Los orígenes del fascismo
Después de la I Guerra Mundial aparecieron en Europa regímenes totalitarios que se presentaban no sólo como soluciones transitorias a una situación de emergencia, sino como intentos de crear una nueva sociedad. La máxima expresión de estos regímenes fueron el fascismo italiano y el nacionalsocialismo alemán.
• Una ideología nacional
Los primeros fascistas procedían de ideologías diversas (socialistas revolucionarios, anarquistas, conservadores), pero en todos ellos la guerra había despertado un fuerte sentimiento nacionalista. Creían que el gobierno debía obtener la mayor fuerza posible para la nación, que más allá de las clases sociales era una clase en sí misma.
Benito Mussolini |
Los fascistas aprovecharon la coyuntura posbélica para propagar sus ideas y tomar el poder. Las destrucciones causadas por la guerra, las dificultades económicas y la difícil reconversión de los militares a la vida civil hicieron que la situación después de 1918 fuera extremadamente difícil. Las democracias liberales se mostraron incapaces de resolver esta situación, así que los fascistas encontraron el camino libre para alcanzar sus objetivos, primero en Italia y más tarde en buena parte del continente.
El ideario político del fascismo
El término fascismo se aplica en sentido estricto a una etapa determinada de la historia de Italia, que transcurrió desde 1922 hasta el final de la II Guerra Mundial. Sin embargo, en un sentido más general, también se ha empleado para calificar a los regímenes políticos que han manifestado una clara actitud violenta, autoritaria y de negación y represión de las libertades y los derechos civiles.
• Un programa de acción
La primera fase de desarrollo del fascismo se caracterizó por la propagación de un programa demagógico y populista, con acciones encaminadas a crear situaciones que generaran un gran impacto social. Por ello, la violencia era una pieza esencial en su esquema propagandístico, al igual que los discursos. Era una forma de conseguir un vínculo con las masas, que, en definitiva, era realmente lo que interesaba al fascismo.
El segundo escalón del sistema fascista consistió en la eliminación de cualquier fórmula representativa y democrática, y en la exaltación del jefe (el Duce en Italia, el Führer en Alemania).
Mussolini y Hitler |
Un aparato publicitario bien planificado magnificaba y exaltaba la figura de ese líder a través de diversos mecanismos, entre los cuales pueden destacarse el uso sistemático de los medios de comunicación de masas (prensa, radio y cine), y las concentraciones masivas, las cuales seguían un ritual preestablecido, que culminaba habitualmente con un discurso final del jefe supremo (tanto Benito Mussolini como Adolf Hitler fueron buenos oradores). Estas concentraciones cumplían una doble función: por un lado, suponían una demostración de fuerza destinada a amedrentar a los rivales políticos y a las potencias extranjeras; por otro, contribuían a aumentar la unidad del partido y la autoridad del líder supremo.
• El gobierno de la élite
El fascismo defendía una concepción antiigualitaria de la sociedad, en la que dominaban las élites organizadas en torno a un único partido político. Los partidos restantes, fueran conservadores o progresistas, eran prohibidos y perseguidos. La ideología elitista y antiigualitaria del fascismo lo enfrentaba abiertamente a los movimientos obreros de corte socialista. Para imponer su voluntad, el fascismo recurría a la violencia física. Por estas razones, el fascismo consiguió alcanzar el poder en aquellos países donde el sistema de representatividad parlamentaria y democrática no era demasiado sólido y donde no existía una burguesía liberal suficientemente fuerte para dirigir el Estado e integrar en él a la clase obrera. Así ocurrió, por ejemplo, en la Italia de la década de 1920 o en la Alemania de la década de 1930.
El fascismo originó un estado centralista y autoritario, en el que no cabían ni la autonomía regional ni los derechos de las minorías étnicas o lingüísticas. En materia económica, el fascismo se oponía al liberalismo capitalista y era partidario del intervencionismo estatal; éste se plasmaba en una política de autarquía económica y en la creación de grandes empresas estatales, que con frecuencia asumían carácter de monopolios. Esto fue válido especialmente en el caso de Italia, en donde se pretendió suplir la iniciativa privada en sectores de interés estratégico (por ejemplo, en la producción y distribución de productos petrolíferos).
