Sunday, February 25, 2018

El imperio español


Los orígenes: los Reyes Católicos
El Imperio español, el conjunto de los territorios regidos por la monarquía española entre los ss. XVI y XIX, que alcanzó su máximo esplendor durante los reinados de Carlos I y de Felipe II, entre 1516 y 1598, y que finalizó con la pérdida de los territorios insulares de Cuba, Puerto Rico y Filipinas (1898) a favor de Estados Unidos, comenzó a fraguarse con el matrimonio entre los príncipes herederos Isabel de Castilla y Fernando de Aragón (1469). Este matrimonio significó la unión de sus reinos cuando ambos accedieron a sus respectivos tronos (1479): Isabel lo hizo tras salir victoriosa en la guerra de sucesión que le enfrentó a su sobrina Juana y Fernando tras la muerte de su padre, Juan II de Aragón. Los monarcas gobernaban conjuntamente sus reinos, aunque cada uno de ellos conservó su propia personalidad institucional y cultural. Los Reyes Católicos, dentro de un amplio programa de fortalecimiento del poder real, pretendieron la unificación del espacio político hispano bajo una misma corona: pusieron fin al Reino musulmán de Granada (1492) y, ya muerta la reina Isabel, Fernando anexionó el Reino de Navarra (1512).
En cuanto a la política exterior, los Reyes Católicos aunaron en un esfuerzo común las energías de ambas coronas para defender sus intereses internacionales anteriores a la unión dinástica. En principio, la política exterior de los Reyes Católicos se centró en la defensa de los intereses aragoneses: Francia restituyó la Cerdaña y el Rosellón (tratado de Barcelona, 1493), ocupados durante la guerra civil catalana, y se conquistó Nápoles (1504), tras derrotar a las fuerzas francesas. La conquista del Reino nazarí de Granada posibilitó la continuación de la expansión hacia el sur, y se aseguró el dominio del Mediterráneo occidental con la conquista de las plazas de Melilla (1497), Mazalquivir (1505), Vélez de La Gomera (1508) y Orán, Bugía y Trípoli (1509-1510). En el área atlántica, donde Castilla tenía como competidor a Portugal, se incorporó definitivamente el archipiélago de las Canarias (1493) y, sobre todo, se inició la colonización de los territorios de América, a los que recientemente había llegado Cristóbal Colón (1492). Con Portugal se cerró un acuerdo (tratado de Tordesillas, 1494) que tenía como objetivo delimitar las respectivas áreas de ocupación, que quedaban separadas por una línea imaginaria, trazada de norte a sur, situada a 370 leguas al oeste de Cabo Verde.
Carlos I de España y V de Alemania
Del matrimonio de Isabel y Fernando nacieron cinco hijos: Isabel, Juan, Juana, María y Catalina. La política matrimonial de los Reyes Católicos tejió una densa red de relaciones familiares entre la monarquía hispánica y las casas reales europeas como mecanismo para consolidar su poder y aislar a Francia. Así, se pactaron los matrimonios de Isabel con el príncipe Alfonso de Portugal, del príncipe Juan con Margarita de Austria, de Catalina con el príncipe Arturo de Gales y de Juana con Felipe el Hermoso, archiduque de Austria e hijo del emperador Maximilano I.
Carlos I de España y V de Alemania
La muerte sin descendencia del príncipe Juan (1497) y del infante Miguel (1500), habido del segundo matrimonio de la princesa Isabel con el rey Manuel de Portugal, hicieron recaer la sucesión al trono castellano en la princesa Juana y en su marido Felipe, terceros en la línea sucesoria. De este matrimonio había nacido Carlos de Gante (1500-1558), quien, tras la incapacitación por locura de su madre y la muerte de su padre (1506) y del príncipe Juan de Aragón, hijo de Fernando el Católico y de su segunda esposa, Germana de Foix, se convertía en heredero del gran patrimonio de ambas dinastías. Carlos fue proclamado rey de las coronas castellana y aragonesa en 1516, tras la muerte de su abuelo Fernando el Católico, regente de Castilla durante su minoría de edad.
