Friday, February 23, 2018

La antigua Grecia


La cuna de la civilización occidental
La civilización griega antigua se formó en la parte meridional de la península balcánica, en las islas del Egeo y en las costas de Anatolia. Desde este marco geográfico inicial se extendió por toda la cuenca mediterránea y por la costa del mar Negro. Los logros alcanzados tanto en el ámbito del pensamiento como en el artístico o en el desarrollo de nuevas formas políticas han permitido definir a la civilización helenística como la cuna de la civilización occidental.
El relieve de la Grecia continental, muy accidentado, no favorece las comunicaciones. Diversas cadenas montañosas fragmentan el espacio peninsular en numerosos y pequeños territorios, muchos de los cuales fueron en algunas épocas históricos estados independientes. Sin embargo, la pobreza del suelo, la falta de cursos fluviales y los veranos excesivamente calurosos y secos provocan que los frutos de la tierra sean poco abundantes. Los griegos de la antigüedad sufrieron la escasez de la producción de cereales (trigo y cebada), y prefirieron el cultivo de la vid y del olivo, de los que obtenían ciertos excedentes. La gran riqueza de Grecia estaba en el mar que la rodeaba: el Jónico por el sudoeste, el Mediterráneo por el sur y el Egeo por el este. La vida griega se organizó alrededor del mar Egeo, que ofrecía condiciones óptimas para la navegación: gran cantidad de islas que permitían realizar escalas, puertos naturales y bahías donde poder recalar y desarrollar actividades comerciales. La costa occidental de Asia Menor ofrecía también buenos puertos y numerosas islas, algunas de las cuales fueron muy importantes en la historia de la antigua Grecia.
Los orígenes de la civilización griega
A mediados del III milenio a.C. florecieron las primeras civilizaciones dentro del área del mar Egeo, Creta, las Cícladas, Grecia continental y Asia Menor. Fue en la isla de Creta donde se consolidó una nueva civilización que alcanzó su máximo esplendor hacia la primera mitad del II milenio a.C. Su excelente situación geográfica la convirtió en escala obligada para navegantes y comerciantes del Próximo Oriente que surcaban el Mediterráneo en busca de metales, y le permitió recibir el conocimiento y la influencia de las grandes civilizaciones orientales.
• La civilización minoica
La cultura que se desarrolló en la isla de Creta a partir de 2700 a.C. recibió el nombre de minoica en honor del mitológico rey Minos, tras los descubrimientos en Cnosos de sir Arthur Evans. La evolución de esta civilización se ha dividido en tres grandes períodos:
·         Minoico antiguo (2700-2000 a.C.): En este período se produjo la llegada de población anatolia que conocía la metalurgia y la navegación. Se observan influencias de Egipto y de las civilizaciones orientales, y se inició el desarrollo comercial que caracteriza a esta cultura, especialmente en los puertos orientales.
·         Minoico medio (2000-1750 a.C.): Es la edad de oro de la cultura desarrollada en la Creta antigua. Se edificaron los grandes palacios, se desarrolló la metalurgia del bronce, la cerámica y la orfebrería alcanzaron gran desarrollo y se conocía la escritura. Hacia 1750 a.C. se produjo un gran cataclismo que provocó la desaparición de los primeros palacios, sin que se conozca la razón.
·         Minoico reciente (1700-1400 a.C.): Se erigió una nueva generación de palacios, entre los cuales destaca el de Cnosos, que alcanzó en este período su apogeo. No obstante, se observa un cierto estancamiento en la evolución del arte minoico, preludio de una futura decadencia que parece coincidir con la instalación de población griega continental en la isla.
En Creta se creó la primera talasocracia o imperio marítimo. La economía cretense, de base agrícola, evolucionó hacia una economía artesana y mercantil. El uso del torno en la produccion de cerámica y el dominio de la metalurgia impulsaron un comercio de exportación e importación. Los barcos cretenses dominaban las rutas comerciales del Mediterráneo oriental; Creta exportaba productos agrícolas (vino, aceite y cereales) y productos manufacturados (cerámica, tejidos y metales) e importaba materias primas (cobre, estaño, etc.). También actuó como intermediaria comercial entre los pueblos vecinos.
Los palacios cretenses se estructuraban alrededor de un patio rectangular, al que se iban añadiendo, conforme las distintas necesidades, las estancias, que recibían luz mediante pequeños patios con tragaluces. El palacio de Cnosos, excavado por el arqueólogo británico Arthur Evans a principios del s. XX, es uno de los ejemplos más significativos.
El centro de la vida social, política y económica de Creta era el palacio. El primer palacio de Cnosos se edificó en torno a 2000 a.C., y en los trescientos años siguientes se construyeron palacios en varias ciudades, entre ellas, Festo y Malia. Cada palacio funcionaba como un centro de poder independiente que ejercía su jurisdicción en un territorio determinado. Estos complejos arquitectónicos constituían el núcleo de un centro urbanístico que se caracterizaba por la ausencia de fortificaciones. Los palacios cretenses cumplían varias funciones: residencias reales, centros de ceremonias y de decisión económica, etc. Además de las salas y habitaciones, los palacios englobaban almacenes para receptáculos de piedra dibujada y píthoi (jarras grandes), que contenían los excedentes recogidos en las regiones alejadas. Las diferentes dependencias de estos palacios estaban decoradas con frescos naturalistas (motivos marinos, escenas de juegos, peces voladores, enfrentamientos con toros, etc.).
Los cretenses conocían la escritura. Se han documentado hasta tres tipos diferentes:
·         Jeroglífica: Es la más antigua; utilizaba una gama variada de figuras.
·         Lineal A: No utilizaba la conexión figura-significado, sino que creaba símbolos con valor fonético.
·         Lineal B: Estaba formada por ideogramas y silabario.
La lineal A sigue sin ser descifrada; por el contrario, la lineal B sí que lo fue y actualmente se la considera una lengua griega arcaica. De los restos de esta civilización se desprende que tuvo un final inesperado provocado por diversas causas: los efectos de algún terremoto y de una explosión volcánica en la isla de Tera, cercana a Creta; la existencia de conflictos internos, y la invasión micénica hacia 1450 a.C. Sólo el palacio de Cnosos resistió e incluso vivió una época de cierto esplendor hasta que, en 1380 a.C., fue arrasado por un incendio.
• La civilización micénica
La Grecia continental estuvo habitada desde el paleolítico. Hacia 2000 a.C., este territorio fue ocupado por unos pueblos procedentes del norte que, mezclados con la población autóctona, cristalizaron en lo que se conoce como civilización micénica. La sociedad micénica recibe este nombre porque el primer yacimiento arqueológico estudiado fue el de Micenas, que su descubridor, Heinrich Schliemann, identificó con la Troya homérica. La civilización micénica estaba dividida en pequeños estados monárquicos, cuyo centro era el palacio-fortaleza, que controlaba la actividad política, administrativa, económica, militar y religiosa. Se trataba de una sociedad muy jerarquizada y centralizada, con una fuerte división del trabajo. Tuvo su centro de formación en la Argólida, se extendió por el Peloponeso y las islas del Egeo y alcanzó su apogeo cultural hacia 1500-1400 a.C.
Se han identificado estructuras palatinas en Micenas, Tirinto, Pilos, Argos, etc. Estos palacios estaban construidos en colinas y rodeados de varios cercos de murallas con grandes puertas, como la Puerta de los Leones de Micenas. En su interior se hallaban diversas dependencias: el salón del trono, salas de recepción, habitaciones, talleres, almacenes para la producción agrícola y artesana, archivos con tablillas en lineal B, etc. En el palacio residía el wanax o rey con sus familiares y ayudantes. El resto de la población vivía en aldeas, que eran los auténticos centros productivos. La economía micénica se basaba, fundamentalmente, en la agricultura, aunque pronto se adaptaron a la vida comercial del mar Egeo; establecieron factorías mercantiles en algunas islas, en Asia Menor, en Sicilia y en el sur de la península italiana. El arte micénico destacó en la construcción de ciudades amuralladas y de tumbas familiares, con cámaras de falsa bóveda y corredor. También destaca la cerámica y la orfebrería. En algunas manifestaciones artísticas se detecta la influencia cretense, especialmente en las pinturas al fresco.
Las tumbas micénicas estaban formadas por un corredor llamado dromos realizado con sillares y que conducía a una cámara circular cubierta por una falsa bóveda que daba paso a la cámara sepulcral. Todo ello estaba cubierto por un túmulo. Tumba llamada Tesoro de Atreo (ca. 1250 a.C.), en Micenas (Grecia).
Hacia 1200 a.C., las ciudades micénicas fueron incendiadas y saqueadas por las invasiones de los dorios, pueblo que combatía a caballo y con lanzas de hierro en lugar de los pesados carros y armas de bronce micénicos. Es muy probable que en el momento de las invasiones el mundo micénico estuviese viviendo algún tipo de conflicto interno (levantamiento de las aldeas contra los palacios, debilitamiento del poder central, etc.), lo que pudo facilitar la ocupación. Sólo así se podría entender que unos invasores de Europa central pudieran destruir con tanta facilidad el mundo micénico, que también contaba con una maquinaria bélica muy desarrollada y con una infraestructura defensiva muy importante.
