Friday, February 23, 2018

El imperio carolingio


El fin de la dinastía merovingia
La muerte del rey franco Dagoberto (638) inauguró un período denominado de los "reyes holgazanes" por su desidia ante las tareas de gobierno, que quedaron en manos de los cada vez más poderosos mayordomos (jefes) de palacio. Los últimos monarcas de la dinastía merovingia tenían ya poco que ver con su enérgico antecesor, el rey Clodoveo I, que había conformado el Reino de los francos. El último de ellos que pretendió reinar de manera autoritaria, Childerico II, acabaría asesinado (675) durante una de las muchas conjuras palaciegas, y sus sucesores, inmersos en continuas intrigas, fueron incapaces de retomar el control del poder político, asumido por completo por sus mayordomos. Éstos, jefes de la nobleza latifundista de las tres grandes circunscripciones en las que estaba dividido el Reino franco —Austrasia, Neustria y Borgoña—, luchaban entre sí por imponer su autoridad al resto. Al mismo tiempo, los ducados de Aquitania y Turingia, que habían formado parte de los dominios merovingios, eran ya independientes, y alamanes y bávaros se hallaban en abierta rebeldía.
• El ascenso de los Pipínidas
Las aristocracias locales, que recibían sus cargos, y los beneficios que implicaban (tierras, impuestos), de sus respectivos mayordomos, habían establecido estrechos vínculos personales entre éstos y sus familias, por encima incluso de la fidelidad que debían a los monarcas. Los mayordomos lograron convertir su cargo en hereditario y a sus familias en los grandes propietarios de sus respectivas regiones. Hacia mediados del s. VII, Pipino de Landen y su hijo Grimoaldo (mayordomos de Austrasia) habían consolidado el poder de su familia, que poseía grandes propiedades en el valle del Mosa, sobre la nobleza austrasiana. En el contexto del enfrentamiento entre facciones nobiliarias, Pipino de Heristal, nieto de Pipino de Landen y sucesor de Grimoaldo, derrotó a los nobles de Neustria en Tertry (687) y, conseguido el dominio de las regiones del norte, impuso su autoridad sobre el resto del Reino franco. Una revuelta de la nobleza de Neustria, que buscó la alianza de los frisones de las costas del mar del Norte, fue atajada por Carlos (721), hijo natural de Pipino de Heristal, que ostentó la jefatura política sobre todo el Reino.
Los primeros Carolingios
Los musulmanes, que a finales del s. VII habían conquistado toda la costa africana del Mediterráneo, ocuparon rápidamente el Reino visigodo de Toledo (711-715) y se lanzaron sobre el Reino franco. Pese a la severa derrota infligida en Poitiers (732) por Carlos, que recibió por ello el sobrenombre de Martel (martillo), el peligro que suponían los musulmanes instalados en Septimania (Narbona) obligó a una profunda reforma del ejército franco, que se concretó en la creación de una poderosa fuerza de caballería. Para ello, Carlos Martel confiscó un gran número de propiedades eclesiásticas y las distribuyó entre sus soldados más fieles, que, a cambio, se comprometían a mantener un caballo de guerra y el equipo correspondiente. Pese a las fricciones con la jerarquía eclesiástica, Carlos garantizaba no sólo la existencia de una fuerza permanente sino la completa fidelidad de sus integrantes, estableciéndose así una especie de antecedente de la futura sociedad feudal.
Busto relicario de Carlomagno (1349) (Catedral de Aquisgrán, Alemania).
Los Pipínidas disponían ya de todo el poder económico, militar y político. Carlos Martel, sin respetar la soberanía del monarca, repartió el Reino entre sus hijos Pipino, llamado el Breve por su pequeña estatura, y Carlomán, que le sucedieron en 741. Poco después, Carlomán se retiró a un convento, dejando el poder en manos de su hermano. Éste, para atraerse el favor de la Iglesia franca, favoreció su misión evangelizadora entre los germanos todavía paganos (frisones, sajones, turingios), primer paso para someterlos a su autoridad. Finalmente, en 751, Pipino encerró en un monasterio a Childerico III, último de los reyes merovingios, y tomó el título de rey de los francos, siendo coronado por san Bonifacio con el beneplácito del papa de Roma. Pipino el Breve fundaba así la nueva dinastía real franca de los Carolingios, así llamada por descender de Carlos Martel.