• La herencia de Carlos V
Carlos reunió la herencia de sus cuatro abuelos: el emperador Maximiliano de Habsburgo, María de Borgoña, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla. De los maternos recibió la Corona de Aragón, que comprendía los reinos hispanos de Aragón, Valencia y Mallorca y el principado de Cataluña, la isla de Cerdeña y los territorios italianos de Sicilia y Nápoles, y la Corona de Castilla que, junto a los territorios peninsulares, comprendía las plazas norteafricanas, las islas Canarias y los territorios de América: entre 1519 y 1522, Hernán Cortés conquistó el Imperio azteca; una década más tarde, Francisco Pizarro hizo lo propio con el Imperio inca; en 1540, Pedro de Valdivia ocupó Chile, y, en 1541, Francisco de Orellana tomó posesión de la Amazonia. El territorio de la América española fue dividido administrativamente en dos grandes circunscripciones: los virreinatos de Nueva España (1535) y del Perú (1542).
De su abuelo paterno recibió el patrimonio de la casa de Habsburgo (Austria, Estiria, Carintia, Carnila y Tirol) y el derecho a acceder al título de emperador del Sacro Imperio romano germánico. Por parte de su abuela paterna heredó los bienes de la casa ducal de Borgoña, esto es, los Países Bajos (Luxemburgo, Brabante, Güeldres, Limburgo, Artois y Flandes), el Franco Condado y el Charolais. La Borgoña propiamente dicha había sido ocupada por Francia tras la muerte de Carlos el Temerario (1477).
La herencia de Carlos V
Haciendo efectivos sus derechos, Carlos fue nombrado emperador por los príncipes electores alemanes el 28 de junio de 1519. Sus dominios constituían un mosaico de territorios diferentes entre sí, cada uno con su propia historia, lengua, leyes e instituciones de gobierno que el emperador debía respetar; lo que significaba que la clase y el grado de su dominio variaban enormemente de un territorio a otro, dependiendo de sus respectivos privilegios. Su política había de mantener un singular equilibrio entre los intereses locales y los imperiales. Además, los territorios tenían fronteras discontinuas que hacían muy difícil su defensa; el Milanesado, entre los territorios imperiales de Italia y el Franco Condado, fue motivo de disputas continuas entre el emperador y Francisco I de Francia, que se veía rodeado por las posesiones imperiales.
• Objetivos de la política imperial de Carlos V
A fin de hacer efectiva la supremacía de su autoridad sobre las leyes particulares de sus territorios, el emperador llevó a cabo una política centralizadora. Dentro de este mismo programa, como emperador, Carlos V estaba obligado a defender los intereses de la Iglesia frente a los ataques del incipiente movimiento protestante, lo que no impidió que sometiera a un duro saqueo la ciudad de Roma (1527) cuando el papa Clemente VII se alió con Francia en la liga de Cognac (1526).
Fue precisamente durante su mandato imperial cuando estallaron los conflictos que habrían de significar el fin de la unidad de la cristiandad europea occidental, amenazada en dos frentes: de un lado, las luchas intestinas, políticas y religiosas, generadas por la reforma religiosa promovida por Martín Lutero (1517) y por la rebeldía de algunos príncipes alemanes luteranos; de otro, el avance turco en los Balcanes y el norte de África.
• La defensa del Imperio
La política de Carlos V en defensa de los territorios y de la unidad del Imperio hubo de atender a tres frentes: el abierto por el peligro que representaba la expansión del Imperio otomano, el de las luchas con Francia y el de los problemas generados por el triunfo de la Reforma en la Europa central.
El avance de los turcos otomanos en el Danubio central y en el norte de África suponía un serio peligro para los dominios de los Habsburgo en Europa central y para el control del comercio mediterráneo. La estrategia turca consistía en apoyar toda la oposición a Carlos V, bien fuera Francia, bien los príncipes protestantes o los corsarios berberiscos. En este sentido, los privilegios comerciales que concedió la corte otomana a Francia tuvieron una enorme repercusión política porque sirvieron para romper la unidad de la Europa cristiana. Así, tras el desastre de sus fuerzas ante Argel (1541), cuartel general de Barbarroja, Carlos V renunció a su política en el Mediterráneo y centró su atención en los territorios europeos.
El 24 de febrero de 1530 Carlos V fue coronado emperador por el papa Clemente VII. Sería la última vez que un emperador del Sacro Imperio romano germánico fuese coronado por un pontífice. Entrada de Carlos V en Bolonia, por Juan de la Corte (Museo de Santa Cruz, Toledo, España).