La civilización micénica ya no pudo recuperar su anterior esplendor. La invasión doria significó el hundimiento del orden social existente. Una parte de la población aquea abandonó el mundo micénico y emigró a las islas jónicas y a la costa occidental de Asia Menor. La vida comercial, que con anterioridad enlazaba todo el Egeo, se paralizó y las antiguas ciudades se encerraron en sí mismas, limitándose a una vida rural y autárquica. También desapareció la escritura. A partir de aquel momento, Grecia entró en una etapa de decadencia y de atraso, conocida con el nombre de edad oscura. En este período se consolidaron los tres grupos étnicos característicos de la historia de Grecia: los dorios, ubicados en el Peloponeso y en el sur de Asia Menor; los jonios, que ocupaban el Ática, Eubea y el centro de Asia Menor, y los eolios, situados en Beocia y en el norte de Asia Menor.
La época arcaica
A partir del s. VIII a.C. se iniciaron un conjunto de transformaciones que caracterizaron la época arcaica, que se extendió hasta el s. VI a.C. Durante este período, la civilización griega antigua conoció una espectacular recuperación económica, política y cultural. En el ámbito político merece destacarse el nacimiento de la ciudad-estado, la polis, en el económico, la expansión colonial, y en el cultural, la adopción de un sistema de escritura.
• Un mosaico de ciudades-estado
El nacimiento de la polis es el resultado de un proceso de sinecismo, es decir, de cohesión de comunidades tribales dirigidas por los aristoi, que decidieron unir sus oikoi en una administración común dotada de nuevos órganos de poder. Las primeras ciudades-estado aparecieron a finales del s. IX a.C., y se extendieron a lo largo del s. VIII a.C.
La polis estaba constituida por dos elementos fundamentales: un núcleo urbano amurallado donde se ubicaba la acrópolis, los templos y el ágora y los territorios que pertenecían a la ciudad.
En el plano de la organización político-administrativa, los grupos nobiliarios forzaron el paso de la monarquía aristocrática a una república oligárquica en la que el basileus quedó desposeído de todas sus atribuciones, excepto las de carácter religioso.
El gobierno de la polis quedaba en manos de los magistrados, que asumían las funciones anteriormente encomendadas al basileus, y que recibían distintos nombres según las ciudades: arcontes en Atenas, éforos en Esparta, prítanos en Mileto, etc. Los magistrados eran asesorados por un consejo formado por aristócratas que también recibía diversas denominaciones: gerusía en Esparta, areópago en Atenas, etc. Finalmente, la asamblea de ciudadanos se limitaba a ratificar las resoluciones adoptadas por el consejo, recibiendo el nombre de eclesia en Atenas, apella en Esparta, ágora en Delfos...
Una serie de lazos unían a estas polis independientes: el uso de una lengua común, aunque con diferencias dialectales, y el sistema de escritura, cuyas primeras muestras aparecieron en 750 a.C. y en las que también se pueden observar ciertas diferencias según las zonas.
• La expansión colonial
La expansión colonial es el fenómeno más importante de la época arcaica. En principio, el factor que impulsó este movimiento fue la necesidad de buscar zonas aptas para el cultivo debido a la escasez de alimentos en algunas polis a causa del crecimiento demográfico, del tipo de relieve y del modelo de distribución y explotación de la tierra. Los griegos salieron a la búsqueda de zonas con abundantes tierras fértiles y abiertas al mar. Las colonias griegas eran creadas por grupos de personas que procedían de la misma polis, y eran denominadas metrópolis o polis madre. Antes de partir consultaban a los dioses a través del oráculo de Delfos, que se encargaba de orientar a los emigrantes hacia las regiones con más posibilidades de desarrollo.
La fundación de una colonia seguía casi siempre los mismos pasos: para la primera instalación escogían un islote cercano a la costa o una península; allí fundaban la llamada palaiapolis o ciudad vieja. Si, finalmente, el lugar les parecía óptimo, comenzaban la construcción de lo que se conocía como neapolis o ciudad nueva y se repartían las tierras entre los colonizadores. Las colonias eran plenamente independientes de la metrópolis desde el punto de vista político; sin embargo, sus habitantes se consideraban griegos y mantenían con la polis de origen relaciones económicas, culturales y religiosas muy estrechas.
Los griegos fundaron dos tipos de asentamiento a lo largo del proceso de expansión:
·         Apoikía: Colonias establecidas por necesidad de nuevas tierras, que frecuentemente plantearon conflictos con los pueblos indígenas a los que desplazaron y despojaron de sus tierras reduciéndolos a la esclavitud.
·         Emporia: Establecimientos de tipo comercial, o fundaciones de carácter mercantil, que generaban un núcleo urbano sin tierras dependientes.
La expansión colonial griega se inició hacia el s. VIII a.C., y se realizó en dos etapas. La primera se desarrolló entre 775 y 675 a.C. Los primeros territorios colonizados fueron la isla de Sicilia (Siracusa, Mégara Hiblea, Catania, Gela, Agrigento, Selinunte, Hímera, etc.) y el sur de la península italiana (Tarento, Metaponto, Crotona, Locris Epicefiria, etc.). El conjunto de estas fundaciones recibió el nombre de Magna Grecia.
Los primeros lugares donde se instalaron los griegos en su expansión a partir del s. VIII a.C., fueron la isla de Sicilia y el sur de la península Italiana, territorios que pasaron a conocerse como la Magna Grecia. Ruinas de un templo de la acrópolis (ca. 490-480 a.C), en Selinonte (Sicilia).
La segunda etapa colonizadora tuvo lugar entre 675 y 550 a.C. En este período no se fundaron tantas colonias, pero la expansión territorial fue mayor. Abarcó las costas junto al Bósforo y el litoral del mar Negro (Trebisonda, Olbia, Tanais...), el norte de África (Cirene y Naucratis) y zonas del Mediterráneo occidental (Massalia, Ampurias...).
En la segunda mitad del s. VI a.C., la colonización se detuvo. Por un lado, la expansión griega colisionó con los intereses de los cartagineses y de los etruscos en el Mediterráneo occidental y, por otro, los cambios y los conflictos que se sucedían en las metrópolis desplazaron el interés por la colonización hacia estos problemas.
• El declive de la aristocracia
A través de la expansión colonial, las ciudades griegas establecieron relaciones comerciales por todo el Mediterráneo e incluso algunos de sus productos llegaron al centro de Europa. Comerciaban con productos manufacturados (cerámica, tejidos, herramientas...) y agrícolas (vino y aceite) e importaban de las colonias minerales, metales preciosos, ámbar, madera, lana, pieles, cereales y esclavos. Para llevar a cabo toda esta actividad comercial, los griegos tuvieron que mejorar las técnicas de navegación (embarcaciones más amplias, con más velas y con un ancla, puertos preparados para atender el tráfico comercial, abandono de la navegación de cabotaje, navegación nocturna) y crear un sistema de transacción diferente del habitual trueque. Se acuñaron entonces las primeras monedas (Lidia, ca. 680 a. C.) y se extendió su uso. También se intensificaron las actividades de préstamo a interés.
Los cambios económicos alteraron las estructuras sociales de las polis griegas; así, la actividad mercantil vinculada a la expansión colonial permitió que artesanos, comerciantes y armadores llegaran a acumular, en algunos casos, más riqueza que la aristocracia terrateniente. Sus fortunas no se medían, como en el caso de la aristocracia, en propiedades rústicas, sino en dinero, y ello era muy importante en un momento en el que se extendía el uso de la moneda. No obstante, a pesar de su poder económico estaban excluidos de la vida política.
A causa, pues, de esta situación, los intereses de estos dos grupos sociales entraron en colisión: unos exigían el acceso a los cargos públicos de los grupos que más contribuían a la riqueza de las ciudades; otros intentaban mantener el control de las instituciones políticas que controlaban desde hacía mucho tiempo. Los grandes perjudicados en este proceso fueron los propietarios agrícolas, que no supieron adaptarse a los nuevos tiempos; los pequeños artesanos, que no pudieron resistir la competencia de la mano de obra esclava, y el pequeño propietario agrícola, que, acorralado por la miseria (cosechas escasas e inseguras, cereales más baratos procedentes de las colonias) y por las deudas, podía, de acuerdo con las normas vigentes, perder sus tierras y su libertad. Su descontento se sumó al de comerciantes y armadores y, juntos, hicieron un frente común contra la nobleza.
En Esparta, la sociedad hoplítica (de guerreros) obligaba a los ciudadanos, propietarios de la tierra, a prestar servicio militar y a vivir en comunidad desde la infancia y hasta después de casarse. Relieve (490 a.C.) de la base de un koúros, que representa un carro tirado con caballos y dos guerreros hoplitas a pie (Museo Arqueológico Nacional, Atenas).
La reforma militar llevada a cabo en esta época permitió que todos los sectores sociales pudiesen participar en la defensa de la ciudad y rompió el monopolio militar de los grandes terratenientes, que podían costearse el equipo de guerra. En el mar, los navíos de combate necesitaban muchos remeros, que fueron reclutados de entre las clases populares; en tierra, la supremacía del jinete fue suplantada por el hoplita, provisto de un escudo más manejable, de una armadura de cuero que le protegía el tórax y parte del vientre, de un casco y de una lanza, equipo que estaba al alcance de las clases medias. El hoplita, por otra parte, no combatía individualmente, sino que lo hacía en una formación cerrada y compacta, la falange. Así pues, la defensa de la ciudad ya no era únicamente responsabilidad de los grandes terratenientes, sino que también la asumía el resto de sectores sociales, que reclamaban el poder político y la participación en el gobierno de la polis. Los conflictos y las tensiones sociales fueron en aumento y el gobierno oligárquico se mostró incapaz de resolver los problemas planteados.