• Irracionalismo y militarismo
La característica primordial del fascismo como forma de pensamiento fue la desconfianza en la razón y la exaltación de los sentimientos. En la concepción fascista de la sociedad, el individuo quedaba supeditado a la élite dirigente, al Estado, al partido y a su líder, a los cuales debía una obediencia fanática y ciega. El fascismo constituyó asimismo una forma de hipernacionalismo, basado en la afirmación de la superioridad de la propia comunidad nacional (o racial, en el caso de la Alemania nazi).
Además, en cuanto a las relaciones internacionales, el fascismo desarrolló una extremada agresividad nacionalista e imperialista, con dos objetivos claros: la lucha contra el socialismo y las reivindicaciones territoriales ("espacio vital" alemán, "irredentismo" italiano). La Italia fascista y la Alemania nazi se trazaron como objetivos la creación de grandes imperios coloniales, con objetivos tanto económicos (conseguir materias primas y nuevos mercados para la industria nacional) como políticos (búsqueda de prestigio internacional). Todo ello justificaba el mantenimiento de un potente ejército, lo cual impregnaba la vida social de un profundo militarismo y de un espíritu belicista.
A todo ello hay que añadir, en el caso de Alemania, que el Estado nacionalsocialista desarrolló una teoría social basada en la selección natural de los pueblos y en la superioridad racial de los arios, que desembocó en uno de los mayores genocidios de la historia.
La ascensión del fascismo
Después de la I Guerra Mundial se extendió la creencia de que la difusión de la democracia liberal era imparable. Sin embargo, la revolución rusa de 1917 y el acceso al poder de los fascistas en Italia desterraron por completo esta hipótesis.
• Las consecuencias de la guerra
Italia participó en la guerra al lado de los aliados desde 1915; en este año, el Gobierno italiano firmó el tratado de Londres, en el que se establecía que obtendría parte de las posesiones coloniales alemanas, además de algunos territorios austriacos y turcos. Pero, al acabar la contienda, a pesar de hallarse entre los vencedores, el saldo final de Italia fue bastante negativo: pérdida de 600.000 hombres, aumento del desempleo, aguda depresión económica y frustración de las ambiciones imperiales, ya que el Reino Unido y Francia se habían repartido las colonias alemanas. Todo ello generó un sentimiento de frustración generalizado.
En 1919 estallaron importantes huelgas, tanto en el campo como en la industria, en el curso de las cuales se produjeron ocupaciones de fincas y fábricas por parte de los trabajadores. El movimiento obrero fue duramente reprimido, pero el fantasma de la revolución bolchevique empezó a planear sobre los propietarios. Buena parte de la clase media (profesionales liberales, funcionarios y pequeños burgueses), empobrecidos por la inflación, observaron con resentimiento la revuelta obrera y campesina. Por otra parte, la oposición del movimiento obrero a la guerra y su marcado antimilitarismo había acrecentado el antisocialismo dentro del ejército.
El sistema parlamentario liberal, que había demostrado su incapacidad para contrarrestar la influencia socialista y garantizar gobiernos estables, se hallaba en grave peligro. La burguesía industrial, los grandes propietarios agrícolas, las clases medias, el ejército y la corona pensaron que cualquier fórmula sería válida para frenar el ascenso de las masas obreras. Temían que la revolución social fuera inminente, aunque en realidad las posibilidades que tenían las izquierdas de acceder al poder eran escasas. Las clases privilegiadas encontraron la tranquilidad en un nuevo movimiento político, el fascismo, al cual prestaron abundante ayuda financiera. Este clima de resentimiento social y de complicidad con los violentos es fundamental para entender la facilidad con la que los fascistas alcanzaron el poder.
• Mussolini y el fascismo organizado
Mussolini nació en 1883 en el seno de una familia modesta (su padre era herrero). En 1900 ingresó en el Partido Socialista Italiano. Al inicio de la I Guerra Mundial, era el director del periódico socialista Avanti! y en sus páginas se mostró, como todos los socialistas europeos, contrario al conflicto pero, meses más tarde, cambió de opinión, lo que le costó la expulsión del partido.