Por lo que respecta a las guerras con Francia, la causa directa estaba en las pretensiones del emperador sobre la Borgoña francesa y las de Francisco I sobre Navarra y el Milanesado. Tras ser derrotado en la batalla de Pavía (1525), el rey francés, que había caído prisionero, se comprometió, a cambio de su libertad, a ceder en sus pretensiones y a entregar Borgoña al emperador (tratado de Madrid, 1526). Sin embargo, una vez liberado, Francisco I no tardó en formar una nueva coalición contra Carlos V (liga de Cognac). La respuesta del emperador provocó el saqueo de Roma (1527) a manos de lansquenetes alemanes. La paz de Cambrai (1529) vendría a ratificar el tratado de Madrid, salvo en lo referente a Borgoña, que continuaría ligada a Francia. En 1542, tras la investidura del príncipe Felipe (futuro Felipe II) como duque de Milán estalló de nuevo la guerra, que se trasladaba ahora a la Lorena y Países Bajos. La paz de Crépy (1544) puso fin, sólo momentáneamente, a la lucha. Finalmente, con los contendientes agotados y sin haber logrado ninguna ventaja apreciable sobre el enemigo, se llegó a la tregua de Vaucelles (1556).
En lo que se refiere a los conflictos generados por la Reforma protestante, la creación de la liga de Smalkalda (1531), que reunía a los estados alemanes luteranos, con Sajonia y Hessen a la cabeza, significaba la ruptura entre éstos y el emperador. La convocatoria del concilio de Trento (1545) no impidió que Carlos V empleara las armas cuando el elector de Colonia apostató de la fe católica y dio la mayoría en el colegio electoral imperial a los protestantes. En Mühlberg (1547), el emperador derrotaba a las fuerzas de la liga, pero no lograba atajar el conflicto. Así, la firma de la paz de Augsburgo (1555) le obligó a reconocer oficialmente la división religiosa entre luteranos y católicos que ponía en entredicho la misma autoridad imperial. Un año después, Carlos V, que no había podido realizar con éxito ninguno de sus proyectos políticos, abdicaba y se retiraba al monasterio cacereño de Yuste, donde moriría en 1558.
El reinado de Felipe II
Carlos V dividió sus dominios entre su hijo Felipe, al que legaba la mayor parte de su patrimonio, y su hermano Fernando, que era nombrado emperador (Fernando I) y recibía el patrimonio de los Habsburgo. Felipe II era fruto del matrimonio del emperador con su prima Isabel de Portugal, quien, debido a las prolongadas ausencias de Carlos de la corte española, había actuado como regente hasta su muerte (1539).
Felipe II de España
• Posesiones de Felipe II
Felipe II se convirtió en el monarca más poderoso de su tiempo, con un inmenso patrimonio. A los territorios peninsulares de las coronas de Castilla y de Aragón se sumaban los dominios en América y en el océano Pacífico (Filipinas); en África, las Canarias, Ceuta, Melilla, Orán, Bugía y Túnez; en Italia, Nápoles, Sicilia y el Milanesado, además de Cerdeña. A todos estos territorios se añadía la herencia borgoñona, y en 1580 lograba ser proclamado rey de Portugal, con lo cual unía a su patrimonio el territorio portugués peninsular y todas sus posesiones en África (Angola, Mozambique, Guinea), en América (Brasil) y en Asia (Goa, Macao).
• Objetivos y conflictos del reinado
El mantenimiento del poderío de la monarquía hispánica y la recuperación de la unidad religiosa fueron los grandes objetivos del reinado de Felipe II. Sin embargo, el rey español tuvo en su contra una serie de graves conflictos: la rebelión de Países Bajos, el enfrentamiento con la Inglaterra de Isabel I, el fortalecimiento del protestantismo en el seno de sus dominios y el peligro que suponía el poderío turco en el Mediterráneo y en la Europa oriental, y que tendría ramificaciones en la rebelión de los moriscos de Las Alpujarras (1568-1570).
Tras su victoria sobre Enrique II de Francia (batalla de San Quintín,1557), Felipe II firmaba con el rey francés los tratados de Cateau-Cambrésis (1559), que ponían fin a las disputas por el control de Italia, que quedaba en manos españolas, y aseguraban una paz duradera entre ambas coronas. La paz con Francia permitió a Felipe II atender a las agresiones turcas en el Mediterráneo y formar, con el papado y Venecia, la Liga Santa (1570), a fin de lanzar una potente ofensiva contra los turcos, a los que infligió una severa derrota en la batalla de Lepanto (1571).