Con el ánimo de poner fin a esta situación surgieron las figuras del legislador y del tirano.
• Los legisladores
La nobleza impartía justicia, a través de los magistrados, basándose en el derecho consuetudinario. Por ello, la primera exigencia de los grupos menos favorecidos fue la elaboración de una legislación escrita. Para ello se designaron a algunos notables que gozaban de prestigio como los encargados de fijar la norma por escrito que sirviese para resolver la conflictividad social. Su mandato duraba de cinco a diez años.
Las colonias de la Magna Grecia fueron las primeras en tener legislación escrita. Algunos de los más conocidos legisladores fueron Zaleucro de Locros, Diocles de Siracusa, Pítaco de Mitilene, Aristarco de Éfeso, Licurgo de Esparta, Dracón de Atenas...
Las nuevas legislaciones escritas presentaban algunas características comunes. En el ámbito del derecho político se intentó ampliar la participación ciudadana en el gobierno de la polis; en lo que afecta al derecho penal, se establecieron las penas y se tipificaron los delitos, lo que supuso un notable avance para evitar venganzas familiares; en el derecho privado se regularon las relaciones matrimoniales, las herencias, las adopciones...
El más conocido de todos los legisladores fue Solón, miembro de una de las familias más nobles de Atenas, la de los Menóntidas. Fue elegido como arconte en 594 a.C. para impulsar una serie de reformas con las que trató de poner fin a la conflictividad social:
·         — Abolió las deudas que los pequeños campesinos mantenían con los sectores aristocráticos.
·         — Protegió a la pequeña propiedad rebajando los tipos de interés, liberalizando las tierras y prohibiendo los préstamos con garantías sobre las personas.
·         — Impulsó el comercio, fijó pesos y medidas, creó una moneda estable y fuerte.
·         — Dividió la sociedad en cuatro clases establecidas en función de sus riquezas, con lo que intentaba terminar con la hegemonía de las familias que transmitían su poder por vía hereditaria.
·         — Amplió la participación en la eclesia a los thétes.
·         — Creó la boulé, un consejo de cuatrocientos miembros elegidos anualmente por sorteo, encargados de vigilar la aplicación de las leyes.
·         — Creó la heliea, un tribunal compuesto por 6.000 miembros elegidos igualmente por sorteo.
No obstante, tras la retirada de Solón la aristocracia ateniense recobró parte de su poder, lo que reactivó la conflictividad social.
Las propuestas de los legisladores supusieron un avance en el derecho civil y en la administración de justicia; sin embargo, no resolvieron los problemas planteados por la difícil situación en que vivían los campesinos. En algunos casos tampoco sirvieron para organizar con solidez la participación política de los nuevos sectores sociales y, por lo tanto, las tensiones continuaron.
• Los tiranos
Esta situación fue aprovechada por los tiranos; éstos, sin haber sido designados, se imponían en el gobierno con el apoyo del pueblo. Lucharon contra las grandes familias aristocráticas, confiscaron sus tierras y las distribuyeron, fomentaron la industria y el comercio, realizaron obras públicas para acabar con la desocupación y se esforzaron en dotar de prestigio a las ciudades. Atenas estuvo dirigida por el tirano Pisístrato, que inició las primeras grandes obras en la Acrópolis.
A pesar de que sus leyes pretendían beneficiar a comerciantes, artesanos y campesinos, la forma de gobernar de los tiranos era despótica y absoluta, y el abuso de poder generaba oposición. Sublevaciones populares en nombre de la libertad, dirigidas a veces por los aristócratas moderados, consiguieron abolir la tiranía. Algunas polis recuperaron el antiguo sistema aristocrático; otras, como Atenas, iniciaron el camino hacia un nuevo sistema político: la democracia.
La etapa clásica
Esta fase constituyó el momento de máximo esplendor de la cultura griega. Las formas políticas, el arte, la literatura y la filosofía alcanzaron gran madurez. No obstante, fue un período complejo, en el que los griegos se enfrentaron a graves conflictos bélicos. En el s. VI a.C., el Imperio persa inició un proceso de expansión, consiguió anexionarse las ciudades griegas de Asia Menor y organizó una expedición contra la Grecia continental y las islas. Las ciudades griegas formaron un frente común ante el invasor, estallando entonces el conflicto conocido como guerras médicas.
• Las guerras médicas
El conflicto bélico de las guerras médicas suele servir como divisoria entre la Grecia arcaica y la clásica. La guerra contribuyó a crear una autoconciencia sobre la existencia de un espacio griego frente al enemigo común. Las causas básicas del conflicto fueron los deseos de expansión del Imperio persa hacia el Mediterráneo y el Egeo. En 525 a.C., toda Asia Menor estaba en poder persa; en 520 a.C., Darío reorganizó el Imperio, imponiendo a las ciudades jonias el pago de tributos y el sometimiento a los regímenes tiránicos apoyados por los persas. Entre 514 y 512 a.C. organizó una campaña militar al continente, penetrando en Tracia, sometiendo a Macedonia y consolidando su control de toda la costa de Asia Menor y los estrechos. En estas condiciones, las ciudades-estado griegas se sentían seriamente amenazadas.
La revuelta jonia
En 499 a.C., las ciudades jonias se rebelaron contra las imposiciones persas, solicitando la ayuda de las ciudades griegas. Tras unos éxitos iniciales, la rebelión, apoyada únicamente por Atenas y Eretria, fue sofocada por los persas, que consiguieron aniquilar a la flota jonia, conquistar Chipre y destruir Mileto.
La primera guerra médica
En 492 a.C., los persas volvieron a intentar la sumisión de las ciudades de la península balcánica, a lo que Esparta y Atenas se negaron. En una expedición de castigo, los persas partieron de Cilicia, tomaron Naxos, Delos y Eubea y saquearon Eretria.
El choque se produjo en 490 a.C. en la llanura de Maratón, donde se enfrentó la caballería persa contra la infantería del ejército ateniense, formada por hoplitas, que obligaron a la expedición persa a retirarse a Asia Menor. Tras este triunfo, Atenas se convirtió en la potencia hegemónica de la Hélade.
La segunda guerra médica
El sucesor de Darío al frente del Imperio persa, Jerjes, retomó los preparativos de la invasión, que inició en 480 a.C., provocando la alianza entre las ciudades griegas. Por tierra, un ejército formado básicamente por espartanos presentaron batalla a los persas en el paso de las Termópilas (agosto de 480 a.C), resultando derrotados. Los griegos, conocedores de que su fuerte estaba en el mar, atrajeron a la flota persa hacia los estrechos, derrotándola en la bahía de Salamina (septiembre de 480 a.C.), una victoria que abrió el paso a las posteriores de Platea y Micala (479 a.C.).
Tras las guerras médicas, Grecia gozó de veinte años de paz al desistir los persas de sus intenciones de invasión, salvándose así la libertad política y cultural helena. No obstante, las consecuencias de las guerras provocaron un cambio en las relaciones entre las ciudades que terminarían desembocando en otro conflicto bélico.
• Atenas, la polis democrática
Las fuentes de información sobre la civilización griega contribuyen a afianzar la idea de que el centro de la misma la constituía Atenas, su consolidación como polis hegemónica y la formación de su Imperio. El conjunto de reformas emprendidas por los atenienses, que desembocarían en la instauración de la democracia, se vieron impulsadas por el reforzamiento de la polis tras las guerras médicas.
Las reformas de Clístenes
Dos años después de la abolición de la tiranía, Clístenes fue elegido arconte y llevó a cabo una serie de reformas que significaron el paso definitivo a la democracia en Atenas. Sustituyó el régimen electoral basado en clases económicas por otro de diez tribus, que se organizaban territorialmente. Para compensar las diferencias entre territorios hizo que cada tribu estuviese formada por un distrito de la ciudad, otro de la costa y un tercero de la montaña. Asimismo, con el fin de evitar la vuelta a la tiranía decidió que cinco arcontes se repartiesen el poder ejecutivo. Los quinientos miembros del consejo se elegían por sorteo y, para hacerlo más operativo, se nombraba una comisión más reducida, la llamada pritanía, que resolvía los asuntos cotidianos y se renovaba cada mes. El presidente se sorteaba diariamente. También instituyó el ostracismo, que consistía en la posibilidad de enviar al exilio a cualquier sospechoso de atentar contra el orden establecido. La decisión la tomaba la asamblea formada por todos los ciudadanos.
La pentecontecía
Tucídides dio el nombre de pentecontecía al período comprendido entre 478 y 431 a.C., uno de los de mayor esplendor de la historia. La denominada época de Pericles constituyó la etapa de hegemonía indiscutible de Atenas. La consolidación de la democracia se produjo en este período de la mano de Pericles, que realizó una serie de reformas que permitieron que un mayor número de grupos sociales accedieran a las altas magistraturas; además, instauró el sistema de pago de dietas a los ciudadanos que participaban como jurados o eran miembros del consejo.