Desfile de los Camisas Negras con motivo del congreso del Partido Nacional Fascista en Nápoles, Italia, 1922 |
Una vez acabada la guerra, en 1919 organizó junto con otros ex combatientes su primer grupo de lucha, il fascio di combatimento, del que deriva el término fascismo (la palabra fascio, "haz de leña", rememoraba las antiguas fasces romanas, que simbolizaban el poder del Estado).
En 1920, el fascismo amplió su número de seguidores gracias al apoyo de la pequeña burguesía y de los propietarios agrícolas, atemorizados por la ocupación de tierras. Entre sus propuestas iniciales figuraban reivindicaciones progresistas, como el sufragio universal para las mujeres, el desarrollo de la seguridad social y un salario mínimo, pero, por otro lado, pretendían reforzar el poder del ejército y desarrollar una política exterior agresiva.
En noviembre de 1921, se fundó el Partido Nacional Fascista. Ese mismo año se celebraron elecciones generales, en las que los fascistas obtuvieron un resultado discreto, 35 diputados de un total de 500. Sin embargo, su prestigio y sus afiliados aumentaron como consecuencia de los desórdenes sociales de la etapa de posguerra. Mussolini aprovechó la situación para proclamarse único defensor del orden, del rey y de la Iglesia.
• La toma del poder: la marcha sobre Roma
En agosto de 1922, las huelgas promovidas por socialistas y comunistas paralizaban las ciudades italianas. Los fascistas se presentaron abiertamente como fuerza de choque para contrarrestar el empuje obrero y mantuvieron el funcionamiento de los transportes y correos en ciudades importantes, lo que les granjeó la admiración de las clases medias, mientras el Gobierno liberal consentía sus acciones violentas.
En octubre, los fascistas pusieron a prueba la autoridad del Gobierno. Aseguraron que iniciarían una marcha hacia la capital desde diferentes puntos de Italia, si el Gobierno era incapaz de resolver los problemas de las huelgas obreras; luego, reclamarían el poder. A finales de mes, miles de fascistas (los camisas negras) ocuparon edificios estatales en el norte y centro de Italia. Cuando el Gobierno intentó decretar el estado de excepción ya fue demasiado tarde. El rey Víctor Manuel III se negó a firmar el decreto, razón que motivó la dimisión del Gobierno y que Mussolini fuese nombrado primer ministro el 30 de octubre de 1922. Mussolini presidía un gobierno de coalición, integrado por demócratas nacionalistas, el Partido Popular (conservador) y liberales independientes. Recibió plenos poderes del Parlamento, pero solamente como solución de emergencia durante un año para acabar con la crisis e introducir algunas reformas.
Mussolini no tardó en desvelar sus intenciones. Para acabar con la inestabilidad política obligó al Parlamento a aprobar una ley mediante la cual el partido más votado en las elecciones obtendría dos tercios de los escaños de la cámara. Durante dos años se mantuvo, al menos en las formas, la libertad sindical y política, dentro de una estrategia destinada a la conquista del aparato estatal.
La evolución del fascismo
El espejismo del mantenimiento de la democracia se disipó en 1924. Ese año se celebraron elecciones, a las que se presentaron diversas fuerzas opositoras a Mussolini, pero su partido consiguió la mayoría absoluta gracias a la intimidación y a la manipulación del voto.
• El totalitarismo
Ese mismo año fue asesinado por los fascistas el dirigente socialista Giacomo Matteotti, tras denunciar la violencia política y el fraude de las elecciones. La opinión pública internacional aisló temporalmente a Mussolini, pero el apoyo incondicional de la monarquía y las divergencias entre los sectores opuestos al fascismo evitaron su caída.
Mussolini predicaba la necesidad de una acción enérgica, bajo la tutela de un líder fuerte. Así, se adjudicó el título de Duce (guía) y denunció la democracia y el liberalismo como fenómenos que dividían a la sociedad y permitían la lucha de clases que propugnaba el marxismo. En 1926 declaró ilegales al resto de partidos políticos. En definitiva, Italia asistía a la progresiva construcción de un régimen totalitario ante la impotencia de los opositores. Para consolidar su poder, Mussolini creó nuevos organismos de seguridad del Estado (el Cuerpo de Seguridad Nacional y la policía secreta) que convirtieron Italia en un estado policial.