En 1588, con la excusa de la muerte de María Estuardo, Felipe II envió a Inglaterra una poderosa flota. Su objetivo era destronar a Isabel I, que apoyaba la sublevación de los Países Bajos. La operación militar fue un fracaso. Litografía de la Armada Invencible (Museo Marítimo, Barcelona, España).
Isabel I de Inglaterra, ya decantada hacia el protestantismo (fue excomulgada en 1570), se convirtió en la principal ayuda de los sublevados de los Países Bajos, al tiempo que iniciaba las hostilidades contra España. Por su parte, Felipe II fomentaba las conspiraciones de los católicos ingleses, con María Estuardo a la cabeza. En 1588 se hizo a la mar con destino a Inglaterra una potente escuadra española, bautizada con el nombre de Armada Invencible. Pero la proyectada invasión de los dominios de Isabel I se transformó en un enorme desastre militar que reforzó a los enemigos de Felipe II.
Luces y sombras: Portugal y Países Bajos
El mayor problema al que tuvo que enfrentarse Felipe II fue la revuelta politicorreligiosa de los Países Bajos (guerra de los Ochenta Años, 1568-1648), que ocupó un lugar central en la historia moderna de Europa. El inicio del conflicto se produjo en 1568, cuando el malestar de los nobles que formaban el Consejo de Estado de los Países Bajos por el predominio del Consejo Privado de la gobernadora Margarita de Parma derivó en rebelión al intentar el rey español imponer el tribunal de la Inquisición y aplicar las disposiciones contrarreformistas del concilio de Trento. Los rebeldes fueron liderados por Guillermo de Nassau, príncipe de Orange y gobernador de Holanda, Zelanda y Utrecht. La dura política represiva del nuevo gobernador, Fernando Álvarez de Toledo, duque de Alba, que estableció el tribunal de los Tumultos –conocido como tribunal de la Sangre por la crueldad de sus sentencias–, logró que las tropas españolas recuperasen el control de todas las provincias. Sin embargo, poco tiempo después provocó el levantamiento generalizado de las provincias nórdicas.
La construcción del monasterio de San Lorenzo de El Escorial fue ordenada por Felipe II para albergar los restos de su padre (Carlos V) y para conmemorar la batalla de San Quintín. Fresco de la batalla de San Quintín, obra de Fabricio Castello (Galería de las Batallas, Monasterio de San Lorenzo el Real de El Escorial, Madrid, España).
La bancarrota de la corona española (1575) significó la paralización de las campañas en los Países Bajos y propició que, en 1576, las tropas de los tercios allí acantonadas se sublevaran a causa del impago de las soldadas y sometieran a un durísimo saqueo a la ciudad de Amberes, donde asesinaron a 7.000 de sus habitantes, lo que provocó la sublevación de todas las provincias, protestantes y católicas. La política del nuevo gobernador don Juan de Austria, mezcla de fuerza y diplomacia, no tuvo los efectos deseados ya que una nueva bancarrota y las intrigas en la corte de Madrid impidieron la llegada de ayudas desde España. Sí los tuvo la política de división emprendida por el nuevo gobernador Alejandro Farnesio: en 1579, las provincias católicas del sur formaban la Unión de Arras (Artois, Hainaut y el Flandes valón), y las del norte, calvinistas, hicieron lo propio en la Unión de Utrecht (Holanda, Zelanda, Utrecht, Güeldres, Overijssel, Frisia y Groninga), anticipo de lo que sería luego la República de las Provincias Unidas.
En 1581, con la firma del acta de Abjuración, las provincias del Norte deponían a Felipe II como señor de los territorios gobernados por Guillermo de Nassau. La ofensiva lanzada por el duque de Parma (conquistas de Maastricht, en 1580, y de Amberes, en 1585) dejó a Zelanda y Holanda como únicos territorios no sometidos. Sin embargo, el desastre de la Armada Invencible y una nueva bancarrota (1597) obligaron al rey a buscar una solución de compromiso: en 1598, Felipe II entregaba el gobierno de los Países Bajos a su hija Isabel Clara Eugenia y al marido de ésta, el archiduque Alberto, aunque mantenía guarniciones españolas en todas las grandes ciudades.