A través de la glorificación de sus éxitos militares contra los persas, el gobierno de Pericles asoció el imperialismo ateniense con las formas sociales de la democracia, y llegó a convertir la Liga de Delos en un instrumento para dominar a los supuestos aliados. Busto de Pericles, copia romana de un original del escultor Cresilas, de ca. 430 a.C. (Museos Vaticanos, Ciudad del Vaticano).
Sin embargo, la democracia ateniense era limitada. Sólo podían participar en el gobierno de la polis los ciudadanos, ya que ni las mujeres ni los esclavos podían intervenir en los organismos políticos ni votar. Por otra parte, eran considerados ciudadanos los hijos de padre y madre atenienses, que representaban aproximadamente el 10 % de la población. Quedaban excluidos de la vida política los metecos y los esclavos. Los metecos o extranjeros, que constituían el 25 % de la población, eran libres y se dedicaban fundamentalmente al comercio y a la artesanía; no podían poseer tierras ni participar en el gobierno, pero sí que debían servicio militar a la polis. Los esclavos no eran libres, pertenecían al estado, a los ciudadanos o a los metecos. Trabajaban en el campo, en los talleres, en las obras públicas y en el servicio doméstico; carecían de derechos políticos y constituían más de la mitad de la población. La principal fuente de obtención de esclavos era la guerra.
Durante este período, Atenas desarrolló un programa de reconstrucción de la ciudad y de arquitectura naval para consolidarse como potencia marítima. Ante el temor de una nueva invasión persa, las ciudades griegas formaron la liga de Delos en 477 a.C., liderada por Atenas. Cada una tenía que aportar una cantidad económica y Atenas, además, aportaba sus barcos; a cambio se suponía que si una polis era atacada el resto la ayudaría. Con el paso del tiempo, Atenas exigió que los recursos de la liga fuesen custodiados en Atenas y administrados por los atenienses; algunas ciudades no quisieron aceptar estas condiciones e intentaron abandonar la liga, pero Atenas no lo permitió y emprendió una dura represión contra ellas. Convirtió la liga de Delos en un instrumento a su servicio y utilizó sus fondos para la reconstrucción de la Acrópolis, destruida durante la guerra, para el embellecimiento de la ciudad y para el desarrollo de un imperio marítimo. Atenas pasó a controlar gran parte de las ciudades del mar Egeo, incrementó su poderío comercial y convirtió el puerto de El Pireo en el gran centro de las actividades económicas. Atenas fue, también, el foco intelectual y artístico de Grecia.
• Esparta, la polis aristocrática y militar
Al contrario de lo que ocurría en Atenas, en Esparta una organización aristocrática y militar seguía garantizando el dominio de la oligarquía. Formada a partir de la unión de cuatro poblaciones en la llanura de Laconia, controló también el territorio de Mesenia y obligó, tras guerras durísimas, a otras ciudades del Peloponeso a soportar su supremacía.
Esparta estaba dirigida por dos reyes de familias diferentes con poderes muy limitados; formaban parte del consejo de ancianos o gerusía, constituido por 28 ciudadanos de más de 60 años. Este consejo se encargaba de preparar las propuestas que debía debatir la asamblea y de los asuntos judiciales. El conjunto de ciudadanos mayores de 30 años formaba la asamblea, llamada también apella, que tenía solamente carácter consultivo y designaba cada año a 5 magistrados, llamados éforos, que inspeccionaban el cumplimiento de las leyes y de las costumbres, incluidas las de los reyes.
Áreas de influencia de Esparta y Atenas en el s. V a.C. Tras el fin de las guerras médicas, Temístocles impulsó la reconstrucción de Atenas y promocionó la creación de la Liga de Delos (478 a.C.), con la que la ciudad consolidaba su influencia política y económica sobre un amplio territorio.
La sociedad estaba organizada en tres grupos: espartiatas, periecos e ilotas. Los espartiatas eran los ciudadanos que gozaban de derechos políticos y que estaban sometidos a una rígida educación que los preparaba para el servicio militar, donde pasaban la mayor parte de su vida; su deber fundamental era la defensa de la polis. Cada uno recibía de ésta un lote de tierras, llamado kleroi, que era trabajado por los ilotas. No podían ejercer ningún tipo de actividad artesanal o comercial y tampoco podían poseer monedas; de esta manera evitaban las desigualdades en el reparto de riquezas.
Los periecos carecían de ciudadanía, pero tenían ciertos derechos como el de recibir del estado un lote de tierra y el de formar parte del ejército en tiempo de guerra. Se encargaban de las actividades artesanas y comerciales, ocupaciones que tuvieron poca importancia en Esparta, ya que la actividad económica fundamental era la agricultura. Los ilotas constituían el grupo más numeroso de la población. Vivían en un régimen de esclavitud, privados de cualquier tipo de derechos; trabajaban los lotes de tierra de los espartiatas.
Esparta lideró una alianza, la liga del Peloponeso, formada a finales del s. VI a.C. por la mayor parte de las ciudades del Peloponeso; esta alianza se convirtió en el vehículo de la dominación espartana en el extranjero, pero, a diferencia de la liga de Delos, no llegó a constituir un imperio. Las ciudades aliadas no pagaban con tributos, sólo en caso de peligro estaban obligadas a aportar contingentes millitares cuyo mando conservaban.
La decadencia de la polis
El esplendor alcanzado por la civilización griega en el s. V a.C. terminó en un gran conflicto, la guerra del Peloponeso, que, a su vez, abrió una nueva etapa en el desarrollo de la historia griega. La guerra exigió un esfuerzo tan grande y produjo un desgaste de tal magnitud en los contendientes que determinó profundos cambios que alteraron los fundamentos mismos de la Grecia clásica.
• La guerra del Peloponeso
El imperialismo ateniense era incompatible con el carácter independiente de los griegos. Se fue creando alrededor de Atenas un círculo de odios que estalló en el momento en que Corinto y Mégara, ciudades comerciales rivales de Atenas, consiguieron arrastrar a los espartanos, que tampoco aceptaban la supremacía ateniense, a una guerra.
El conflicto enfrentó a Atenas, una potencia marítima regida por un sistema democrático, con Esparta, una potencia continental gobernada por un sistema oligárquico. El juego de alianzas y relaciones establecidas a través de las ligas lideradas por las respectivas ciudades hizo que el conflicto derivara en una auténtica guerra civil que se extendió por espacio de 27 años, entre 431 y 404 a.C., a pesar de que la paz de Nicias (421 a.C.) establecía el mantenimiento del statu quo por 50 años.
En la última fase del conflicto, a partir de 412 a.C., el Imperio persa intervino en favor de Esparta, al tiempo que las ciudades jonias dejaban de apoyar a los atenienses. En 404 a.C., Atenas capituló, y desapareció como potencia naval y como líder de los ideales democráticos.
Las consecuencias fueron nefastas para todo el ámbito griego. Se contrajeron grandes deudas con el Imperio persa, proliferó la piratería en el Egeo una vez desaparecido el dominio naval ateniense, se produjo la decadencia del comercio y de toda la economía en general, se abrió un tiempo de profunda debilidad demográfica y, sobre todo, se entró en un período de crisis ideológica debida a una inestabilidad de larga duración.
• La crisis de la ciudad-estado
Desde el fin de la guerra del Peloponeso hasta la llegada de Alejandro Magno se desarrolló un período de transición caracterizado por la disolución de la idea de polis, que se extendió a lo largo de la primera mitad del s.IV a.C. y que dio paso a la hegemonía de Macedonia.
Durante este período proliferaron las ligas entre ciudades, aparecieron las monarquías militares y resurgieron las tiranías. La inestabilidad y la decadencia de las ciudades-estado se agravó con la utilización de mercenarios, que incrementaron la violencia del momento.
Como consecuencia de esta profunda crisis se produjo una proletarización de la población al tiempo que se incrementó el despoblamiento de amplias regiones. Este proceso cambió de signo en la segunda mitad del s. IV a.C., a partir de las conquistas de Alejandro Magno, que reactivó la economía con la apertura de nuevos mercados.
A nivel étnico, social y cultural, las civilizaciones de Oriente y Occidente iniciaron un proceso de intercambios de todo tipo que fructificaría en el mundo helenístico.
El arte griego
El arte griego, desde la arquitectura a la pintura, constituye el fundamento en que se basa toda la tradición artística occidental.
• La Grecia arcaica
Con el inicio de la época arcaica (600-480 a.C.), el arte griego dio paso a un proceso de desarrollo autónomo y coherente que, a través de varias fases, llegó hasta la época romana. Desde aquel momento empezó a consolidar su prestigio en todos los ámbitos de su cultura.
El templo, centro de la vida religiosa
La arquitectura griega se caracteriza por la medida humana –lejos del monumentalismo mesopotámico y egipcio–, el predominio de la línea recta y de la horizontalidad, la estructura adintelada y, finalmente, por un mayor interés por el espacio exterior que por el interior. El sentido religioso del mundo griego no estuvo reñido con su racionalidad. Desde la época prehelénica se relacionaron con lo sagrado en lugares propicios a la manifestación de la divinidad: colinas, bosques, cuevas, fuentes...