• Carlos, "rey de francos y de lombardos"
El papa Esteban II, acosado por los lombardos, que amenazaban con ocupar Roma, y una vez rotas las relaciones con Bizancio a raíz de las luchas iconoclastas, se vio forzado a solicitar la ayuda de los francos. En la primavera de 755, Pipino penetró con su ejército en Italia, imponiéndose como árbitro de la situación. Finalmente, en 774, Carlos, hijo de Pipino, derrotaba al último rey lombardo, Desiderio, y era proclamado "rey de francos y de lombardos". Carlos confirmó los territorios entregados por su padre al papa y los amplió con los del Véneto e Istria, aún en manos bizantinas; el papa, por su parte, le otorgó el título de patricio o defensor de la Iglesia.
Las campañas militares de Carlomagno
Carlos, hijo de Pipino el Breve y nieto de Carlos Martel, recogió la herencia familiar y la amplió, conformando el gran Imperio europeo de los francos, por lo que fue llamado Magno (Carlomagno). Llevó a cabo una intensa actividad militar, con campañas que se repetían año tras año hasta la definitiva destrucción del enemigo; así, las llevadas a cabo para la conquista de Frisia se iniciaron en 770 y no concluyeron hasta 785. Especialmente duras fueron las emprendidas contra los sajones (772 y 804), que acabaron con la deportación de los escasos supervivientes y la repoblación de sus territorios con francos, o las realizadas contra los ávaros del Danubio medio (790-811), que significaron la práctica extinción de este pueblo.
• La creación de las marcas
En las zonas fronterizas más expuestas a los ataques exteriores se crearon demarcaciones militarizadas, denominadas marcas. Una de éstas fue la Marca Hispánica, situada al sur de los Pirineos y creada tras el fracaso de Carlomagno frente a los musulmanes en Zaragoza (778) y la posterior destrucción de su ejército en Roncesvalles a manos de los vascones. Fronteriza con Al-Andalus, comprendía los territorios de Pamplona, el Alto Aragón y los condados situados entre el Llobregat (Barcelona, 801) y la sierra de Boumort, la futura Cataluña Vieja. También se crearon marcas frente a los daneses de Jutlandia, los ávaros de Panonia (Marca del Este, futura Austria), los eslavos del Elba medio (Marca soraba) y las poblaciones celtas no sometidas de la Bretaña francesa (Marca bretona). Finalmente, se creó una Marca de Panonia (Hungría), donde se establecieron los restos del pueblo ávaro, ahora aliado de los francos frente a los eslavos. En los primeros años del s. IX, los dominios de Carlomagno se extendían desde la ciudad de Barcelona hasta el Elba y el Danubio medio, y desde el mar del Norte hasta Italia central y el Save.
La renovación imperial: el Sacro Imperio romano germánico
Carlos se veía a sí mismo como el "nuevo David", enviado por la Providencia: "A mí me corresponde defender a la Santa Iglesia de Cristo por doquier", decía en 795 en una carta al papa León III. Su consejero, el monje inglés Alcuino de York, sería el encargado de elaborar el programa ideológico necesario para llevar a cabo esta pretensión. Identificada la cristiandad con la Iglesia de Occidente (Roma) —la bizantina era considerada herética a raíz de las luchas iconoclastas—, romanidad y cristiandad se convertían en sinónimos. Carlos debería ser coronado emperador de los romanos como paso previo para la restauración del Imperio romano de Occidente.
Coronación de Carlomagno por el papa León III, en una miniatura del s. XIV (Biblioteca Real, Bruselas, Bélgica). La alianza entre los soberanos francos de la dinastía carolingia y el papado romano forjó la constitución de un nuevo Imperio que se pretendía heredero del Imperio romano de Occidente.
El acceso al trono bizantino de una mujer, la emperatriz Irene (797-802), no fue aceptado por el papa, que consideró vacante la corona imperial. En la Navidad del año 800, el papa León III coronaba a Carlos imperator del pueblo cristiano, enviado por la Providencia para dirigir y proteger al nuevo Imperio cristiano, el Imperium christianum. Sin embargo, éste ya no era el Imperio mediterráneo latino deseado desde Roma. En él iba a primar el componente germano, como pondría de manifiesto la creación de una nueva capital en el norte de Europa, Aquisgrán. De este modo, el centro del poder imperial se trasladaba al interior del continente europeo, al mundo germano, alejado del mar Mediterráneo, antiguo centro del mundo clásico, en el que los musulmanes se estaban constituyendo como poder hegemónico.