En 1598, Felipe II moría en el monasterio de El Escorial, dejando a su sucesor un enorme patrimonio territorial pero, también, una pesada herencia de conflictos sin resolver y unos reinos agotados por la continua sangría humana y económica.
El Imperio bajo los Austrias menores
El s. XVII fue el de los reinados de los denominados Austrias menores, por contraposición a los de Carlos V y Felipe II, conocidos como Austrias mayores. Durante los reinados de Felipe III, Felipe IV y Carlos II, la potencia de la monarquía hispánica, socavada por una crisis generalizada, fue diluyéndose en multitud de conflictos. La debilidad española fue aprovechada por la monarquía francesa, que consolidó su hegemonía en Europa, al tiempo que España perdía la casi totalidad de sus territorios europeos.
Territorio europeo del Imperio español bajo el reinado de Felipe II. Felipe II estuvo al frente de un vastísimo territorio que, más allá de Europa, incluía las posesiones portuguesas y españolas en África, América, Filipinas y la costa este asiática. La mala gestión de las riquezas proporcionadas por estos territorios y los conflictos armados que se sucedían en los Países Bajos contribuyeron a que, a finales del s. XVI, el Imperio español sufriera sucesivas bancarrotas.
A la pérdida definitiva de las provincias nórdicas de los Países Bajos (1648), merced a las paces de Westfalia, que ponían fin a la guerra de los Treinta Años (1618-1648), se añadió la separación del reino de Portugal (1668). Unos años antes (1640) se había producido la rebelión de Cataluña, que, con el asesinato del virrey Santa Coloma y la formación de una Junta de Brazos en sustitución de las cortes y sin representación real, se sustrajo a la soberanía de Felipe IV y quedó vinculada a Francia hasta que, en 1652, las tropas de Juan José de Austria ocuparon Barcelona. Movimientos separatistas similares habían tenido lugar en Nápoles y en Sicilia, sofocados también por Juan José de Austria (1648). La sangría de territorios europeos a favor de Francia se concretó con la firma de la paz de los Pirineos (1659): el Rosellón y buena parte del Conflent y de la Cerdaña, en los Pirineos, y el Artois y otros enclaves estratégicos en los Países Bajos españoles pasaron así al Reino francés. El Franco Condado pasaría a Francia tras la firma de la paz de Nimega (1678).
La nueva dinastía de los Borbones
Carlos II, el último de los reyes españoles de la casa de Austria, murió en 1700 dejando abiertas muchas dudas sobre el futuro de la monarquía. La larga guerra de sucesión que se inició a su muerte entre los dos candidatos al trono español, Felipe de Anjou y el archiduque Carlos de Austria (futuro emperador Carlos VI), acabó en 1714 con la ocupación de Barcelona, último reducto contrario a Felipe. La victoria del duque de Anjou, nieto del rey Luis XIV de Francia, significaba la llegada al trono español de una nueva dinastía, de origen francés: la de los Borbones.
• La pérdida del Imperio europeo
Con la firma de los tratados de Utrecht (1713), que ponían fin al conflicto entre las potencias europeas desatadas por la sucesión de Carlos II, Felipe de Anjou era reconocido como rey de España y de las Indias españolas. A cambio, la monarquía española perdía sus territorios de los Países Bajos del sur, el Milanesado, Cerdeña y Nápoles, que pasaban, como compensación, al emperador Carlos VI; Sicilia quedaba para Víctor Amadeo II de Saboya, y Menorca y Gibraltar para la corona inglesa. Se ponía así fin al Imperio europeo que décadas atrás había heredado Felipe II. A partir de estos momentos, los reyes españoles concentraron sus esfuerzos en los territorios americanos bajo su soberanía.