El edificio más representativo y monumental de la arquitectura arcaica es el templo, construcción derivada del megaron micénico y muy elemental en su origen. En él se distinguían tres espacios: la naos o habitación donde se situaba la estatua de la divinidad a la que estaba dedicado el templo; la pronaos, especie de pequeño vestíbulo sostenido con columnas, y, finalmente, una habitación posterior, el opistódomo, donde se guardaban las ofrendas o "tesoros" del dios. Esta estructura simple podía presentar algunas variables según el número y la situación de las columnas. Aquellos templos que sólo tenían dos columnas en la fachada eran conocidos con el nombre de in antis; si el templo presentaba columnas sólo en la fachada se llamaba próstilo; anfipróstilo si las columnas se situaban delante y detrás, y períptero si era todo el edificio el que estaba rodeado por columnas. Por el número de estas últimas en la fachada, los templos se clasificaron en tetrástilos (cuatro columnas), hexástilos (seis columnas) u octástilos (ocho columnas).
La perfecta conjunción entre función y forma convierte los templos griegos en una de las muestras más completas y bellas de equilibrio arquitectónico. Templo de la Concordia, 440 a.C., en Agrigento (Sicilia).
En su construcción se emplearon en un primer momento materiales pobres como el adobe y la madera, de los que, por razones obvias, no se conserva ejemplo alguno. Sin embargo, pronto se inició un período de reflexión y mejoras en las tareas y los materiales constructivos, cuya solución se tradujo en el empleo de los órdenes arquitectónicos, entendidos éstos como el conjunto formado por la columna y el entablamento dispuestos según módulos y cánones más o menos fijos.
El orden dórico
El dórico es el más antiguo y el más austero de los órdenes griegos. El templo dórico se levanta sobre tres gradas (estereóbato). La columna, carente de basa, se apoya directamente sobre la última grada (estilóbato), y su fuste está labrado con veinte estrías que forman aristas, presentando un suave éntasis (ensanchamiento) en el centro. La altura de la columna se calculaba en proporción de cuatro a seis veces su diámetro mayor, mientras que en la parte alta del fuste se esculpían tres estrías llamadas collarino. El sencillo capitel que corona este último tiene dos elementos: el equino, de perfil curvo, y el ábaco, pieza a modo de tablilla, que con el paso del tiempo tendrían su propio desarrollo. La parte sustentada o entablamento está constituida por tres elementos: el arquitrabe liso, el friso y la cornisa. El friso alternaba los triglifos y las metopas, espacio este último decorado habitualmente con relieves de temas mitológicos. En la parte superior y anterior, y por encima del arquitrabe, se erigía un frontón también ornamentado con representaciones escultóricas.
El orden jónico
El orden jónico es más esbelto y más femenino que el adusto dórico. La columna posee una basa que consta de dos toros o molduras convexas de sección semicircular y entre ellos hay una escocia (moldura cóncava). El fuste de la columna es acanalado, con estrías que no tienen entre sí unión viva, y el capitel se caracteriza por dos volutas entre las cuales se diseñaba un equino sobre el cual se asentaba un reducido ábaco. En la parte sustentante, el arquitrabe jónico se distribuye en tres fascies o bandas sobre las que se asienta un friso corrido ocupado enteramente por relieves. El friso, la cornisa y el frontón eran de manera semejante al estilo dórico.
El orden corintio
El corintio difiere del jónico en sus proporciones –tiene una mayor altura– y por el diseño del capitel. Este último constituía un elemento enteramente decorativo, ya que había sido trabajado como una escultura. En efecto, este capitel corintio, de forma troncopiramidal invertida, con dos filas superpuestas, quedaba completamente recubierto con decoraciones de hojas de acanto. Al parecer, el primer capitel de estas características se realizó en el templo de Apolo Epicúreo en Bassae.
La ingenuidad representativa del koúros y la kore
La escultura griega de la época arcaica más antigua con figuras humanas representadas (660-580 a.C.) se inicia con un estilo caracterizado por la frontalidad, con uno de los pies avanzados, los brazos pegados al cuerpo y una cierta tensión física y espiritual. Una de las tipologías más frecuentes es la formada por los koúroi, jóvenes desnudos que representan atletas. Para su elaboración, los artistas griegos utilizaron la técnica de la talla, y el material más usual fue el mármol blanco de la zona del Pentélico; sin embargo, obras como el grupo de Los tiranicidas (476 a.C.) o el Auriga de Delfos (ca. 450 a.C.) demuestran que en una fase avanzada también aprendieron a trabajar sobre el vaciado de bronce. Datan, asimismo, de esta época unas figuras femeninas vestidas, las korai, representativas quizá de divinidades femeninas y uno de cuyos mejores ejemplos es la denominada Kore con peplo (ca. 530 a.C.). La escultura en relieve se limitaba a la decoración de los templos (conjunto del Tesoro de Sifnos, 525 a.C.) y otros edificios de carácter sagrado.
Koúros de Anavyssos, ca. 520 a.C. (Museo Arqueológico Nacional, Atenas). Los cuerpos de los koúroi, esculturas estáticas e inexpresivas que representan a atletas desnudos, constituyen una de las muestras más significativas de la estatuaria del período arcaico.
El modelo a partir del cual arrancó la estética de la imagen griega fue indudablemente el egipcio, a pesar de que siempre presentó algunas diferencias. Los griegos, en lugar de repetir los mismos principios artísticos de manera constante, fueron desarrollando otros completamente nuevos.
La cerámica de figuras negras y de figuras rojas
Poco antes de finalizar el s. VII a.C., los pintores de cerámica mostraron una preferencia por la técnica de las figuras negras como motivo decorativo. Su aplicación consistía en siluetear en primer lugar las figuras para después pintarlas con una especie de barniz oscuro, resaltándolas posteriormente por contraste con un fondo más claro. Las primeras cerámicas así realizadas coincidieron con la última fase de la tradición geométrica y orientalizante del vaso funerario monumental. En esta técnica, pintor y alfarero unieron sus esfuerzos para dotar a sus obras de una gran belleza, como es el caso del vaso François (ca. 550 a.C.), en el que trabajaron, respectivamente, Clitias y Ergótimo, o el ánfora del Vaticano (ca. 540 a.C.), pieza en la que el pintor Exequias figura como único ejecutor.
La decoración de ánforas y otros objetos de cerámica refleja la evolución de las formas estéticas griegas. El estilo geométrico con el que se originó pasó a ser figurativo a partir del s. VIII a.C., con el auge de los talleres áticos, y hacia el s. VI a.C., época de las figuras negras sobre el fondo rojo de barro, tomó un cariz narrativo. Vasija griega del s. VI a.C.
Surgida a principios del s. VI a.C., la técnica de figuras rojas está considerada como una variación puramente decorativa de la anterior. Su rasgo básico es la inversión cromática, es decir, las figuras tienen el color de la arcilla y el fondo se pinta de un color negro brillante. A pesar de que ambos procedimientos convivieron en el tiempo, fue el de la figuras rojas el que se adaptó con mayor facilidad a las innovadoras ideas representativas que fue gestando el arte arcaico. Los pintores Eufronio y Eutímides fueron los grandes representantes de la nueva tendencia.
• La Grecia clásica
Entre los años 500-490 a.C. se produjo la transición del arte arcaico al clásico, caracterizado este último por grandes cambios estilísticos respecto a la época anterior, pero sin abandonar por ello los principios básicos de su arte. Egina, Olimpia y Atenas se revelaron como las ciudades más destacadas del momento.
La madurez del orden dórico
A principios del s. V a.C., el orden dórico se había aproximado a la consecución definitiva del ideal del templo clásico. Alguno de los más bellos ejemplos de este proceso son el templo de Afaia en Egina (500-490 a.C.) y el de Zeus en Olimpia (460 a.C.). Sin embargo, fue la Acrópolis de Atenas, el recinto sagrado que se eleva sobre la ciudad de los hombres, la que se convirtió en el emblema de la Grecia clásica. A pesar de que estuvo habitada en realidad desde los tiempos prehelénicos, fue a partir de la época geométrica cuando los gobernantes de la ciudad centraron en ella un interés especial. Lo que actualmente se conoce a través de los restos que han pervivido y los estudios arqueológicos realizados responde a la voluntad del gobernante Pericles (ca. 495-429 a.C.) y a la plasmación en piedra de un programa constructivo que incluyó el Partenón, el acceso monumental al recinto (propileo), el templo de Atenea Niké y el Erecteion, estos dos últimos de orden jónico, obra todo ello de un período de tiempo que cubre aproximadamente desde 448 a.C. hasta 406 a.C.
Procesión de las Panateneas (s. V a.C.), fragmento de la obra de Fidias, procedente del friso corrido del Partenón de Atenas (Museo del Louvre). Fidias alcanzó sus más altas cotas de creatividad en el tratamiento de los ropajes. La exquisita disposición de los pliegues, que parecen adherirse a los cuerpos de las figuras como si estuvieran mojados, proporcionan a la escena un gran realismo.
Obra del arquitecto Ictino y decorado por el escultor Fidias, el Partenón está considerado como el templo griego más célebre por su refinamiento y esbeltez. Su armonía y proporción hacen de este edificio el lugar donde quizá se perciba con mayor claridad la traducción formal del pensamiento y actitud de los griegos: el predominio de la recta, la horizontalidad, la medida humana y, en especial, la corrección óptica de sus partes.