Desde Roma, el Imperio era concebido como la organización política de la cristiandad que, guiada por el papa, debía realizar el ideal de san Agustín: una comunidad cristiana que, en su estructura política y religiosa, anticipara el reino de los cielos. Ahora bien, el emperador estaba dispuesto a aceptar la función de protector de la Iglesia, pero en ningún caso tenía intención de compartir su soberanía política. De este modo se establecieron los fundamentos de un conflicto sobre la primacía de ambos poderes, político y religioso, que condicionaría la vida política e ideológica de Europa durante buena parte de la edad media. Naturalmente, a lo largo de su reinado nadie osó discutir la primacía de Carlomagno; pero, tras su muerte, esta cuestión se iba a convertir en un problema permanente. A la defensa desde Roma de la superioridad del poder espiritual sobre el temporal, los emperadores contestaron con la elaboración de teorías políticas que los facultaban para nombrar a los obispos, convocar sínodos e imponer normas de disciplina eclesiástica, anteponiendo su poder al del papa.
• La organización del Imperio
Pero más allá del nombre, ¿cuál era la relación entre el viejo Imperio romano de Occidente y el nuevo Sacro Imperio romano germánico? El eje central se trasladó al valle del Rin desde el Mediterráneo, que dejó de ser un lago romano y se convirtió en una frontera bajo el dominio de las flotas musulmanas. La antigua frontera romana del Rin se convirtió en el principal eje de comunicaciones y de desarrollo económico del nuevo estado que también se extendía sobre las antiguas tierras bárbaras de Germania.
La economía del Imperio de Carlomagno
La economía imperial ya no estaba en el comercio mediterráneo, ahora bajo control musulmán, sino en las rentas que proporcionaban sus grandes explotaciones agrarias (villae), cuya administración estaba estrictamente regulada en el Capitular de villis. En él, inspirado en el modelo de los grandes monasterios, se establecían las actividades que debían desarrollarse en las grandes propiedades imperiales, condales o episcopales.
Combate entre Roldán y Agolant en una miniatura de Loyset Liédet perteneciente a la Crónica llamada de Balduino de Avesnes, 1462 (Biblioteca Nacional de Francia, París). Las numerosas campañas militares de Carlomagno tuvieron su reflejo en la literatura épica.
Por otra parte, la desarticulación de las grandes vías comerciales supuso la decadencia de las ciudades, ya patente durante los últimos siglos del Imperio romano, convertidas ahora muchas de ellas en ciudades episcopales. Los obispos, junto a las funciones espirituales, también desarrollaban tareas administrativas y eran grandes funcionarios del Estado carolingio, en estrecha colaboración con el emperador. Ellos prolongaban el poder del emperador allí donde el dominio de los condes o marqueses era mayor.
La división territorial del Imperio carolingio
El territorio imperial fue dividido en condados y marquesados con el control de parientes o amigos del emperador. Estos grandes funcionarios tendieron, sin embargo, hacia políticas autónomas. El peligro, neutralizado por la propia personalidad de Carlomagno, se hizo especialmente visible tras su muerte.
Para reforzar el control sobre sus territorios y sobre la actuación de condes y marqueses, Carlomagno creó un potente cuerpo de funcionarios: los missi dominici (mensajeros del señor). Se trataba de inspectores (un clérigo y un laico) que, enviados por el monarca, recorrían los territorios del Imperio para inspeccionar el buen funcionamiento de la administración y garantizar el cumplimiento de las disposiciones imperiales por parte de condes y marqueses. Los decretos, que podían ser dictados por el monarca para el conjunto del Imperio o para algún territorio en particular, surgían de la cancillería imperial y debían ser correctamente ejecutados por condes y marqueses y sus respectivos funcionarios (vicarii o vegueres).
Carlomagno y la cultura
Cuando Carlomagno subió al trono, en Europa occidental la cultura clásica latina sólo conservaba parte de su antiguo esplendor en los monasterios de Italia, Provenza y la Gran Bretaña de los anglosajones, cristianizados hacía poco por monjes irlandeses. Fue precisamente en estos centros donde Carlomagno buscó a los maestros encargados de organizar las escuelas que necesitaba para formar a sus prelados y funcionarios.
En su juventud, la educación de Carlomagno se había centrado, como el resto de los nobles, en su preparación para la guerra. Pese a los esfuerzos maternos por inculcarle el conocimiento de las Sagradas Escrituras, no aprendió a leer hasta muchos años después y nunca llegó a escribir correctamente.
El emperador Carlomagno y su hijo Pipino, rey de Italia, dictando a un funcionario de la cancillería, miniatura del s. X (Archivo de la Catedral, Módena, Italia).