La monarquía y la Iglesia reforzaban el poder del Duce. En 1929, Italia firmó un concordato con la Santa Sede, los acuerdos de Letrán, que supusieron la concesión de importantes privilegios económicos y sociales a la Iglesia. En un país católico, el apoyo del Vaticano al fascismo fue uno de los puntales más sólidos del régimen.
• La autarquía
La intervención del Estado era absoluta en todos los órdenes. Los conflictos sociales disminuyeron, pero no gracias al consenso social, sino por la prohibición del derecho de huelga y de la acción sindical.
La política económica liberal fue sustituida por un programa de autarquía económica. De esta forma, se crearon grandes empresas estatales que controlaban sectores enteros de la producción en régimen de monopolio.
Tras el crack de 1929, Mussolini inició una campaña aireando los males del capitalismo e intensificó la política de autarquía. Diseñó un programa de obras públicas, cuyo máximo exponente fue la "batalla del trigo", un proyecto de saneamiento y desecación de zonas pantanosas de Italia central para transformarlas en tierras de cultivo. Los rendimientos obtenidos fueron mediocres, pero esto era secundario, ya que se trató sobre todo de una maniobra orientada a ensalzar la figura del Duce y de su régimen.
No crecieron ni el bienestar material ni la seguridad económica que años atrás el fascismo había prometido y por los cuales se habían sacrificado las libertades individuales y colectivas. De hecho, el nivel de vida en Italia bajó durante la década de 1930.
A pesar de la ideología anticapitalista del fascismo, éste estuvo siempre al servicio de la alta burguesía industrial y de los latifundistas. En 1934, los salarios de la industria pesada habían disminuido un 50 %, a pesar de que la producción había aumentado; por consiguiente, la explotación de los obreros se había intensificado. El desempleo alcanzó cotas altísimas; en 1934 se rozaba el millón de parados. Al final de la década, el descontento obrero creció, pero no tenían ningún recurso para manifestarlo. Los sindicatos habían sido sustituidos por el Consejo Nacional de Corporaciones, el cual integraba teóricamente a representantes de los trabajadores y de los patronos, pero era en realidad un instrumento al servicio de la patronal.
Para ocultar los graves problemas del país, Mussolini se embarcó en aventuras imperialistas. Así comenzó el plan de ocupación de Abisinia (actual Etiopía).
Hacia la II Guerra Mundial
Abisinia y Liberia eran los únicos países africanos independientes de la época. Italia había fracasado en la conquista de Abisinia a finales del s. XIX, lo que propició que Mussolini lo reintentara en 1935. El Gobierno abisinio reclamó ayuda a la Sociedad de Naciones, que decretó el bloqueo económico de Italia y prohibió la venta de armamento a este país. Sin embargo, la decisión no fue cumplida por entero, ya que Francia y el Reino Unido temían que los italianos desatasen un conflicto internacional. A pesar de la dura resistencia opuesta por su población, Abisinia fue ocupada finalmente por el ejército italiano.
En julio de 1936 estalló la Guerra Civil española, lo cual aceleró el establecimiento por Hitler y Mussolini del eje Roma-Berlín, al cual posteriormente se uniría Japón. España se convirtió en banco de pruebas de la Italia fascista y la Alemania nazi, que pudieron experimentar el material bélico acumulado, lo cual les resultó muy útil para la II Guerra Mundial, que se inició el 1 de septiembre de 1939, con la entrada de tropas alemanas en Polonia.
• El fin del fascismo
Aunque Italia cosechó fracaso tras fracaso en los Balcanes y en el Mediterráneo, los éxitos militares alemanes colocaron a la mayor parte de los europeos bajo control de los ejércitos del Eje. A partir de 1943, el conflicto cambió de signo. Las tropas aliadas desembarcaron en Sicilia y desde allí pasaron al sur de la península Itálica. El rey Víctor Manuel III forzó la dimisión de Mussolini, después de que el Consejo General fascista le retirase la confianza al Duce, y nombró jefe de gobierno al mariscal Pietro Badoglio. Mussolini logró huir, con la ayuda de paracaidistas alemanes, y se refugió en el norte, en Saló, junto al lago de Garda. Italia se dividió en dos zonas. En el norte, Mussolini creó la República Social Italiana. En el sur, bajo la tutela de los aliados, se formó un gobierno de coalición antifascista, que en octubre declaró la guerra a Alemania.