El trazado geométrico y la construcción de la ciudad clásica
Los griegos fueron los primeros en establecer un orden geométrico para realizar el trazado de la ciudad, proyectando sobre el suelo en el que vivía el hombre el modelo directriz del orden cósmico. Los trazados geométricos iniciales fueron obra del matemático y físico Hipódamo de Mileto (fallecido hacia el 510 a.C.), quien comprendió las ventajas derivadas de un trazado en cuadrícula, con sectores asignados a la vivienda privada y dispuestos de modo que, entre ellos, se dejaran espacios más amplios destinados a lugares públicos. Destaca, entre estos últimos, el ágora, plaza ubicada en el centro de la ciudad y lugar de reunión y encuentro de los ciudadanos. Algunas de estas ágoras, como la de Mileto o la de Atenas, disponían de pórticos simples (stoá), bajo cuya sombra se celebraban los procesos judiciales.
Las principales construcciones públicas que nacieron en torno al ágora fueron el prytanéion (o ayuntamiento) y el bouletérion (sala de reunión del Senado), mientras que en el edificio de planta circular denominado skía los responsables del poder celebraban banquetes rituales. El teatro era considerado el lugar de ocio por excelencia y su construcción estaba dividida principalmente en la orkhestra, centro a cuyo alrededor se curvaba la grada, y por detrás de ella la zona alargada de la escena (skene), ámbito en el que tenía lugar la función propiamente dicha. Pericles construyó en Atenas el primer odeón, edificio destinado a la celebración de espectáculos festivos.
Para la preparación física, los atletas disponían del gimnasio, aunque también existía la palestra, un espacioso patio rodeado de pórticos. El estadio donde se celebraban las carreras era una pista alargada, con dos extremos curvos y una línea de salida, y con gradas en las rectas largas.
Los grandes maestros de la escultura
Cuando finalizó la época arcaica, las figuras humanas empezaron a representarse repartiendo asimétricamente el peso del cuerpo sin perder la serenidad de la composición y manteniendo la frontalidad. Durante la primera fase de la época clásica (s. V a.C.), los escultores griegos consiguieron girar la parte superior del cuerpo en sentido contrario a la pelvis –el llamado contraposto–, obteniendo de esta manera una ligera sensación de movimiento y, a la vez, un sentido de equilibrio y elegancia.
Doríforo, copia romana de la obra original en bronce de Policleto del s. V a.C. (Museo Nacional, Nápoles). El escultor griego Policleto se propuso plasmar en esta obra la imagen del hombre ideal, cuyas armoniosas proporciones se erigirían en el canon de la perfección del cuerpo humano, la sublime encarnación de la belleza.
Los tres grandes escultores de este momento fueron Mirón (activo hacia 470-440 a.C.), Policleto (s. V a.C.) y Fidias (ca. 490-ca. 430 a.C.). El primero de ellos caracterizó su obra por la concepción de la figura en movimiento. Su Discóbolo (460-450 a.C.), conocido solamente por copias romanas, es un ejemplo de su talento. En esta figura, el escorzo del gesto queda compensado por la serenidad del rostro, lográndose así un gran equilibrio. Policleto, por su parte, concibió la figura en reposo. Tanto su Diadúmeno (ca. 450 a.C., atleta que se ciñe la cinta de la victoria) como el Doríforo (440-430 a.C., el portador de la lanza) son un claro exponente de equilibrio estético. Con esta última figura, el artista ejemplificó su idea de canon o medida exacta de las proporciones del cuerpo humano. El nombre de Fidias resume la máxima expresión del genio clásico: las figuras encuentran una proporción exacta entre el movimiento y el reposo. Las metopas y frisos que esculpió en el Partenón (442-428 a.C.) constituyen un hito en la historia del arte occidental.
El momento posclásico
En las esculturas talladas durante la segunda fase de la época clásica (s. IV a.C.), el cuerpo humano empezó a aparecer de manera progresiva más natural, perdiendo la tensión del equilibrio en favor de la copia de la realidad. Esto resulta evidente en el Apoxyómenos (el que se quita el aceite) del escultor Lisipo, obra en la que el tema del atleta, a pesar de ser un prototipo o ideal, es menos noble. En el grupo de Hermes con el niño Dioniso (ca. 350 a.C.), obra de Praxíteles (activo entre 375 y 330 a.C.), se valora también la pérdida de tensión a través de la composición curvilínea y del tono excesivamente delicado. Junto a los dos anteriores, Escopas fue el tercer gran representante de este período; sus formas escultóricas se caracterizan por la idea de lo trágico (Ménade danzante).
La evolución de la técnica pictórica
Según citan las fuentes, en una de las alas de la entrada de acceso a la Acrópolis se encontraba la que ha sido considerada como la primera pinacoteca ática, una especie de museo que custodiaba importantes pinturas que no se han conservado. Esta circunstancia queda en cierto modo subsanada por las imágenes representadas en los vasos de cerámica, ilustrativas, una vez más, de los modos pictóricos de la época.
Al igual que la escultura, este tipo de pintura fue aproximándose a una concepción cada vez más fidedigna de la realidad gracias al uso de ciertos recursos técnicos. Polignoto de Tasos emplazaba las figuras en diferentes niveles compositivos, innovación que evidencia la influencia ejercida por la pintura mural a la que tampoco quedó indiferente el pintor de las Nióbides. A su vez, la aparición de la forma cerámica del lékythos, consistente en una especie de botella de fondo blanco y cuello largo y esbelto, utilizado para perfumes y ungüentos pero de probable uso funerario, permitió a artistas como el pintor de Aquiles destacar como su especialista decorativo.
Apolodoro de Atenas, con su mezcla de sombras y colores, Parrasio de Éfeso y los suaves contornos de sus figuras, Agatarco de Samos y el papel ejercido en la creación de la perspectiva y Zeuxis de Heraclea y su descubrimiento del claroscuro fueron los cuatro pintores que protagonizaron la transición de la pintura clásica a la posclásica. A su vez, el pavimento de mosaico que representa la Batalla de Isos (ca. 170 a.C.), copia de una pintura mural de fines del s. IV a.C. atribuida a Apeles o a su discípulo Filoxeno de Eretria, constituye un ejemplo ilustrativo del momento culminante al que había llegado la pintura griega.
• La Grecia helenística
Una vez finalizado el s. III a.C., cuando parecía que el arte griego se había estancado, disfrutó sin embargo de dos siglos de sorprendente evolución después de Alejandro Magno, quien con sus conquistas amplió las fronteras de Grecia. Asia y Egipto adoptaron el gusto griego, y ciudades como Alejandría, Pérgamo, Antioquía o Éfeso se convirtieron en las nuevas capitales del arte.
Del canon del hombre a la monumentalidad arquitectónica
Atenas no permaneció ajena a este gran movimiento y los nuevos príncipes sucesores de Alejandro Magno se encargaron de enviar desde Asia sus tesoros. Antíoco Epifanio impulsó, desde Siria, la prosecución del templo de Júpiter, el más grande de toda Grecia y prueba evidente de que la nueva misión de la arquitectura era embellecer la existencia de los soberanos. De la misma manera, los edificios civiles ganaron en importancia, ya que los palacios y las casas privadas se mostraron más ostentosos. El gusto por una ornamentación y una forma más variadas provocó el olvido del dórico y la preferencia por el jónico y el corintio. Finalmente, la organización general del espacio también cambió, como muestran algunos santuarios como el de Atenea en Lindos, en la isla de Rodas, o el del dios Asclepio en Kos, que adquirieron la dimensión escenográfica de las ciudades helenísticas.
Realismo y teatralidad en la escultura
Durante esta época, todos los cambios en la escultura se orientaron hacia un aumento del realismo, tanto en el movimiento (una lucha entre dos soldados) y la expresión (la cara de una vieja borracha) como en lo concerniente a los temas (un niño jugando con una oca o bien extrayéndose una espina del pie). Los artistas intentaron representar todas las formas del movimiento del cuerpo humano, así como captar y representar, también, las emociones y los sentimientos.
Venus de Vienne (s. III a.C.) copia romana del original griego de Doidalsas de Bitinia (Museo del Louvre, París). A finales del s. IV a.C. se produjo un cambio brusco en las constantes de la escultura griega, que acentuó su sensación de movimiento a la vez que buscó crear cierta tensión y patetismo.
Pueden sintetizarse en tres las direcciones estilísticas: el modelado delicado, con expresiones serenas, típico del foco de Alejandría (El Nilo y sus afluentes); el estilo vigoroso y contrastado con expresiones dramáticas de emoción propias de Pérgamo (Laocoonte y sus hijos, Gran Altar de Zeus y Atenea), y, finalmente, un estilo más tradicional y académico, fijado ya en el período precedente, tal y como se desarrolló en Atenas (Venus de Milo).
