negociaciones comerciales entre el Reino Unido y Francia, cuyo fracaso impulsó la tercera coalición: el primer ministro británico William Pitt el Joven se reparte el mundo con Napoleón, quien se reserva la porción de Europa continental.
De esta forma, en 1811, la crisis económica golpeaba a los dos países rivales por igual, y la burguesía que apoyaba a Napoleón empezó a manifestar su descontento.
• La guerra de la Independencia española
España se hallaba bajo dominio napoleónico desde 1808, cuando Napoleón había forzado la abdicación de Carlos IV y Fernando VII y convertido a su hermano, José Bonaparte, en rey de España.
La guerra de la Independencia significó no sólo el rechazo a la dominación francesa y al nuevo rey, José I, sino la voluntad, por parte de sectores reformistas españoles, de imponer cambios en el sistema político.
Así pues, las tropas napoleónicas se vieron envueltas en una guerra en territorio español y pronto quedó demostrado ante Europa que no eran invencibles. En agosto de 1808, los franceses fueron derrotados en Bailén (Jaén) y, a consecuencia de ello, el propio José I huyó de Madrid. El conflicto español se internacionalizó desde el momento en que la Junta envió emisarios al Reino Unido solicitando el apoyo a la revuelta antifrancesa. Después de la batalla de Bailén se formó la quinta coalición en la que intervinieron el Reino Unido, Portugal, España y Austria.
Napoleón Bonaparte en Madrid el 3 de diciembre de 1808 (1810), de Charles Horace Vernet (Museo del Palacio de Versalles, Francia). La resistencia española, que había recuperado el control de la capital tras la huida de José I, obligó a Napoleón a asumir en persona el mando de su ejército en la Península desde noviembre de 1808 hasta enero de 1809.
Durante 1809 y 1810, en plena guerra de la Independencia, Napoleón obtuvo varios éxitos militares a costa de Austria, la cual poco después, tras la firma de la paz de Viena, cedió más territorios a Francia. Al poco tiempo, la boda entre Napoleón y la hija del emperador de Austria, Maria Luisa, pareció poner fin al enfrentamiento entre los dos imperios.
• La extensión de los principios revolucionarios
La tesis girondina de extender la revolución a Europa se había hecho realidad con Napoleón. En general, todo el territorio dominado por Francia se vio afectado por procesos similares. A la ocupación militar seguía el establecimiento de un gobierno formado por ilustrados o revolucionarios locales dispuestos a acabar con el Antiguo Régimen y modernizar el país.
Las medidas más importantes aplicadas por la administración imperial fueron la abolición de los privilegios de los estamentos nobiliario y eclesiástico, la liberación de los campesinos sometidos aún al feudalismo, el libre acceso de todos los varones a cargos públicos y la aplicación del Código civil. Todos los territorios del Imperio tuvieron que contribuir también con hombres e impuestos al mantenimiento de las campañas militares, de la misma forma que contribuían al bloqueo continental contra el Reino Unido.
El período comprendido entre 1810 y 1812 fue la época de máximo esplendor del Imperio napoleónico, que comprendía un vasto territorio de 750.000 km2 y reunía 50 millones de habitantes. Según el tipo de soberanía se podían distinguir varias zonas. En primer lugar, el territorio francés propiamente dicho, cuyas fronteras se extendían de Hamburgo hasta Roma y que contaba con 130 departamentos. Los países regidos por miembros de la familia de Napoleón: Westfalia, el gran ducado de Berg, Países Bajos, Nápoles y España, nominalmente independientes, formaban otra categoría en la que se introdujo parte de las nuevas políticas, especialmente la supresión de los derechos feudales. El Reino de Italia y las Provincias Ilíricas eran territorios de autoridad imperial directa. Otro tipo de soberanía se ejercía sobre los estados protegidos, que sin estar ocupados, aceptaban la superioridad francesa; éste era el caso de la Confederación del Rin, la Confederación Helvética y el Gran Ducado de Varsovia.
La caída del Imperio
El año 1812 marcó un punto de inflexión definitivo para el Imperio napoleónico. La guerra de España y la campaña de Rusia fueron elementos claves que contribuyeron al derrumbamiento del Imperio.
• La restauración absolutista
La campaña de Rusia fue consecuencia de la ruptura de la alianza franco-rusa. El zar Alejandro I (1777-1825), que desconfiaba de los ideales revolucionarios y no veía con buenos ojos el acercamiento austriaco al Imperio, rompió el tratado de Tilsit. Napoleón decidió intervenir y, con un ejército de más 500.000 hombres, entró en Rusia en el verano de 1812. Aunque se alcanzó Moscú, que fue incendiado, la dureza del clima y la fuerte resistencia rusa le obligaron a ordenar la retirada. Las bajas del ejército imperial superaron los 400.000 hombres. Por primera vez, Napoleón volvió a París derrotado.
El incendio de Moscú, grabado coloreado del s. XIX (Biblioteca Marmottan, Boulogne-Billancourt, Francia). El fuego que devoró la ciudad en septiembre de 1812 acabó de decidir la desastrosa retirada de Rusia de las tropas napoleónicas, diezmadas por el hambre y el frío.
Los fracasos en Rusia y en España animaron a los enemigos del emperador, que formaron la sexta coalición. El gran número de frentes abiertos dificultó la defensa, y las derrotas de Leipzig (1813) y Vitoria (1813) despejaron el camino hacia Francia a los ejércitos aliados. El 30 de marzo de 1814, París fue ocupado y Napoleón destituido por el Senado, para finalmente abdicar el 6 de abril. Los aliados aceptaron dejar a Napoleón el título imperial, una renta y la soberanía de la isla de Elba.
De esta manera, los Borbones fueron restaurados en el trono de Francia en la persona de Luis XVIII, hermano de Luis XVI. Pero la revolución no había acontecido en vano y el Antiguo Régimen no pudo ser reinstaurado en las mismas condiciones.
Mientras, entre 1814 y 1815, las potencias vencedoras de Napoleón –Austria, Prusia, Rusia, el Reino Unido– y la propia Francia se reunieron en Viena para tratar cuestiones territoriales, acordar el nuevo trazado de fronteras e instaurar un nuevo orden internacional.
• El Imperio de los cien días
Desde la isla de Elba, Napoleón siguió los acontecimientos de Francia y, cuando los Borbones empezaron a ser impopulares, reunió una pequeña tropa de 1.000 hombres y desembarcó en Francia, en marzo de 1815, con la intención de recuperar su Imperio. En unos pocos días, y sin disparar un tiro, ocupó París. Napoleón había vuelto al poder y se decantó por una reforma liberal del Imperio. El número de electores aumentó, los ministros fueron declarados responsables ante las cámaras y se suprimieron la censura y los tribunales de excepción.
La séptima y última coalición se formó entre británicos, neerlandeses y prusianos para acabar definitivamente con Napoleón, quien fue vencido en junio en la batalla de Waterloo (Bélgica). Derrotado definitivamente, se firmó la II paz de París, en la que Francia fue tratada muy duramente: tuvo que pagar una fuerte indemnización económica a los vencedores y consentir la presencia de tropas extranjeras en su territorio.
Napoleón falleció en 1821 en la isla de Santa Elena, frente a las costas de África del Sur, donde había sido desterrado, y hasta 1840, su cuerpo no fue trasladado a París, para recibir sepultura en el panteón de Los Inválidos de la capital francesa.

No comments:

Post a Comment