En Italia conocería a alguno de los escasos herederos de la cultura clásica en Europa occidental; así, en Pavía convenció al gramático Pedro de Pisa para que le acompañara a la corte y se convirtiera en su maestro de gramática y literatura latinas. En la corte de Carlos confluyeron muchos otros eruditos de su época, como Pablo el Diácono y, muy especialmente, el monje Alcuino, que había sido maestro de la escuela catedralicia de York y al que Carlomagno había conocido en Parma. Alcuino impulsó la vida cultural de la corte carolingia a partir del año 782. De este modo, la cultura cristiana de los monasterios irlandeses y británicos, donde se había mantenido el estudio de los textos filosóficos neoplatónicos y de los padres de la Iglesia, escritos en griego, se difundió por todo el Imperio. Cuando Alcuino se retiró al monasterio de Tours, su sucesor en la corte sería otro monje de origen irlandés, Clemente Escoto.
De la amplitud del proyecto cultural carolingio da muestra la diversa procedencia de los eruditos que acudieron a la corte, aportando sus respectivas tradiciones culturales. Junto a los ya nombrados, destacaron el franco Eginardo, el lombardo Paulino de Aquilea, el visigodo Teodulfo o el astrónomo irlandés Dungal. Figuras sobresalientes de este ambiente cultural carolingio fueron Rabano Mauro, discípulo de Alcuino y director de la escuela monástica de Fulda, y el monje irlandés Juan Escoto Eríugena, que tradujo y comentó La jerarquía espiritual del griego Dionisio Areopagita, y sentó así la base para la especulación neoplatónica cristiana, que unía la tradición filosófica clásica a la teología cristiana.
• La escuela palatina
Alcuino reorganizó la escuela palatina de Aquisgrán, implantando un plan de estudios dividido en dos bloques que contenían las denominadas siete artes liberales: el trivium (gramática, retórica y dialéctica) y el quadrivium (aritmética, geometría, música y astronomía). El propio Carlomagno dio ejemplo a sus contemporáneos aprendiendo astronomía, retórica ciceroniana y rudimentos de griego, llegando a expresarse con gran corrección y elocuencia. Además de escribir diversas obras, los maestros de la corte carolingia recuperaron buena parte de la cultura grecolatina, leyendo y copiando los textos de los autores clásicos (Aristóteles, Cicerón, Virgilio, Ovidio) y de sus herederos (Boecio, Casiodoro, san Isidoro de Sevilla y Beda el Venerable).
Los alumnos de la escuela palatina eran hijos de nobles, estudiantes de teología, sacerdotes que querían ampliar su cultura y futuros funcionarios de la corte del rey. De este modo, la corte irradiaba cultura a través de los nobles, los sacerdotes y los funcionarios que se distribuían por todo el Reino, creando nuevas escuelas que multiplicaban la acción de la escuela palatina. Así pues, en las escuelas elementales se enseñaba doctrina cristiana, canto eclesiástico, gramática y cálculo. Las parroquias, los monasterios y las catedrales fueron las sedes de estas escuelas.
Fue muy destacada la labor de recopilación y copia, realizada en los escritorios (scriptoria) monásticos y catedralicios, de los antiguos textos, así como de los surgidos de las nuevas escuelas. En los monasterios de Irlanda y Gran Bretaña se había desarrollado un nuevo tipo de letra de fácil lectura y escritura (minúscula carolina) que, adoptada por Alcuino para la escuela palatina, se difundió por la mayor parte de la Europa occidental. Fue empleada en la producción literaria y en los documentos de la cancillería, relegando a la letra semiuncial romana. Los monasterios enriquecieron sus bibliotecas con nuevas obras, que eran copiadas en sus escritorios e intercambiadas por otras que no poseían; las más escasas eran buscadas por todos los rincones de Europa. De este modo, las bibliotecas de las abadías de Saint-Riquier, Fleury-sur-Loire, Fulda o Corbie consiguieron salvar buena parte del legado de la cultura grecorromana.