Pintura mural, mosaico y artes suntuarias
Las pinturas de las tumbas son un claro ejemplo de que la libertad de ejecución característica de la pintura mural romana ya existía en la pintura griega a principios de la época helenística. Del mismo modo se sabe con certeza que la pintura de paisaje no era tampoco desconocida, de lo cual se deduce que el efecto atmosférico de las obras romanas fue probablemente desarrollado antes por los griegos. Así, en obras murales de Italia, con Pompeya (Tetis en la forja de Hefesto, s. I d.C.) y Herculano (Hércules encuentra a Télefo, s. II d.C.) como los ejemplos más conocidos, se halla presente una cierta sofisticación para dar sensación de profundidad. Respecto al mosaico, fue un género utilizado de forma asidua para la representación de la naturaleza muerta y muy apreciado en Alejandría, Pérgamo o Delos.
Por otra parte, y en correspondencia con la minoración del valor artístico de la cerámica, a la época alejandrina se deben las mejores composiciones de figurillas en miniatura realizadas en terracota. Solamente se han conservado las de carácter funerario denominadas tanagras, descubiertas en las tumbas de la región de Tanagra, a pesar de que también fueron halladas en otras ciudades griegas como Mirina. Gracias a la ampliación de las fronteras se difundieron por toda Grecia todo tipo de joyas, telas, platos y tazas de metales preciosos, orfebrería, camafeos, vidrios, etc. Con ellos no sólo circularon distintas técnicas de realización y modelos decorativos, sino que cambiaron incluso el papel del arte al ser objeto de ostentación de los nuevos señores adinerados. Con el tiempo despertaron un afán coleccionista, acentuado en parte por los botines de guerra obtenidos gracias a la política conquistadora de Roma.
La mitología griega
La mitología griega es el resultado del cruce y la fusión de un sustrato cultural mediterráneo y preindoeuropeo, probablemente minoico, con elementos indoeuropeos. A esta síntesis cultural hay que sumar las numerosas y constantes influencias asiáticas.
• El panteón griego
Las bases de la mitología griega se encuentran en las creencias religiosas de los pueblos que habitaban en torno al mar Egeo, en especial en la Creta minoica, y que consideraban que los elementos naturales estaban dotados de un espíritu, así como que ciertos objetos tenían poderes mágicos. Estas creencias sufrieron, durante el II milenio a.C., la fuerte influencia de diferentes pueblos indoeuropeos.
En el s. VIII a.C., recién introducido el alfabeto en Grecia, el bagaje mítico y religioso, transmitido oralmente de generación en generación, fue plasmado por escrito gracias a Hesíodo y Homero. Tanto uno como otro mencionan un grupo de divinidades unidas por relaciones de parentesco. Estos dioses "existían para siempre", pero no desde siempre, ya que cada uno tenía un origen concreto y ocupaba un lugar determinado en la genealogía divina.
En el transcurso de su evolución, los dioses se hicieron antropomorfos, si bien muchos conservaron rasgos de la naturaleza, es decir, personificaban fenómenos naturales. Con el tiempo se les fueron añadiendo caracteres psicológicos y morales propios de los seres humanos. Dioses y diosas se convirtieron en seres que experimentaban sentimientos, vivían aventuras, luchaban entre sí o establecían alianzas, sentían penas y alegrías, amor y odio.
Los dioses olímpicos
Los dioses olímpicos fueron: Zeus, Hera, Poseidón, Deméter, Hestia, Atenea, Afrodita, Hefesto, Ares, Hermes, Apolo y Artemisa.
En los relatos de Homero, Dioniso todavía no había sido aceptado en el Olimpo, y Hades siempre se hallaba retirado en su dominio del reino de los muertos.
Zeus y sus hermanos, Poseidón, Hades, Hera, Deméter y Hestia, llamados los Crónidas (hijos de Cronos y Rea), fueron los seis grandes dioses olímpicos. A ellos se unieron los dioses hijos e hijas de Zeus, si bien Afrodita, según la versión de Hesíodo, que recogía la antigua tradición, habría nacido de la espuma del mar, fecundada por los genitales mutilados de Urano.
• Zeus y Hera
Zeus, dios supremo del Olimpo y venerado por todos los pueblos helénicos, es el dios de la luz, de la naturaleza física, de los grandes fenómenos celestes y garante del orden cósmico. Compartía el trono del Olimpo con su tercera esposa, su hermana Hera, divinidad protectora del matrimonio.
Zeus, el dios supremo
Zeus fue el único hijo que Cronos no consiguió eliminar para evitar que se cumpliese una profecía, según la cual uno de sus hijos le destronaría. Gracias a un engaño de su madre Rea, que, en lugar del niño, le había entregado una piedra envuelta en pañales, Zeus se salvó. Tras pasar la infancia en Creta, ya adulto, consiguió destronar a su padre después de una larga guerra (titanomaquia) y establecer, en lo sucesivo, el orden en el mundo, repartiéndose los honores y los poderes con sus hermanos, Hades, que reinó en el mundo subterráneo, y Poseidón, a quien correspondió el dominio de las aguas.
Los arrebatos amorosos de Zeus ocupan numerosos episodios en la mitología griega: Ganímedes, el más bello de los mortales, fue raptado por el padre del Olimpo, transformado en águila, y fue convertido en el servidor del néctar, bebida que daba la inmortalidad a los dioses. Mosaico galorromano que representa el rapto de Ganímedes por el águila (Archäologisches Grabungsfeld, Viena).
Zeus pasó a ser el dios supremo, el garante del orden cósmico que había establecido y, a la vez, "el padre de los dioses y los hombres", según definición de Homero, aunque también estaba sometido a las leyes del destino. Personificación del Cielo y su esplendor, era el dios del rayo, atributo con el que se le representaba.
Los templos más famosos en los que Zeus era venerado fueron los de Dodona y Olimpia, donde cada cuatro años se celebraban grandes fiestas, acompañadas de competiciones: los Juegos Olímpicos.
Los amores de Zeus
Las relaciones amorosas que Zeus mantuvo con sus esposas y numerosas amantes, tanto divinas como mortales, son uno de los temas mitológicos más tratados por la literatura y el arte en general.
De sus amores con Metis, su primera esposa, a quien se tragó antes de que diese a luz, nació Atenea. De su segunda esposa, Temis, diosa del Orden y la Justicia, proceden las Horas y las Moiras. De Mnemósine (la memoria), las nueve Musas. De su unión con Deméter nació Core-Perséfone. De Leto, los gemelos Apolo y Artemisa. Con su tercera esposa, Hera, engendró a Ares, Hebe e Ilitía. Hermes nació de sus amoríos con la ninfa Maya.
De sus numerosos devaneos con mujeres mortales nacieron los héroes. Dioniso y Heracles fueron los dos grandes héroes divinizados, nacidos respectivamente de la tebana Sémele y de Alcmena, la virtuosa esposa de Anfitrión. Para engañar a esta última, Zeus adoptó la figura del propio Anfitrión y engendró así a Heracles.
También Helena y Pólux fueron hijos de Zeus (uno de los Dioscuros), nacidos, según una versión muy extendida entre los poetas trágicos del s. V a.C., de un huevo puesto por Leda, a la que el dios se había unido bajo la forma de cisne. Sobre la enclaustrada Dánae bajó Zeus en forma de finísima lluvia de oro, y de esa unión nació otro de los héroes, Perseo. Para poder gozar de la princesa fenicia Europa, Zeus adoptó la figura de un toro y se acercó hasta la playa donde se bañaba, ésta montó sobre su lomo y Zeus la transportó por mar hasta Creta, donde nacieron Minos, Sarpedón y Radamante, origen de las dinastías minoicas.
Hera, la reina del Olimpo
Zeus, después de sus dos anteriores matrimonios, puso sus ojos en su hermana Hera, con la que se unió en una solemne ceremonia. Hera fue la protectora del matrimonio y de las mujeres casadas, y su hija Ilitía asistía a las mujeres en el parto.
Sin embargo, la mayor parte de la mitología griega presenta un retrato poco halagador de Hera. Celosa, violenta y vengativa, no cesó de acosar y perseguir a las amantes e hijos de su marido.
Io, una joven de la Argólida, sacerdotisa de Hera, fue seducida por Zeus. Para librarla de las iras de su esposa convirtió a su amante en ternera, pero no tuvo más remedio que ceder ante Hera y entregársela. La diosa encomendó su custodia a Argos, un personaje con cien ojos. Hermes, por encargo de Zeus, mató al guardián y Hera fijó sobre la cola de un pavo real, su ave favorita, los ojos del fiel Argos.
También dio muerte a Sémele, encinta de Dioniso, y pretendió impedir que Leto diese a luz a Artemisa y Apolo.
Hera, la diosa representativa de la castidad y la fidelidad conyugales, participó, sin embargo, en un singular certamen de belleza femenina: el juicio de Paris. El troyano Paris fue elegido como árbitro para otorgar "la manzana de la discordia" a la diosa más bella; de las tres candidatas: Hera, Atenea y Afrodita, Paris eligió a esta última. Su veredicto tendría consecuencias funestas al originar la guerra de Troya.
• Los hermanos de Zeus
Una vez liberados por Zeus, mediante una droga que obligó a vomitar a Cronos a todos sus hijos devorados, los dioses olímpicos lucharon contra los Titanes. Tras la victoria de los Olímpicos, Zeus, Poseidón y Hades se repartieron el Universo, mientras que sus hermanas Deméter y Hestia se convertían en las divinidades tutelares de la tierra y del hogar, respectivamente.