• La reforma del Imperio americano
La reforma colonial, o "reacción española", como la ha definido el historiador John Lynch, llevada a cabo sobre todo durante el reinado de Carlos III, estaba destinada a incrementar los ingresos de la maltrecha hacienda real y a racionalizar la administración de los territorios americanos de acuerdo con las ideas ilustradas. A tal fin, se acabó con la venta de los cargos públicos y se instituyó la figura del intendente, que sustituía a las anteriores del alcalde mayor y del corregidor en el control de los asuntos fiscales. Además, se crearon dos nuevos virreinatos: Nueva Granada (1717) y Río de la Plata (1776), así como nuevas capitanías generales. La más importante de las medidas económicas fue el decreto de libertad de comercio entre los territorios americanos y los puertos españoles de la península Ibérica (1778), con lo que se puso fin al monopolio que mantenía el puerto de Cádiz. Esto comportó un importante aumento de los ingresos de la hacienda real en forma de impuestos aduaneros, objetivo último de la medida.
La pérdida del Imperio colonial
La ocupación francesa de España y la disolución de la Junta Central (1808) significaron la ruptura de los territorios americanos con las autoridades nombradas desde la metrópoli; éstas perdieron la legitimidad y se crearon juntas locales de gobierno (Caracas, Buenos Aires, Perú, Bogotá, Quito), al igual que sucedía en los territorios europeos de la monarquía española. La soberanía era asumida por el pueblo, siguiendo el ideal de la revolución francesa y de los independentistas estadounidenses. Pese a las derrotas sufridas ante las fuerzas realistas españolas (1814-1816), el movimiento se transformó en abiertamente revolucionario contra la restauración absolutista de Fernando VII. Las revoluciones de Quito, Colombia, Chile, Venezuela y México fueron aplastadas; tan sólo seguía vivo el foco de las Provincias Unidas del Río de la Plata, que declararon su independencia en el congreso de Tucumán (1816).
La ofensiva de los patriotas independentistas vendría del doble liderazgo de José de San Martín y Simón Bolívar. El primero, desde la ciudad argentina de Mendoza, penetró en Chile y, aliado con el chileno Bernardo O'Higgins, derrotó a los realistas en Maipo (1818), con lo que aseguró la libertad de Chile. Desde aquí preparó la ofensiva contra Perú, el gran bastión de los realistas. San Martín obligó al virrey La Serna a evacuar Lima y refugiarse en Cusco, donde mantuvo una sólida posición realista. Por su parte, Bolívar avanzó desde Angostura hasta Nueva Granada y, tras derrotar a los realistas en Boyacá, entró en Bogotá (1819) y fundó la República de la Gran Colombia, que comprendía los territorios de Venezuela, Cundinamarca (Nueva Granada) y Quito.
Mapa de las pérdidas coloniales de España en 1898. La llamada crisis del 98 se acentuó con la pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas, ya que fueron las tres últimas colonias que perdió el Imperio español.
La revolución española de 1820, liderada por el general Riego, empeoró la crítica situación de los realistas americanos, que vieron cómo las tropas de refuerzo que debían llegar desde España se sublevaban contra Fernando VII. En México, la revolución española provocó un movimiento conservador en el que se aliaron el ejército, la Iglesia y los grandes terratenientes, y a la cabeza del que se puso Agustín de Iturbide, que dirigió la lucha contra la guerrilla revolucionaria de Vicente Guerrero. En 1821, Iturbide proclamaba la independencia de México (plan de Iguala); un año después, un golpe militar pidió la corona de México para Iturbide, que fue proclamado emperador hereditario de México como Agustín I.
En 1821, Bolívar lograba una gran victoria en Carabobo y entraba en Caracas; un año después, su lugarteniente Antonio José de Sucre derrotaba a los realistas en Pichincha y entraba en Quito. Sin embargo, la división entre los patriotas permitió al virrey La Serna recuperar El Callao y Lima en una ofensiva que fue frenada por la decisiva victoria de Sucre en Ayacucho (1824), que significaba el fin del dominio español en América. Un año después, Sucre liberaba La Paz y, en 1826, lograba la rendición de El Callao.
España tan sólo logró mantener los territorios de Cuba y Puerto Rico de su antiguo imperio americano. Estas tierras insulares, junto al archipiélago de las Filipinas, se perdieron a favor de Estados Unidos tras la entrada de este país en las luchas independentistas y que significó la desaparición definitiva del antiguo Imperio colonial español (1898). La pérdida definitiva del Imperio fue vivida como un desastre desde la metrópoli y su impacto en las conciencias de los españoles tardaría muchos años en desaparecer; impacto que tuvo su exponente en un movimiento intelectual de regeneración de la sociedad española y cuyo máximo exponente fueron los representantes de la generación del 98.

No comments:

Post a Comment