El final del Imperio carolingio
A la muerte de Carlomagno (814), su hijo Luis el Piadoso (o Ludovico Pío) accedió al trono imperial. El fallecimiento de sus hermanos Carlos y Pipino (810-811), que según la ley germana debían compartir la sucesión repartiéndose los territorios del Imperio, había dejado a Luis como único heredero, coronado coemperador por la asamblea de notables reunida en el palacio de Aquisgrán (813). Educado en el ambiente cortesano y asociado por su padre al gobierno del Imperio, Luis se esforzó por seguir las líneas políticas y culturales marcadas por Carlomagno. Sin embargo, más interesado por la religión que por la política, nunca tuvo la personalidad enérgica del fundador del Imperio, lo que provocaba el fortalecimiento cada vez mayor de condes y marqueses, que actuaban con una autonomía creciente. Luis puso gran empeño en la reforma de las órdenes monásticas y de la moral pública, incluida la de la corte.
• El reinado de Luis el Piadoso
En sus disposiciones sucesorias (Ordinatio Imperii, 817), Luis asoció al gobierno del Imperio a su primogénito Lotario, que debería heredar la dignidad imperial y la mayoría de los territorios; sus otros dos hijos, Pipino y Luis, eran nombrados reyes de Aquitania y de Baviera, respectivamente. Los territorios de Italia habían sido entregados por Carlomagno a su nieto Bernardo, hijo del fallecido Pipino. Todos ellos, Pipino de Aquitania, Luis el Germánico o de Baviera y Bernardo de Italia deberían estar sujetos a la autoridad de Lotario como cabeza del Imperio, que se pretendía unitario.
Sin embargo, este principio de unidad contaba con poderosos detractores. Frente a la teoría unitaria, elaborada por los consejeros eclesiásticos del emperador, existía una tendencia disgregadora, encabezada por la aristocracia laica, que no dudó en promover el enfrentamiento entre los hijos de Luis el Piadoso y entre éstos y su padre. El primero en rebelarse fue el rey de Italia (818), que no aceptó su subordinación a Lotario. Para derrotarlo, el emperador se encaminó hacia Italia y, una vez aplastada la rebelión, ordenó que le sacaran los ojos a su sobrino, que murió durante el castigo; Italia pasaba así a Lotario. La derrota de una nueva rebelión (Bretaña, 819), lejos de provocar la sumisión de la nobleza, significó una humillación para el emperador, que hubo de prometer una amnistía general para todos los participantes en las revueltas y la devolución de los bienes confiscados. En el acto de penitencia realizado por el emperador en Attigny (822), éste escenificaba, cubierto de llanto y cenizas, su debilidad para imponerse a la levantisca nobleza.
Luis el Piadoso en una miniatura (s. IX) de la obra De Laudibus Sanctae Crucis, de Rabano Mauro (Biblioteca de la Universidad Complutense de Madrid, España). Rabano Mauro fue arzobispo de Maguncia y artífice del gran centro cultural que fue la escuela monástica de Fulda, en Sajonia.
El nacimiento de Carlos (futuro Carlos el Calvo) en 823, fruto de un segundo matrimonio de Luis el Piadoso con Judit de Baviera, agravó la ya complicada situación sucesoria: en la asamblea de Worms (829), el emperador modificaba su testamento creando un nuevo reino para el pequeño Carlos, que recibía Alamania, Alsacia, Retia y parte de Borgoña. Estos cambios provocaron la sublevación de los tres hijos mayores, que en 830 obligaban a su padre a retornar a las disposiciones de 817. En todo el Imperio se desataba un clima de enfrentamiento entre legitimistas, partidarios del emperador, y unitarios, partidarios de su hijo Lotario. Además, las tendencias disgregadoras de las noblezas locales (regionalistas) no hacían sino enmarañar aún más la situación.
En 831, el emperador salía fortalecido de la desunión de sus hijos rebeldes y lograba imponerles un nuevo reparto en el que el patrimonio adjudicado a Carlos era incrementado con los territorios de Champagne, Septimania y Provenza. La tensión se recrudeció y la alianza entre unitarios y regionalistas logró apartar del poder a Luis el Piadoso (833), que fue encerrado en el monasterio de Saint-Médard de Soissons. Sin embargo, las diferencias irreconciliables de sus hijos —Luis y Pipino se aliaron con su padre frente a Lotario— iban a posibilitar que, un año más tarde, Luis el Piadoso retomara el poder y llevara a cabo represalias contra su primogénito, que fue enviado a Italia. El gran beneficiado de esta situación fue, de nuevo, Carlos, que recibía Maine, los territorios entre el Sena y el Loira y, en 838, era coronado en Clermont rey de Aquitania tras la muerte de su hermano Pipino. La abierta hostilidad de Luis de Baviera (Luis el Germánico), con apoyo de los regionalistas, a estas concesiones territoriales llevó a un nuevo reparto del Imperio entre Lotario y Carlos (asamblea de Worms, 839), del que Luis quedaba excluido.