Poseidón, el soberano de las aguas
El mito de Poseidón llegó a Grecia con los primeros pueblos indoeuropeos procedentes del centro de Europa, que introdujeron el uso del caballo en las culturas mediterráneas. Para estos pueblos, Poseidón era el dios de los caballos, por lo que no es casual que su carro fuera precedido por un tiro de corceles, que se convertían en marinos en los dominios acuáticos. Su vigor y su potencia semejaban los del mar, poderosa y temida fuerza de la naturaleza, presente siempre en el entorno de la civilización griega.
En el reparto del gobierno divino, Poseidón obtuvo la soberanía sobre las aguas; su arma fue el tridente, con el que revolvía las olas en las tormentas y sacudía y golpeaba la tierra. De su carácter de probable divinidad indoeuropea es la atribución al dios del dominio de los seísmos, que los griegos imaginaban provocados por su cólera; de ahí que se le venerase como el "que sacude la tierra".
Las primitivas divinidades marinas (Nereo y Proteo, "los ancianos del mar") se aliaron con Poseidón por medio de Anfitrite, hija de Nereo, a la que raptó con la ayuda de un delfín, que los seguiría en su cortejo. Con este matrimonio, del que nació Tritón, mitad hombre, mitad pez, se formó un solo linaje de divinidades acuáticas.
Poseidón recibió culto en numerosos lugares, especialmente en Corinto, ciudad entre dos mares, y, al igual que a Zeus se le honraba con los Juegos Olímpicos, a Poseidón se le dedicaron los Juegos Ístmicos, junto al istmo de Corinto.
Hades, el señor del mundo subterráneo
Hades, hermano de Zeus, se encargó del dominio exclusivo del mundo subterráneo. En alguna parte de su reino de las sombras tenía su palacio, al que nadie, salvo él mismo y más tarde su esposa, tenía acceso.
Hades fue un dios tenebroso e inflexible, pero justo; no era la Muerte, sino el rey de los muertos. Estaba tan ocupado que rara vez salía de su territorio para acudir al Olimpo.
Su atributo principal era un casco que confería la invisibilidad a su portador, regalo de los cíclopes; de hecho, el significado etimológico de su nombre griego es "el invisible". Pronunciar su nombre era de mal augurio, de ahí que se recurriese a diversos eufemismos como Plutón (el rico), ya que al ser el amo de las profundidades de la tierra poseía todas sus riquezas minerales y regía también la fecundidad de los campos, característica que lo asocia a Deméter.
Hades aparece raras veces en los mitos, excepto en el de su hermana Deméter, a cuya hija Core raptó para convertirla, ya con el nombre de Perséfone, en reina de los infiernos.
Deméter, la diosa de la agricultura
Antiquísima diosa griega de la naturaleza y la fecundidad, era una de las hijas de Cronos y Rea. Su nombre significa madre de la tierra. A diferencia de Gea, que representaba la Tierra en sentido cosmogónico, Deméter fue la diosa de la tierra productora de frutos y granos, bajo el logro civilizador de la agricultura. Esta relación de la diosa con la tierra fecunda y materna queda claramente evidenciada en el mito del rapto de su hija.
Deméter es una antigua divinidad de origen asiático, llegada a Grecia a través de los dorios, que representaba a la madre Tierra, productora de vida y alimentos. Convertida más tarde en diosa de la Agricultura, fue una de las deidades de la segunda generación, hermana de Zeus, y continuó simbolizando la fecundidad de la naturaleza. La colonia doria de Cnido, asentada al sur del litoral oeste de Anatolia, albergó la escultura de Deméter (s. VI a.C.), atribuida al escultor Escopas (Museo Británico, Londres).
Core-Perséfone, hija de Deméter y Zeus, fue raptada por Hades, el poderoso señor de los muertos. Para ir en su busca, Deméter descuidó sus obligaciones y, ante la amenaza de una creciente desolación en la tierra, Zeus consiguió que la joven pasara un tiempo con su madre en el Olimpo y otro con su esposo, Hades.
En su camino errático, Deméter enseñó a Triptólemo, en Eleusis, el cultivo de los cereales, para lo que le entregó un carro tirado por serpientes aladas y espigas de trigo con el fin de extender su cultivo por todo el mundo. Los misterios de Eleusis, que celebraban el culto de Deméter, vieron en este mito un símbolo perpetuo de muerte y resurrección.
Deméter aparece frecuentemente representada coronada de espigas o con un canastillo, símbolo de fecundidad, y otras, sentada con unas antorchas y una serpiente, animal considerado propio del mundo subterráneo.
• Atenea y Afrodita
Estas diosas gozaron de una gran popularidad en los templos y en los cultos populares griegos. Mezcladas con innumerables mitos, aparecen con frecuencia no sólo en la literatura griega antigua, sino también, y desde el renacimiento, en un buen número de obras artísticas occidentales.
Atenea, la hija predilecta de Zeus
Atenea fue la diosa que gozó de mayor prestigio en el Olimpo tras Zeus y su esposa Hera. De acuerdo con los mitos relativos a los dioses fue la única que nació ya adulta. Zeus contrajo matrimonio con Metis (la Sabiduría), pero como Urano y Gea le habían pronosticado que si concebía, por segunda vez, un hijo varón con ella éste sería superior a él y lo destronaría, devoró a su esposa, embarazada de Atenea. Pasado el tiempo de la gestación nació Atenea, ya adulta y perfectamente armada, de la cabeza de Zeus, al parecer a causa de un hachazo de Hefesto.
Así pues, por su aspecto fue la diosa guerrera; pero a diferencia de Ares, dios de la furia irracional que lanzaba al hombre contra el hombre en un furor asesino, Atenea simbolizaba la justicia en el combate y la razón que dominaba el impulso. Uno de sus epítetos era Niké (victoria).
Los atributos de Atenea la convertían en una de las más poderosas del Olimpo. Estatua del s. VI a.C. procedente del frontón del antiguo templo de Atenea, en la Acrópolis de Atenas (Museo de la Acrópolis, Atenas, Grecia). La diosa viste la égida, manto orlado de serpientes, fabricada con la piel de la cabra Amaltea, y que simboliza su protección sobre Atenas.
También fue la protectora de las ciudades: una de sus actuaciones míticas más relevantes fue su disputa con Poseidón por el patronazgo de Atenas. El dios del mar golpeó con su tridente una roca e hizo brotar una fuente de agua salada. Atenea, por su parte, generó un olivo, árbol cuyo cultivo había de transformar la vida cotidiana del mundo antiguo.
Como diosa de la guerra aparece siempre armada: lanza, casco y escudo redondo sobre el que la diosa había fijado la cabeza de Medusa, que le había sido ofrecida por Perseo tras haberle dado muerte éste en cumplimiento de una promesa.
Atenea fue también la diosa de la inteligencia, del arte y de la ciencia creativa, oponiéndose en este sentido a Hefesto, dios de la técnica y de la simple habilidad aplicada a la materia.
Protectora de hilanderas y bordadoras, no dudó en castigar a la vanidosa Aracne, que se había atrevido a rivalizar con ella en el bordado, transformándola en araña. Diosa virgen por excelencia, como dan fe tanto su epíteto Parthenos (doncella) como el templo más célebre consagrado a ella en Atenas, el Partenón, Atenea se oponía también a Afrodita, que ejercía su poder sobre los humanos con unas armas que la diosa de la inteligencia despreciaba. Ello no le impidió participar junto a Hera y Afrodita en el concurso de belleza arbitrado por Paris.
Se la representaba como una diosa majestuosa, de belleza serena y severa; la lechuza, el ave nocturna de grandes ojos, era su animal favorito y aparecía habitualmente sobre su mano o su hombro.
Afrodita, la encarnación del amor
Afrodita era considerada la diosa del amor y de la sexualidad; solía ir acompañada por Eros, su mensajero alado, al que se le encomendaba la tarea de unir a los seres amados con las flechas de su carcaj.
La asociación de los dioses del Amor, Afrodita y Eros, con Pan, divinidad que formaba parte del cortejo de Dionisio, relacionada con la naturaleza salvaje, la fecundidad y la sexualidad insaciable, no es casual. La religiosidad griega reconocía en el pathos amoroso un instinto humano procedente de la sexualidad, propia de su esencia animal. Grupo escultórico helenístico (ss. I-II a.C.), de Afrodita, Pan y Eros (Museo Arqueológico Nacional, Atenas).
Esta divinidad de origen oriental constituye el caso más significativo de adaptación y recreación de un mito extranjero por los pueblos griegos.
A pesar de su origen se creó una genealogía similar a la de los restantes inmortales y, según Homero, fue hija de Zeus y Dione. Y también se la unió en matrimonio con Hefesto; pero Afrodita se prendó del apuesto Ares y se citaba con él en secreto. Su esposo Hefesto consiguió atrapar en una red a los dos amantes, y los presentó así para regocijo de todos los dioses del Olimpo.
Afrodita concedió también sus favores a otros dioses: a Hermes, de cuya unión nació Hermafrodito; a Dioniso, con quien engendró a Príapo.
Sin embargo, la unión que tuvo más repercusiones para la posteridad fue la que realizó con el troyano Anquises: Eneas, fruto de aquella pasión, se convirtió en el héroe mítico y civilizador de Roma.

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