En junio de 1944, los aliados entraron en Roma. En abril de 1945, Mussolini intentó huir a Suiza, pero fue descubierto y fusilado por los partisanos; su cadáver fue colgado y descuartizado por la multitud en Milán el 27 de abril de 1945.
La expansión internacional del fascismo
Las dictaduras proliferaron en Europa durante la década de 1930. En 1939, en vísperas de la II Guerra Mundial, tan sólo doce países del continente mantenían un sistema democrático en el sentido estricto del término, es decir, con gobiernos elegidos mediante sufragio universal y con una población que disfrutaba de plenas libertades. Estos países eran el Reino Unido, Irlanda, Francia, Países Bajos, Luxemburgo, Bélgica, Checoslovaquia, Suiza, Noruega, Finlandia, Dinamarca y Suecia.
En la Unión Soviética, tras las revoluciones de 1917 y la guerra civil se había instaurado un régimen totalitario y represivo, que derivó hacia una dictadura personalista tras el acceso de Stalin al poder supremo.
El resto de países europeos estaban gobernados por regímenes dictatoriales o autoritarios, cuyas características guardaban mayor o menor semejanza con el fascismo italiano. A imagen de los sistemas decididamente totalitarios de Alemania e Italia, los regímenes dictatoriales o autoritarios del resto de Europa siguieron una trayectoria parecida: toma del poder por parte del ejército y encumbramiento personal de algún miembro destacado del mismo. Entre otros, pueden citarse: en Polonia, el régimen del mariscal Józef Piłsudski y de su sucesor, el general Edward Rydz-Śmigły, a partir de 1935; y en Hungría, el general Gyula Gömbös, con el apoyo de la nobleza y la alta burguesía. En Grecia, el general Yanis Metaxas inició en 1936 una fuerte represión contra las fuerzas obreras. En Rumania, el rey Carol II abolió la Constitución parlamentaria para sustituirla por una dictadura fascista; lo mismo ocurrió en Yugoslavia y Bulgaria. En Portugal, António de Oliveira Salazar inició en 1932 una dictadura que se mantuvo durante más de cuatro décadas. En Austria, el canciller Engelbert Dollfuss eliminó violentamente a la oposición socialista e implantó una dictadura con la intención de frenar los planes expansionistas de Hitler de anexionarse el país; finalmente, fue asesinado por los nazis y Austria pasó a formar parte del Tercer Reich en 1938.
España vivió desde 1923 hasta 1929 bajo la dictadura del general Miguel Primo de Rivera, con el beneplácito de Alfonso XIII. Tras la dimisión del dictador y un breve período de transición, las elecciones municipales de abril de 1931 pusieron fin a la monarquía. El período republicano (1931-1939) se vio truncado por la Guerra Civil. El triunfo del general Francisco Franco comportó la formación de un estado fascistizante que evolucionaría hacia una dictadura personalista y tecnocráta que no acabaría hasta 1975.
En la mayor parte de los casos citados no puede hablarse de fascismo en sentido estricto, ya que falta uno de sus elementos definitorios: la movilización política de sectores de la burguesía y del campesinado contra el movimiento obrero organizado y contra los partidos socialistas y comunistas. De hecho, en la mayor parte de estos sistemas dictatoriales de entreguerras –y también en el franquismo–, la institución básica de los respectivos regímenes fue el ejército y no el partido único más o menos fascistizado, que, en algunos casos, ni siquiera existió, o bien, como en la dictadura de Primo de Rivera, no pasó de ser un proyecto apenas concretado.
En las últimas décadas de s. XX ha surgido en el seno de Europa un rebrote del fascismo. La doctrina política de los nuevos partidos se basa en la defensa de los valores nacionales, así como en argumentos xenófobos y antieuropeístas. Este ascenso de los partidos de ultraderecha, de ideología abiertamente fascista, ha quedado patente en países como Francia con el Frente Nacional de J.M. Le Pen, Alemania y la Unión Socialista Cristiana de Edmund Stoiber, Austria con el Partido Nacional Liberal Austriaco de J. Haider, Italia y la Alianza Nacional de G.F. Fini o Países Bajos, con la Lista de Pim Fortuyn, asesinado en 2002.
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