La muerte de Luis el Piadoso un año después desató la guerra entre sus hijos: Lotario pretendió hacerse con la totalidad de la herencia paterna, pero sus hermanos, unidos para este fin, lograron derrotarlo, y ambos se juraron ayuda mutua frente a las pretensiones del primogénito (Estrasburgo, 842). Sin embargo, las fuerzas de Lotario estaban aún intactas y la situación se hizo insostenible. En un último intento por restablecer la autoridad carolingia sobre la cada vez más independiente nobleza local, los tres hermanos se reunían en Verdún (843) y acordaban un nuevo reparto que se pretendía definitivo y que daba legalidad al desmembramiento del imperio creado por su abuelo Carlomagno. Lotario, reconocido emperador, conservaba el Reino de Italia y lograba una extensa franja que, de norte a sur (del mar del Norte al Mediterráneo), agrupaba las Ardenas, los territorios entre el Mosa y el Rin (Lotaringia o Lorena) y la cuenca del Ródano (parte de Borgoña y de Provenza); Carlos el Calvo recibía los territorios al oeste de la línea formada por los valles de los ríos Escalda, Mosa, Saona y Ródano (Francia Occidentalis), incluidas las tierras de la Marca Hispánica, y Luis el Germánico veía reconocido su dominio sobre las tierras del este (Francia Orientalis), que comprendían Sajonia, Franconia, Alamania, Baviera, Carintia e Istria.
• El Imperio tras el tratado de Verdún
Las ambiciones y los recelos de los hijos de Luis el Piadoso continuaron y, después de la muerte de Lotario, sus hermanos se repartieron la Lotaringia (tratado de Meerssen, 870) en detrimento de los derechos de Luis II, hijo de Lotario y nuevo emperador, que pudo retener Italia y una parte de Borgoña. La muerte de Luis II (875) fue aprovechada por su tío Carlos el Calvo, que se coronó emperador e incorporó los estados de su sobrino a sus dominios. A estos conflictos territoriales se añadieron dos graves problemas que no hicieron sino ahondar en la crisis del Imperio. Desde el exterior, normandos, húngaros (o magiares) y musulmanes emprendían duras campañas contra las tierras de los francos, penetrando hasta el mismo corazón de los dominios carolingios. En el interior, la nobleza condal, que había logrado arrancar de Carlos el Calvo, con motivo de la preparación de una campaña en Italia, el reconocimiento del carácter hereditario de los cargos condales y los bienes que ellos comportaban (capitular de Quierzy, 877), se negaba a aceptar el retorno de los grandes feudos a la plena jurisdicción imperial.
El reinado de Lotario I de Francia (954-986), presidido por la poderosa influencia de Hugo el Grande y de su hijo Hugo Capeto, fue la antesala del cambio dinástico. Busto del s. XIII del rey Lotario I (Basílica de Saint-Remi, Reims, Francia).
El último intento de restauración del imperio creado por Carlomagno tendría lugar tras el nombramiento como emperador de Carlos III el Gordo, hijo de Luis el Germánico (881); sin embargo, el proyecto se demostró irrealizable, sólo defendido desde los círculos eclesiásticos. Los grupos nobiliarios aprovecharon la enfermedad mental que aquejaba al emperador y en 887 lo depusieron; el Imperio quedaba definitivamente dividido. Las noblezas de los diferentes territorios se apresuraron a nombrar reyes propios, creando una realidad política nueva. En Alemania fue coronado el conde Arnulfo de Carintia; Eudes, conde de París, lo fue para Francia; en Borgoña, Rodolfo de Ginebra se hacía con el poder; en Provenza era entronizado Luis el Ciego, y en Italia, los nobles reconocieron al duque Guido de Spoleto, nieto del emperador Lotario, como nuevo rey. Este último aún mantendría una suerte de ficción imperial al ser coronado emperador por el papa Esteban V (891), pero el poder había pasado ya a manos de una nobleza condal que a duras penas reconocía la jurisdicción real.
El renacer del arte
Los propios contemporáneos utilizaron el término renovatio, es decir, "nuevo nacimiento", para definir la situación cultural en el reinado de Carlomagno. Un renacimiento restaurador de la cultura grecolatina, sobre todo romana, pero con un profundo sentido religioso, permitió recuperar los contenidos clásicos pero desde una perspectiva cristiana.
En el renacimiento carolingio se distinguen dos períodos. En el primero, de marcado carácter religioso, el monarca era el responsable del bienestar de sus súbditos y de procurar su salvación. Se erigieron entonces grandes centros monacales, la mayoría con el mecenazgo de Carlomagno, quien impuso la liturgia romana.
Carlomagno impulsó también la escuela palatina de Aquisgrán, en la que reunió a los hombres más sabios de la época, procedentes de distintos lugares del Imperio. De ésta surgió una importante renovación escolar. Se creó el Admonitio generalis, que contenía el programa que debían seguir todas las escuelas: el trabajo lector mediante el salterio; el canto, imprescindible para la liturgia; la aritmética, fundamental para la administración y el cálculo de la Pascua, y la gramática, estudio de la lengua latina. Los textos clásicos eran copiados en los scriptoria con la letra carolina.
Principales monumentos y centros del arte carolingio.
El segundo período del renacimiento carolingio corresponde al reinado de Carlos el Calvo. Si en el primer renacimiento prevaleció la cultura religiosa, en el segundo predominó el interés por los grandes prosistas y por los poetas clásicos, así como por la dialéctica, enmarcada en las disciplinas del trivium. En los scriptoria se realizó una intensa labor de reproducción de textos, de la que se conservan más de ocho mil manuscritos.
• La arquitectura carolingia
De la arquitectura carolingia se conservan, sobre todo, edificios religiosos, claramente influenciados por las técnicas y los modelos constructivos tardorromanos, como en el caso de los ábsides y de los transeptos. Pero también presentan innovaciones destinadas a satisfacer las funciones litúrgicas, o por razones prácticas. En los templos se utilizó la planta basilical, a la que se le yuxtaponen estructuras torreadas, a modo de fortificación. En las capillas palatinas, como la de Aquisgrán, o en las destinadas a mausoleo, como San Miguel de Fulda, se empleó la planta central.
La arquitectura carolingia se adaptó a las necesidades del momento. La llegada masiva de reliquias obligó a la creación de criptas en los templos para acogerlas. También se debían habilitar espacios para albergar a los fieles que acudían al templo para venerarlas. Para ello se creó un tipo de cripta de planta circular, con una cámara central o confesio, donde se emplazaba el sarcófago de las reliquias, rodeada por un deambulatorio. En algunos casos, el gran número de sarcófagos dio lugar a grandes criptas, con varias cámaras intercomunicadas por pasillos, como en el caso de la basílica de Steinbach (Alemania).
La capilla palatina de Aquisgrán
Tras abandonar su residencia oficial de Herstal, Carlomagno decidió construir en Aquisgrán un nuevo palacio en el que hubiera una capilla. El proyecto fue propuesto por el propio monarca y las obras corrieron a cargo de Eudes de Metz. Iniciada en 790, la capilla fue consagrada en 805 por el propio papa León III.
El conjunto palaciego se articulaba alrededor de dos ejes principales, a modo de cardo y decumano, siguiendo la pauta urbanística de las ciudades romanas. En la zona septentrional se hallaba el Aula Regia y en la meridional la capilla palatina. El resto de dependencias se distribuían por las zonas oriental y occidental.
Cúpula central de la capilla palatina de Aquisgrán (actual Aachen, Alemania), consagrada en 805 y considerada la obra cumbre del arte carolingio.
Un monumental atrio rectangular, situado en el extremo occidental, rodeado de pórticos y con una entrada a modo de arco triunfal, con puertas de bronce, sirve de acceso a la capilla, de planta central octogonal y cubierta con cúpula sobre tambor. Esta planta central está rodeada, al nivel del suelo, por un deambulatorio cubierto con bóvedas de arista, que generan un hexadecágono en el exterior. En el extremo oriental se halla el presbiterio, de planta cuadrangular. A derecha e izquierda de éste había dos templos gemelos de planta basilical tripartita, hoy desaparecidos. Sobre el deambulatorio del piso inferior descansa otro nivel, también circular, donde se halla la tribuna, con el trono real. Este piso se abre al espacio central mediante dobles arcuaciones, cada una de ellas con un par de columnas y arcos de medio punto.
Sus influencias arquitectónicas proceden de los templos bizantinos, como el de San Vital de Ravena, Santa Sofía o Santos Sergio y Baco, ambos en Constantinopla (actual İstanbul). De ellos procede también la idea de la planta central poligonal y la elevación en pisos. En cambio, no se utilizaron técnicas constructivas propias de la arquitectura bizantina, como el ladrillo o las bóvedas gallonadas, sino que se siguieron las técnicas de la tradición romana: bóvedas de cañón y de arista. La capilla palatina sirvió de ejemplo para otras edificaciones carolingias como Saint-Germigny-des-Prés o la iglesia de Ottmarsheim, ambas en Francia.
La arquitectura monástica
Durante los reinados de Carlomagno y de Luis el Piadoso se llevó a cabo la construcción de gran número de monasterios, en especial, de la orden benedictina. Se conoce su disposición gracias al plano-proyecto del monasterio de Sankt Gallen (Suiza), realizado bajo los auspicios de Eginardo, discípulo de Alcuino en la escuela palatina. El plano fue elaborado en 820 según unas pautas modulares, propias de una planta hipodámica pensada para un terreno rectangular. Las diferentes dependencias se distribuían sobre un eje de este a oeste. El edificio más significativo es la iglesia, de planta basilical con tres naves divididas en doce compartimientos y ábsides contrapuestos. En la entrada occidental se hallan las dependencias secundarias: la hospedería, las habitaciones para la servidumbre, las cuadras y los establos. La actividad de los monjes se desarrollaba alrededor del claustro y de la iglesia abacial, donde se encuentran las principales dependencias: el hospital, el locutorio, el refectorio, la biblioteca, los scriptoria, etc. Estas dependencias están separadas de las secundarias por dos torres de planta circular, comunicadas por el ábside occidental e inspiradas en las torres del nártex de San Vital de Ravena.
La influencia de la arquitectura nórdica también es perceptible en algunas construcciones carolingias. En la última década del s. VIII, con la ayuda económica del propio Carlomagno, se construyó el monasterio de Centula (actual Saint-Riquier). Su iglesia tiene planta basilical con tres naves y dos torres axiales, un modelo inspirado en Saint-Martin de Tours, además de los dos transeptos ubicados en los extremos oriental y occidental. En sus respectivos crzuceros se levantó una torre escalonada con tambor y rematada con un chapitel.
Cristal de Lotario, de la segunda mitad del s. IX, con la historia bíblica de Susana (Museo Británico, Londres, Reino Unido).
Una de las innovaciones más notables de la arquitectura carolingia fue la creación de la fachada-pórtico monumental, cuyo ejemplo más sobresaliente era la entrada occidental de la desaparecida abadía de Lorsch (Hesse, Alemania).
• Las artes plásticas y aplicadas
El desarrollo del culto a las reliquias originó la producción masiva de urnas, relicarios y estatuas-relicario, que dieron un gran impulso a los talleres de orfebrería. También se trabajaron con maestría el marfil y el cristal de roca. La pintura mural y los mosaicos conocieron un gran renacimiento artístico, aunque las muestras que han llegado hasta hoy son escasas y dispersas.
La miniatura carolingia
Uno de los pilares de la renovatio fueron los scriptoria carolingios, cuya finalidad básica era difundir la cultura antigua, sobre todo los que se encontraban en los monasterios y que se dedicaron básicamente a la copia e iluminación de manuscritos.
Al igual que la arquitectura, la miniatura carolingia utilizó tradiciones de gran riqueza, a partir de las cuales se originaron nuevos registros y se facilitó la creación de un estilo propio.
El evangeliario de Godescalco (781-783), influido por la tradición paleocristiana y bizantina, es el primer ejemplo de miniatura carolingia. A partir de este momento se inició una fructífera actividad artística en la escuela palatina de Aquisgrán, cuyas obras iban destinadas principalmente al emperador, y entre las que destacan los Evangelios de Soissons ofrecidos por Ludovico Pío a la abadía de Saint-Médard de Soissons.
En el reinado de Luis el Piadoso se produjo una descentralización de la producción artística, que favoreció la aparición de nuevos centros de producción, entre ellos la Escuela de Reims. Durante el mandato del arzobispo Ebbon (816-835) salieron de este taller bellos ejemplares, entre los que destacan el Evangelio de Ebbon (820), que llama la atención por su luminoso colorido y por el movimiento de los vestidos de los personajes, o el Salterio de Utrecht (820-830), iluminado con dibujos monocromos y complejas escenas de construcciones arquitectónicas de influencia paleocristiana. Otros centros importantes fueron Tours y Metz, donde se desarrolló una gran actividad durante el mandato del obispo Drogon, hijo natural de Carlomagno. En estas obras abundan las ilustraciones con grandes iniciales miniadas, como en el Sacramentario de Drogon (850-855).

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